Guillaume Apollinaire (“La vie anecdotique”, Mercure de France, 1913) contaba que en el Cádiz de 1904 el joven Gálvez realizó un discurso republicano tan violento que llegó la policía alarmada para detenerle, momento en el cual sacó un revolver apuntándolos y retrocediendo hasta saltar por una ventana y caer en brazos de un anciano sacerdote amigo de su padre, un general carlista.
Al día siguiente, tras pasar la noche en brazos de la Iglesia, marchó hacia Córdoba vestido de cura de los de entonces. Sorprendido en aquella zona fue apresado y condenado a 14 años en la prisión de Ocaña, la más terrible de las cárceles españolas con los criminales más peligrosos.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEn el presidio los funcionarios se quedaban con parte del dinero que el Estado daba para el mantenimiento de los reclusos y el preso Gálvez se pasó dos años tratando de fomentar una rebelión. Consiguió montar el lío, pero reprimida la tensión nuestro personaje acabó atado de una pierna con grilletes a la pared de una celda. En este calabozo estuvo dos años tendido en el suelo y amaestrando a las ratas para pasar el tiempo.
Cuando el jurado supo que el hombre de letras estaba preso se montó un escándalo y el monarca terminó firmando el indulto al poeta
Allí escribía de noche poesías y cuentos cuando un nuevo carcelero leyó sus textos. Este le pidió que se presentase a un concurso literario y el preso Gálvez aceptó a cambio de un litro de vino. Con este le llegaría la inspiración y la fuerza. “El ciego de la flauta” fue premiado en el concurso de El Liberal.
Cuando el jurado supo que el hombre de letras estaba preso se montó un escándalo y el monarca terminó firmando el indulto al poeta. Convertido en el nuevo corresponsal de El Liberal en Melilla obtuvo la cruz del mérito militar de primera clase, aunque terminó huyendo por un sablazo hasta la bohemia madrileña. El escritor toledano Emiliano Ramírez calificaba a Gálvez como una cigarra viva “…preso antaño en Ocaña, que pasea como un soberano su talento y sus tacones torcidos” (“Los redentores de sí mismos”, Mundo Gráfico, 1922). No dejaba de tener razón porque los vanguardistas de la bohemia española de los 20/30 presentaban este perfil. Aficionados al jolgorio de las tabernas con sus cantos embriagados en alcohol.
Don Pedro publicó varias novelas y fundó en Madrid el diario Puerta del Sol (1916) ejerciendo de protagonista de la vida bohemia. Sergio Campos lo considera un aventurero que daba sablazos comportándose como un hombre terrible e inmoral porque llegó a exhibir a su hijo nacido muerto por las tabernas y cafés de Madrid para pedir unas monedas para su funeral. Por la Sevilla de los años 20 conoció los principales centros culturales y González Ruano lo calificaba como una especie de “bandido urbano” que vendió a su mujer (por 2.000 pesetas) y traicionó a sus protectores dejando su literatura dispersa por revistas, periódicos y las mesas de las tabernas, casi siempre bebido.
Emilio Carrere (Nuevo Mundo, 1916) lo bautizó como un ser de admirable ingenio, excelso poeta, odiado, desdeñado, absurdo, fantástico, que rueda por las calles borracho y triste al asalto de unas pocas monedas de cobre roído, con una fatalidad misteriosa en su cabeza. Lo mismo daba un sablazo que hacía una poesía a Chicuelo, pero su más original obra (El sable. Arte y modos de sablear) nos muestra un mundo de rufianes y caballeros similar al de su compinche Alfonso Vidal y Planas (Memorias de un hampón).
Vivió en París haciendo caricaturas, entre sablazo y sablazo, y en febrero de 1936 la publicación literaria “Madrid Ilustrado” se hacía eco de una de sus mayores astracanadas. Afirmaba que había sido el General que mandaba las fuerzas mercenarias del Ejército de Albania. Los turcos no pudieron tener peor enemigo y el sablista debió dejar al este de Europa un gran recuerdo del que no se ha escrito jamás.
Comenzaba la guerra en el verano de 1936 y en su borrachera literaria Gálvez creó un personaje revolucionario en el ambiente del Madrid del No Pasarán. Quiso darse postín de hombre terrible de la retaguardia fantaseando por las tabernas con su protagonismo en todas las barbaridades que se escuchaban por Madrid. Se llevó a la hija de la portera de su casa como su joven acompañante en sus juergas. Para disfrutar de la más alta consideración entre los delincuentes que dirigían el cotarro por las calles de la capital se atribuyó todas las monstruosidades que se escucharon por las tascas.
En sus borracheras un día vestido de cura llegó a afirmar delante de un crucifijo robado en la prisión de San Antón que Cristo era el primer comunista. Los milicianos le aconsejaron que se quitara la ropa eclesiástica porque cualquiera por la calle le podía descerrajar un tiro. También tenía un crucifijo pequeño sobre el que compuso una poesía antes de la guerra y su guapa vecina lo vio recitar en el portal de la cárcel de San Antón.
Al tiempo que protegía al portero Ricardo Zamora o al escritor Ricardo León el Gálvez revolucionario llegó a aquella prisión vestido de Capitán de Carabineros y acompañado por la Teniente Paquita con la intención de asesinar, en su fantasía, a los 1.600 reclusos para terminar discutiendo con el líder del Partido Sindicalista Ángel Pestaña. También intentó proteger, y fracasó, a Pedro Muñoz Seca a quien visitaba en la cárcel regalándole un autógrafo de su joven acompañante y afirmando delante de los milicianos que “…a este solo lo mato yo”. Ante lo que Don Pedro respondía con humor: “Es un honor, Pedrito. Es un honor”.
El Capitán Saltatumbas, que cuando tomaba café en las casas de amigos se llevaba las cucharillas de plata en los bolsillos, no pudo salvarle la vida al insigne autor de “La Venganza de Don Mendo” y sufrió por ello ahogado por el alcohol y su literatura. Su vida de matón en la retaguardia era una gran mentira y Juan Manuel de Prada lo vestía en su novela con máscaras de héroe. Gálvez afirmaba que había que aparentar ser un hombre terrible en la retaguardia para sobrevivir en el Madrid de 1936.
Uno de sus hijos tuvo que aguantar la fama de su padre y enfadado terminó casándose con Paquita, la peluquera con la que su padre se había ido de marcha por el Madrid de 1936. Su nieto Pedro Gálvez (Desarraigo: Memoria de un hijo de los vencidos, 2001) le exculpa de sus crímenes fingidos con razón pero es que ni Franco ni sus acólitos entendieron de literatura, ni del gracejo andaluz…ni de tantas otras cosas. Acusado de ejecutar a personas sin nombre fue fusilado por sus crímenes literarios en 1940 en la cárcel de Porlier (Madrid).