Señores:
Lean ustedes estas líneas o no las lean, sepan que son de mi exclusiva responsabilidad. Si este medio las publica, actúa como eso precisamente: un medio. Se lo digo por si les entra la tentación de «matar al mensajero». (Sé que no lo harán porque son hombres educados y respetuosos). Me sirve tal dicho común para, sin más rodeos, contar lo que tengo que contarles.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraLa independencia de una nación es algo muy serio.
Es tan serio que, como ustedes bien saben, en muchos casos los líderes que han llevado a las naciones a esa independencia -no siempre a un mayor grado de libertad individual, pero ésta es otra cuestión-, esos líderes, digo, han muerto por la causa.
El ejemplo de Gandhi es, quizás, el más conocido. Podríamos remontarnos a Viriato, Cuautémoc o, incluso, Ho Chi Minh.
Sin embargo, ni usted en Barcelona, ni absolutamente nadie en Madrid, señor Rajoy, ha dejado de cobrar el sueldo que les pago con mis impuestos, ni las subvenciones que también salen de mis impuestos y van a los capos de los medios afines a cada uno, ni las mordidas de aquí y de allí, ni los fondos de reptiles y los espías y los pelícanos, en fin, ya me entienden.
Nadie deja de cobrar y nadie deja de vivir por sus ideas. Nadie deja exilios dorados, puestos bien pagados o la casita en la sierra y el coche último modelo.
Los señores de la prensa disparan desde confortables redacciones y los señores diputados desde su escaño o desde el bar del Palace; los profesores, desde cátedras americanas. Y otros incluso van a Misa.
«Una nación cuyo Estado, el español, no defiende la integridad de sus ciudadanos en el vientre materno, es una nación que no merece sobrevivir»
Ustedes lo saben mucho mejor que un servidor.
De los señores de la prensa tengo que oír chulerías madrileñas que no resisten media bofetada a mano abierta; y de los diputados y consellers tengo que soportar que se refieran a sus naciones respectivas y apelen a unidades respectivas y respectivamente se llamen hijos de puta -sin llegar a las manos, claro, no vayamos a mancharnos-.
Pues miren, muy honorables presidentes: una nación cuyo Estado, el español, no defiende la integridad de sus ciudadanos en el vientre materno, es una nación que no merece sobrevivir y merece ser troceada como un feto abortado.
Y una nación, la catalana, que quiere un Estado que va a permitir ese mismo genocidio con sus ciudadanos más indefensos no merece tampoco futuro alguno.
Usted, señor Puigdemont, es cómplice de un genocidio. El señor Rajoy y sus chicas de los espías, también.
No lo digo yo, no, Dios me libre de semejante vanidad.
«El país que acepta el aborto no está enseñando a su pueblo a amar sino a aplicar la violencia para conseguir lo que se quiere. Es por eso que el mayor destructor del amor y de la paz es el aborto”, Santa Teresa de Calcuta es muy clara al respecto.
El distinguido señor Rajoy no puede decirle a usted, señor Puigdemont, nada de integridades, ni de unidades, cuando la unidad vital del cuerpo y el alma se rompe en España cien mil veces al año: cien mil niños inocentes mueren por culpa de leyes inicuas.
Usted, Muy Honorable, ¿quiere mi voto para perpetuar el holocausto de la infancia en Cataluña?
Y usted, señor Rajoy, ¿quiere que impida la división de una nación que ustedes mismos han contribuido a liquidar moralmente desde que Aznar llegó al poder, por no decir antes? No le recordaré sus mayorías absolutas, no es necesario a estas alturas del partido, ¿no cree?
No sueñen con mi humilde apoyo, ni con el de la buena gente de esta patria cainita.
«Son parlanchines a sueldo de alguno de ustedes dos, o de los jefes de ustedes dos: no hilemos tan fino que nos meteremos en laberintos piramidales y esas cosas»
Voy a citar a dos políticos a la vez: Oscar Luiggi Scalfaro, hablando del santo político por excelencia, Tomás Moro.
«Para ser buenos políticos hay que ser, ante todo, personas íntegras y formadas; formadas especialmente en la vivencia según los valores cristianos. De este modo pueden ser fuertes interiormente para poder resistir a las tentaciones del poder. Fuertes con la gracia de Dios, que conquista y que se mantiene con la oración y los sacramentos. Cuando Moro tenía entre manos algún asunto importante o grave, iba a la Iglesia, se confesaba, asistía a Misa y recibía la Comunión. Reconocía que el poder era un don que venía de lo alto.
El poder por el poder es diabólico; es el pecado de soberbia; es, sobre todo, pensar en sí, en la propia carrera, en el propio interés. ¡Lo opuesto al servicio de la comunidad! La formación de la persona forma parte de los derechos y deberes naturales de la familia, es decir, de los padres. Ahora bien, también es un deber primario de la Iglesia, que es madre y maestra, y tiene la tarea de formar integralmente a sus propios hijos.
La responsabilidad de la Iglesia en este campo es grande: ¿quién mejor que la Iglesia puede hacer sentir al cristiano que, como ciudadano, no se puede quedar en casa durmiendo, que el bien común depende de cada uno y que el sacrificio por la comunidad es un deber de justicia? El desafío es grande y necesita personas y sobre todo jóvenes dispuestos a vivir la política como una misión, dispuestos a seguir los grandes ideales del Evangelio, con generosidad y afrontando todo riesgo».
No soy uno de tantos plumillas y tertulianos, más o menos ilustrados, de izquierdas o derechas que, con mayor o menor sutileza, incitan al enfrentamiento social sin moverse de casa, hablando de tanques, trincheras, contención y provocación.
«No voy de farol, caballeros. Yo sí estoy dispuesto a morir por mis ideas»
Son parlanchines a sueldo de alguno de ustedes dos, o de los jefes de ustedes dos: no hilemos tan fino que nos meteremos en laberintos piramidales y esas cosas. Todos asumen, en fin, muy pocos compromisos morales de verdad.
Tan es así la cuestión, distinguidos presidentes, que ni ustedes ni ellos me acompañarían en una huelga de hambre por la defensa de la vida en España, en Cataluña, en Barcelona, en Madrid.
Ni siquiera lo harían por la independencia de Cataluña o por la unidad de una España que nunca ha sido solo peninsular y en la que muchos de la capital jamás han creído.
¿O sí tienen la suficiente decencia, señores presidentes, para rubricar con su vida las convicciones que expresan muy serios en diarios, digitales, radios y televisiones?
No voy de farol, caballeros. Yo sí estoy dispuesto a morir por mis ideas.
Como cualquier testigo de crímenes que claman al Cielo y tenga un mínimo de dignidad y un atisbo de bondad. Solo bondad y dignidad, porque valor no me sobra.
«Ustedes pueden llegar a ser los culpables de un grave derramamiento de sangre que se sume al de los niños inocentes que sus leyes permiten asesinar»
Les concedo la ventaja de que, recogiendo el guante que les lanzo, deleguen en otro el ayuno y el riesgo de morir por la causa.
Mi única condición es que ayunemos juntos en una iglesia católica, frente al Sagrario. La iglesia católica que desee acogernos.
Así podré demostrar que son todos ustedes unos burgueses cobardes con la conciencia vendida al dinero, al poder corrupto y al egoísmo suicida.
Que no les importa la gente sino su poltrona.
Que no defienden a quienes nos defienden, sean Mozos de Escuadra, Guardias Civiles, Policías o soldados.
Que los usan como carne de cañón en sus batallas mediáticas, tan mal montadas, tan burdas.
Ustedes pueden llegar a ser los culpables de un grave derramamiento de sangre que se sume al de los niños inocentes que sus leyes permiten asesinar.
Miren, solo hay una organización en el mundo donde sus miembros lo dejan todo y están dispuestos a morir por la Fe: es la Iglesia Católica.
«Les espero. Y si vienen, tal vez entonces el sol de la justicia brille por encima de cualquier sombra, de cualquier estado, de cualquier nación»
Cualquier cura o religioso sabe que es un mártir en potencia y así lo han aceptado. ¿Y ustedes?
Yo sí creo en la Vida y en la Verdad y en la Libertad. «La Verdad nos hace libres» dice la propia Verdad encarnada en el Hombre de Nazaret.
Cuando se apunten a la huelga de hambre, la iniciaremos juntos.
El plazo expira el 10 de Septiembre próximo.
En el probable caso de que no lo hagan, consideraré que las ideas que defienden son tan débiles, tan banales, tan falsas, tan espurias, que no merecen dar la vida por ellas.
Y tampoco merecen que, convertidas en propaganda barata, molesten con el veneno de la demagogia el buen hacer cotidiano, tranquilo y pacífico, de los españoles todos.
Les espero.
Y si vienen, tal vez entonces el sol de la justicia brille por encima de cualquier sombra, de cualquier estado, de cualquier nación.
Porque, no lo olviden, somos todos hijos de Dios y hermanos en Cristo.
Muy atentamente,
Francisco Segarra Alegre.