Estimado hermano,
Le escribe un católico, como usted, con muchos errores. Por eso no me gustaría que se tomase esta misiva como escrita desde un púlpito de santidad. Creo oportuno aclarar que rezo por su persona y le deseo lo mejor en esta vida, y en la siguiente. Por eso he querido hacerle llegar estas líneas en las que humildemente pretendo reflexionar sobre nuestra misión como católicos en la vida pública y nuestras prioridades.
Pocas semanas después de que nuestro Papa Francisco comenzase su pontificado, respondió a una pregunta de un joven con la cercanía y claridad que le caracteriza para afirmar que «involucrarse en la política es una obligación para un cristiano (…) porque la política es una de las formas más altas de la caridad, pues busca el bien común». Y es que la política no es mala ni buena per se, sino que su bondad depende de los fines que persigue.
Además tenemos que tener presente que nuestra meta no ha de ser otra que la santidad y la salvación de almas, con todo lo que ello conlleva. Y para ello se nos da un tiempo muy limitado que hay que aprovechar bien. Algún día tendremos que responder –tanto usted como yo- ante un Tribunal Supremo algo diferente en el que se nos juzgará, entre otras cosas, sobre cómo hemos gastado –o malgastado- nuestro tiempo.
«Ni mi patriotismo ni su independentismo van a salvarnos ni a hacernos mejores personas»
Una vez expuestos los parámetros entre los que quiero desarrollar mi idea, creo que podemos ir al meollo de la cuestión: el separatismo catalán. Tengo muchos amigos catalanes. Algunos independentistas. Otros no. Otros en el medio sin saber qué pensar o de quién fiarse. A todos ellos les formulo las mismas preguntas honestas.
¿Promover la disgregación de un territorio y la creación de un nuevo estado que sólo quiere parte de la población supone perseguir el bien común? ¿No sería más acorde al concepto de bien común enfocarse en lo que nos une y no en proyectos que tienden a polarizar a la sociedad, a dividir a los propios cristianos? Es más. Como hermano en la fe, me permito hacerle la siguiente pregunta: ¿el separatismo ayuda a su santidad o a la de los que le rodean? Si es así, ¿cómo?
Yo lo tengo claro. Soy español. Amo a España porque amo lo que representa y a quienes la representan –sus ciudadanos. Puede ser un amor instintivo. Lo sé. Y también entiendo que usted debe sentirse catalán por motivos similares. Lo cierto es que ni mi patriotismo ni su independentismo van a salvarnos ni a hacernos mejores personas.
«Durante los eventos relacionados con el referéndum ilegal de independencia, usted debería haber sido consciente de que sus hechos podrían acarrear privación de libertad»
Si me permite, me gustaría continuar con otra tanda de preguntas directas. Imagínese por un momento que nuestras conciencias llegaran a la conclusión de que perseguir la creación de un nuevo estado llamado Cataluña forma parte del «bien común» que debemos perseguir los cristianos. En ese mismo momento, y antes de invertir algo del tiempo escaso del que disponemos en esta vida, tendríamos que preguntarnos: ¿hay alguna otra causa que merezca más la pena y que pueda ayudar a paliar sufrimientos ajenos físicos o espirituales? Me atrevería a responder afirmativamente. Usted ha invertido gran parte de su tiempo a la causa independentista. ¿Se imagina cómo sería el mundo a su alrededor si todo el dinero gastado en independentismo hubiese ido a parar en causas nobles como la ayuda a los que no tienen pan o techo, aquellas madres que tienen que tener a sus hijos solas sin recursos suficientes o incluso los que, en otros países, no pueden acceder a agua potable? Hay personas a nuestro alrededor que no tienen cómo mantener a sus niños. ¿Cree que es más importante gastar dinero en crear nuevas fronteras o en salvar las vidas de nuestros hermanos en el mundo?
Estas cuestiones que le planteo son cruciales para cualquier cristiano, incluyendo a quien le escribe. Pero hay algunas que son más personales y las va a tener que responder más pronto de lo que cree.
Durante los eventos relacionados con el referéndum ilegal de independencia, usted debería haber sido consciente de que el mismo no cabía en nuestro marco constitucional y que sus hechos podrían acarrear privación de libertad, lo que supone estar alejado de su familia. Tengo entendido que tiene dos preciosos hijos. De ellos, conocemos sus espaldas, pues Gabriel Rufián se encargó de utilizarlos para la causa, como hacen esas mafias que se dedican a pedir en la calle con menores, cuando publicó una foto suya en la que se les veía esperando un tren para ir a ver a su padre, a usted. Se lo digo sin acritud, créame. Pero algún día tendrá que explicarle a Lluc y Joana por qué prefirió arriesgarse a estar lejos de ellos para cambiar fronteras de sitio en vez de abrazarles todas las noches y leerles cuentos, que es lo que necesitan y merecen.
Un abrazo de su hermano,
Álvaro de la Peña
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