El Papa Francisco, en diferentes ocasiones, ha hecho un llamado fuerte y claro a los feligreses en cuanto a nuestra participación en política, especialmente a los latinoamericanos. Constantemente, ha hecho énfasis en que necesitamos ver la política como un servicio hecho con pasión; alejándonos de la corrupción, la indiferencia o no participación, el clericalismo y la politiquería. En otras palabras, nos ha hecho una invitación a participar y servir en la política a la luz de nuestra fe, cuyo pilar fundamental es Jesús (un Dios hecho hombre, por tanto, un hombre divinamente virtuoso).
George Weigel, analista político, activista social y uno de mis autores favoritos, en su libro ‘The Cube and the Cathedral: Europe, America and Politics Without God’ expone muy sabiamente: “Por su parte, el número cada vez menor de cristianos en Europa sabe (en algunos casos, tardíamente) por qué necesitan relacionarse con las convicciones de los demás con respeto, y por qué deben defender la libertad del otro: porque es su obligación cristiana hacerlo; porque esto es lo que Dios requiere de ellos. ¿Pero quién, o qué, enseña un sentido similar de obligación a la gente del cubo [los no cristianos, ateos, etc.], las personas para quienes La Grande Arche representa un gran salto de la civilización de [la catedral de] Notre-Dame?».
Luego compara esta idea con una observación paralela de Joseph Ratzinger “argumentando en un ensayo profético que no se puede construir una sociedad humana, justa, próspera y libre sobre los cimientos del escepticismo radical sobre la capacidad humana para conocer la verdad de cualquier cosa y el relativismo radical en ética. Si no hay puntos de referencia morales públicamente reconocidos para debatir el futuro humano, entonces la «sociedad», como generalmente entendemos el término, es simplemente imposible”.
Todo esto es importante porque si como católicos decidimos no involucrarnos en política, alguien más tomará esos espacios. Y generalmente serán personas con valores y principios diametralmente opuestos a los nuestros, personas que no tienen como punto de partida la obligación cristiana de hacer el bien o de buscar el bien común, así como personas que tendrán como base el relativismo ético y no estarán dispuestos a consensuar puntos de referencia morales -porque sencillamente manifiestan que la moral es personal y/o relativa.
Albert Einstein dijo acertadamente que “El destino más elevado del hombre es antes servir que gobernar” y bajo esa premisa podemos constatar que el católico está llamado a involucrarse activamente en política
Quizá no todo católico está llamado a involucrarse en política (lo que no necesariamente implica política partidista), pero todo profesional católico (y en este caso particular todo político católico) está llamado a cumplir con altos estándares de decisión, acción, rendimiento y ejecución. Por tanto, no basta con ser un católico político, si no también un político -completamente- católico.
La introducción del capítulo 8 del DOCAT (una versión para jóvenes de la Doctrina Social de la Iglesia), cuya creación fue liderada por el Papa Francisco, habla sobre ‘Poder y moral: la comunidad política’ y hace los siguientes interrogantes: «¿Por qué la política necesita argumentos, legitimación y un marco ético para poder ser utilizada con sentido y humanidad? ¿Por qué los cristianos no pueden eximirse de la política? ¿Por qué los cristianos han de luchar por la justifica y la libertad de todos? ¿Y por qué los cristianos tienen tanto interés en ser buenos ciudadanos?» Considero que estudiar el DOCAT en general, y especialmente el capítulo 8, puede resultar en un excelente ejercicio católico, ciudadano y político.
Albert Einstein dijo acertadamente que “El destino más elevado del hombre es antes servir que gobernar” y bajo esa premisa podemos constatar que el católico está llamado a involucrarse activamente en política. Si Jesús es nuestro pilar y fundamento, y Jesús ante todo nos llama a servir al prójimo, no solo es necesario ir y servir, sino antes que nada ir y servir como Jesús.
“En todo amar y servir” – San Ignacio de Loyola
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