
Cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca en enero de 2017, se hicieron llamadas urgentes a resistir al nuevo presidente y enfrentarse en las calles a todos los males que él representa.
Sin embargo, estos llamamientos están tan alejados de la realidad cotidiana -y, por supuesto, de la realidad histórica- que ninguna «resistencia» tiene siquiera la más remota posibilidad de mejorar la situación del país norteamericano.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEs mucho más probable que, paradójicamente, empeoren las cosas.
El estado profundo se describe como la situación política que se da en un país cuando algún órgano de poder interno, como las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia, los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, determinadas secretarías administrativas y algunas ramas de la burocracia gubernamental, no responden a las directrices y políticas del gobierno elegido.
De dónde fluye el poder real
En cada nación existe un «estado profundo» de un tipo u otro.
Se excluyen de la definición los «órganos internos» de aquellos grupos con intereses corporativos y financieros tan inmensamente ricos como injustificablemente influyentes en áreas que también les permiten no aceptar el liderazgo político elegido por los ciudadanos, o incluso controlar directa y completamente el poder político civil en su conjunto.
Estos grupos disponen de, y financian a, lo que se conoce como «think tanks», laboratorios para la reflexión y la influencia social y política.
Algunos de los principales «think tanks» en Estados Unidos son:
La Institución Brookings
RAND Corporation
La Fundacion Heritage
Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales
Consejo de Relaciones Exteriores
Fundacion Carnegie para la Paz Internacional
Centro para el Progreso Americano
Crisis Group
Casa de la libertad
El Instituto de Washington para la Política del Cercano Oriente
El Consejo Atlántico
Los «think tanks» son foros en los cuales unos cuantos líderes políticos e intelectuales, activistas de la cultura, periodistas y líderes de opinión, no elegidos por el ciudadano, elaboran y promueven políticas en nombre de sus benefactores. Representan los intereses colectivos de múltiples corporaciones multinacionales multimillonarias, bancos y otras instituciones.
Independientemente de quién ocupe la Casa Blanca, queda claro que las protestas violentas «contra Trump» o cualquier otro político o partido son absolutamente inútiles
A menudo tienen vínculos directos con los medios de comunicación de masas -los llamados mainstream media-, con figuras de esos medios incluidas en los consejos de administración, en los patronatos y en puestos ejecutivos de sus «holdings». (Es innecesario que recordemos quiénes encajan en esta posición en España, quiénes lo han hecho desde 1978 y quiénes están situándose ahora mismo).
Las influencias y tendencias políticas no sólo se conciben, se desarrollan y se promueven dentro de los «think tanks» y sus medios asociados, sino que estas políticas terminan inevitablemente en manos de los grupos de presión corporativos, que a su vez los colocan en manos de los legisladores y del poder ejecutivo de cada nación.
La lista de Fortune 500: el poder
Independientemente de quién ocupe la Casa Blanca, el Congreso, el Senado, o cualquier otro órgano de la administración pública, queda claro que las protestas violentas «contra Trump» o cualquier otro político o partido son absolutamente inútiles.
Porque no se dirigen contra los que mandan, sino contra meros delegados del poder real.
Las compañías de esa lista forman parte, sin asomo de duda, del «estado profundo». Son capaces de ejercer tal influencia debido a la inmensa riqueza no fiscalizada que poseen, así como a su control sobre la satisfacción de las necesidades que la sociedad moderna requiere para funcionar bien. Tienen esta riqueza, a su vez, porque son monopolios indiscutibles en sus respectivas industrias, a las que cientos de millones de personas en todo el mundo compran sus productos a diario.
Para luchar verdaderamente contra el estado profundo, es imperativo eliminar el poder real de sus componentes
Las compañías europeas y americanas que se incluyen en Fortune 500 dominan una buena parte del planeta, con la excepción de los círculos de influencia de Rusia y de casi toda Asia, en particular de China.
Para luchar verdaderamente contra el estado profundo, es imperativo eliminar el poder real de sus componentes. Así, mientras mucha gente cree que la revolución implica quemar ciudades, desplegar banderas y unirse a enormes turbas de rebeldes y manifestantes, la realidad es que el cambio solo puede lograrse con un trabajo duro, paciente y tenaz, eliminando gradualmente las estructuras injustas dominantes y reemplazándolas por comunidades mejores, locales, más pequeñas y más equitativas.
Quizá no hay mejor ejemplo de esto que el relativamente nuevo movimiento agrícola local, resultado de una reacción progresiva contra los monopolios agrícolas globales e insidiosamente injustos, como Monsanto, Syngenta, Bayer, DuPont, Dow y algún otro de menor relevancia internacional.

Esta revolución alimentaria basa su estrategia en redes locales –reales y virtuales-, formadas por millones de personas, productores y consumidores, plataformas de comunicación educativas e informativas, mercados locales de agricultores, granjas y colectivos ecológicos, minoristas locales, productores de agricultura orgánica y otros que se han desarrollado enormemente por muy buenas razones.
En primer lugar, por el beneficio socioeconómico directo que reporta a los que están comprometidos en el cultivo y en la venta. En vez de una compañía multinacional concentrando las ganancias de todo el mundo en manos de un consejo de administración y en los accionistas de su corporación, la agricultura del empresariado local distribuye estos beneficios de manera más uniforme, directamente a las personas que cultivan, procesan y venden los alimentos.
En segundo lugar, están los beneficios para la salud, no sólo de los consumidores, que comen alimentos más limpios, sino también para los agricultores que se ahorran los efectos nocivos a corto y medio plazo del manejo de productos químicos.
Además, en el medio ambiente se evitan los pesticidas, los herbicidas, los fertilizantes químicos, así como la contaminación genética asociada con la agricultura industrializada.
No hay que romper nada: solo dejar de comprarles
Y, finalmente, se destaca el impacto macroeconómico positivo de la agricultura local, que puede protegerse mejor de las fluctuaciones globales del mercado, los desastres naturales y otros factores que tienen un impacto inmenso y devastador en los agricultores atrapados en la cadena del monocultivo industrializado a gran escala.
Los medios de comunicación alternativos están sustituyendo a los monopolios de los «mainstream media», eliminando a algunos de la escena pública y empujando a otros a oscuros rincones de relevancia
Un proceso similar está en marcha en el sector de la comunicación, gracias a las tecnologías de la información, que habilitan a cualquier persona con capacidad profesional suficiente para competir con los monopolios de los grandes medios convencionales.
Los medios de comunicación alternativos están sustituyendo progresivamente a los monopolios de los «mainstream media», eliminando a algunos de la escena pública y empujando a otros a oscuros rincones de relevancia donde luchan desesperadamente para mantener la credibilidad, la rentabilidad y la audiencia.
Hemos considerado dos sectores fundamentales: alimentación e información. Replicar el modelo en otros campos de la actividad humana no parece algo excesivamente complejo ni muy alejado del principio, ya expuesto y contrastado en la vida real, de primar a las comunidades locales.
Si no están convencidos, imaginen estos dos escenarios:
1. Los ciudadanos toman las calles, protestan contra el presidente Trump de turno y sus políticas, incendian sus propias ciudades, agreden a sus vecinos y luchan contra la policía, todo lo cual resulta en detenciones, golpes, insultos, gritos, heridas y lesiones, sólo para terminar en casa quejándose y no cambiar nada.
Porque cuando los ciudadanos que han protestado vuelven a casa, continúan pagando -financiando- de su bolsillo al mismo Sistema contra el que han estado manifestándose: siguen comprando en hipermercados, llenando los depósitos de sus automóviles, comiendo y bebiendo en locales de cadenas multinacionales, perdiendo el tiempo con las pantallas de móviles y tabletas, alimentando así la verdadera fuente de injusticia social: la concentración de la riqueza en manos de los monopolios corporativos y financieros que, en realidad, son los que controlan y dirigen a políticos como Trump, Obama, Rajoy, Iglesias o Macron.
2. Los ciudadanos no rompen nada. Y comienzan a trabajar localmente, consumen productos de su tierra, apoyan a las empresas locales y a los comercios de proximidad, se organizan entre ellos para crear instituciones que gestionen los asuntos de su comunidad local, los pequeños e incómodos problemas reales que el gobierno y las grandes corporaciones se niegan a abordar y resolver porque son poco importantes para ganar las próximas elecciones.
En menos de 10 años, existirá un nivel tan elevado de autosuficiencia en dichas comunidades que no necesitarán el dinero de un Gobierno que las desprecia, ni el de unas corporaciones que las tratan como máquinas de consumir.
Este nivel de autonomía económica sumado al hecho de que no hubo «revolución» de fuego, sangre y balas, atrofiará el poder del estado -por innecesario- y el de las multinacionales -por la competencia local-.
«Primaveras árabes», la contrarrevolución de los ricos
Para aquellos que se engañan a sí mismos creyendo que pueden replicar el dudoso éxito de revoluciones de salón como la Primavera No Violenta de 2011, también bautizada como «Primavera Arabe», necesitan considerar la disección anterior del poder real y luego reexaminar la tal «Primavera» para ver si fue realmente una ‘revolución popular’ o simplemente un cambio de régimen concebido en algunos «think tanks» occidentales, respaldado por potencias extranjeras, alimentado por miles de millones de dólares en comunicación a través de una sofisticada estrategia multicanal, y enriquecida al final con dosis de subversión muy violenta: véanse los casos libio y sirio.
Volver, en fin, al localismo en todos los ámbitos de la vida económica y social de las comunidades; incentivar lo que se denomina desde el poder economía sumergida, que no es otra cosa que el histórico «buscarse la vida» de la calle; potenciar lo propio, lo naturalmente próximo, y ajustarse a ritmos más humanos sin pretender comer frutas exóticas, ni vestir prendas fabricadas muy lejos, en condiciones laborales discutibles.
No hay que dejar, pues, que el gobierno de la Generalitat decida dónde emplazar un polígono industrial en el término municipal de Vacarisses: lo hicieron sobre los más ricos acuíferos de la zona. Y ahora hay escasez de agua en el pueblo. Quiero creer que ningún partido se lucró con el polígono. Pero vayan ustedes a saber.