La corrupción en la clase política es un hecho. Todos los partidos políticos sin excepción tienen en su haber -o en su debe- hechos de degradación personal y de aprovechamiento ilícito del poder que los ciudadanos les prestamos con nuestros votos.
Es obvio que nos escandaliza la malversación de los fondos públicos, bien sea para beneficio propio o para alimentar redes clientelares. Y es bueno que los medios de comunicación pongan el foco sobre ellos, pues para eso la Prensa es el cuarto poder imprescindible en un sistema democrático.
Tan importante es realizar esta denuncia como aguardar a las resoluciones judiciales para defenestrar a quienes son hallados responsables, pues se puede llegar a casos tan crudos como los de Loyola de Palacio o Rita Barberá, que sólo han podido conocer el resultado de las investigaciones que les señalaban desde el otro mundo.
En las últimas semanas se ha producido el tsunami de Cristina Cifuentes, de quien ya hemos explicado que sus motivos más urgentes para abandonar la política no se hallan en los asuntos del máster y del hurto de dos botes de crema, sino en sus políticas liberticidas que han merecido el reproche durísimo hasta de el Tribunal Supremo.
Hay otros muchos casos de corrupción que afectan a la clase política. Ustedes los conocen de sobra y afectan a casi todos.
«Nadie resiste en su biografía el escaner milimétrico sobre el que algunos quieren articular su particular sharia»
Pero más allá de los asuntos realmente graves, hay que recordar que no existen los seres humanos químicamente puros, irreprochables desde todo punto de vista. Sólo desde la fe cristiana se puede predicar esta condición impoluta de la Virgen María y de su hijo, Jesucristo.
Así las cosas, nadie resiste en su biografía el escaner milimétrico sobre el que algunos quieren articular su particular sharia.
Como ciudadanos y electores, y a pesar de que quienes desempeñan un cargo público tienen especiales responsabilidades, no podemos exigir pulcritud perfecta sin asegurar la propia por adelantado, cosa que es imposible.
El pasado mes de diciembre, Luis Peral, político de larguísima trayectoria, publicó una tribuna titulada ‘Otra vida política’, en la que reflexionaba de forma acertada sobre la cuestión.
La extrema judicialización de la vida polítia, señalaba, ha llevado a una proliferación de denuncias que, si bien causan un escándalo y pueden arruinar el desempeño en el servicio público de cualquier representante, en no pocas contadas ocasiones son de difícil comprobación.
«Todos conocemos a personas que, tras ser arrastradas ante la opinión pública por presuntos delitos que nunca cometieron, no han visto su nombre rehabilitado en los medios o en la vida pública al demostrarse la falsedad de la denuncia», explicaba Peral.
Por otro lado, el ahora secretario de la Asociación Familia y Dignidad Humana considera que el régimen de incompatibilidades en ocasiones se configura como una barrera de entrada de talentos que han demostrado en su desempeño profesional altas capacidades de gestión y cualidades personales de liderazgo.
La fiscalización al milímetro hace que sea «cada vez más difícil atraer a la Política a personas bien preparadas y con experiencia profesional, aunque les sobre patriotismo y vocación de servicio público», explica Luis Peral
«Esto empobrece la vida parlamentaria, al dificultar el acceso a la representación política a personas de experiencia profesional y laboral en los sectores económicos y sociales sobre los que deberían ejercer las funciones legislativas y de control del Ejecutivo propias de un parlamentario», abundaba el exsenador.
Añade que «a base de incompatibilidades, publicaciones en internet de rentas y bienes, críticas a la incorporación o reincorporación a la actividad empresarial y fiscalización implacable de la vida familiar es cada vez más difícil atraer a la Política a personas bien preparadas y con experiencia profesional, aunque les sobre patriotismo y vocación de servicio público».
Y concluye, seguramente con razón, que si estas personas decidieran asumir esos riesgos, probablemente «se encontrarían con la oposición de sus familias, testigos del sufrimiento que ha producido en otras esa forma de oposición que busca destruir al adversario».
En este mismo sentido se ha manifestado el polemista Salvador Sostres, quien ha expresado por su propia experiencia que «todos tenemos un vídeo«. Cualquiera que haya estado atento a los medios puede recordar el que él mismo protagonizó y del que, por cierto, se muestra arrepentido.
Peral y Sostres han expresado con acierto y mesura algo que, desde que, desde la primera línea me asalta a la mente como resumen que he tratado de obviar por su falta de elegancia. Sin embargo, disculpen los lectores, en ocasiones, hay que rendirse y recordar, a la hora de juzgar a los demás, con cargo o sin él, que todos tenemos pelos en el culo.
Será porque leí hace muchos años, aquella rima de un volumen titulado ‘Coprógenas’, que contiene una interesante reunión de poemas humorísticos con fondo moral inspirados -pásmense- en (lo diré como hace su autor, sin rodeos) la mierda. Afortunadamente, el que nos viene al caso es el que menos ‘copros’ tiene. Dice así:
A su esposa reprende don Torcuato
porque rompió la pobrecita un plato.
Y olvida este censor intransigente
de la torpeza ajena,
que él mismo, en la comida antecedente,
estrelló por descuido, una docena.
Qué bien dijo Platón: -¡Todos tenemos pelitos en el culo y no los vemos!-
Ya me disculparán Luis Peral y Salvador Sostres el resumen.
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