Cruda realidad / Antifascistas: La Revolución Cultural llega a Estados Unidos

    La extrema izquierda ya tiene una amalgama de marxismo, anarquismo y antiglobalización: son los antifascistas. Pero con ellos puede llegar a Occidente un Estado policial, tan peligroso como el de la China de Mao.

    0
    Miembros del movimiento radical Antifa de los Estados Unidos
    Miembros del movimiento radical Antifa de los Estados Unidos

    Deambular por la red social Twitter es a menudo como entretenerse en un enorme desván donde, junto a un sinfín de objetos rotos, repetidos, vulgares, uno pudiera toparse con verdaderas joyas perdidas entre la morralla inservible.

    Más de una vez me ha sucedido, leyendo los hilos de algún tuitero anónimo -leyendo solo, sí: no suelo intervenir- pensar, con una mezcla de temor y deseo, qué incisivo columnista hubiera hecho. Pero en seguida me corrijo, recordando que de ese modo la sociedad hubiera perdido probablemente un buen médico, ingeniero o abogado.

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

    Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.

    Suscríbete ahora

    Uno de estos a los que me refiero responde al evidente pseudónimo de Philmore A. Mellows, y hoy le he leído un tuit que me viene de perlas para introducir el asunto del que quiero escribir. Escribe el falsísimo Mellows: «Para frenar al islam no es necesario que coincidan opiniones de unos y otros. Es suficiente que coincida lo opinado en público y en privado».

    Y no, no es sobre el islam sobre lo que quiero tratar, sino sobre un hecho que no por evidente tendemos a ignorar: un estado de censura generalizada no precisa de censura oficial. Para imponer el silencio en la opinión publicada no se necesita en absoluto una oficina estatal, ni un lápiz rojo ni multas ni cárcel.

    Por ejemplo, ¿cuántos de mis lectores no preferirían arriesgarse a una multa a perder su empleo?

    Porque ese es uno de los riesgos muy reales a los que se enfrentan quienes expresan opiniones incorrectas, y los casos son demasiado numerosos para citarlos.

    Y no hablo ya de perder el empleo presente, sino de convertirse, directamente, en inempleable; como dicen en las películas de mafiosos, «no volverás a trabajar en esta ciudad».

    ¿Creen que exagero? Investiguen por su cuenta, se lo ruego.

    El CEO de Mozilla,  tuvo que dimitir como jefe de la empresa que había fundado cuando un tuitero alertó de que había apoyado el ‘no’ en el referéndum californiano sobre matrimonio homosexual

    El caso, en 2014, de Brendan Eich, CEO de Mozilla, que comercializa el popular navegador Firefox, es solo uno especialmente sonado. Eich, inventor del lenguaje de programación Java, tuvo que dimitir como jefe de la empresa que él mismo había fundado cuando un tuitero alertó de que había apoyado el ‘no’ en el referéndum californiano sobre matrimonio homosexual.

    Poco importó que, al final, los californianos rechazaran entonces la novedad que luego habría de imponer el Tribunal Supremo: Eich había pecado de pensamiento y tenía que dimitir.

    Por eso, el principal arma de los soplones del régimen es el ‘doxing’, que consiste en piratear cuentas anónimas de ‘desafectos’ para descubrir quién está detrás de ellas y publicar los datos personales: nombre y apellidos, empresa para la que trabaja y dirección física.

    En muchas ocasiones, el afectado tendrá suerte si todo queda en un despido (las empresas son cobardes): no es insólito que muchos en su grupo social le hagan el vacio ni inaudito que algunos justicieros más motivados se animen a un escrache.

    Siendo esto malo, el problema es que la ‘lucha’ del progresista es como la marcha del tiburón: si se detiene, muere; y acaba estallando en espirales de ‘señalización de virtud’ que se resuelven en furia iconoclasta.

    De hecho, los chinos, que algo saben de estas cosas, empiezan a comparar lo que está sucediendo en Estados Unidos -con reverberaciones en todo Occidente- con su atroz Revolución Cultural, una psicosis masiva auspiciada por Mao que se saldó con la friolera de 45 millones de muertos.

    Cartel de promoción de la criminal Revolución Cultural comunista impulsada por Mao.
    Cartel de promoción de la criminal Revolución Cultural comunista impulsada por Mao.

    El fenómeno suele denominarse ‘caza de brujas’ y la cosa funciona así:

    Un agente biempensante, respetado, hace notar una discriminación real o, más probablemente, imaginaria. A este le siguen otros que quieren hacer despliegue de su acrisolada virtud progresista, las más de las veces denunciando a terceros.

    A los culpables de acciones -repito: reales o imaginadas- sigue la acusación a culpables de malos pensamientos, primero a los más evidentes y luego a los dudosos.

    El paroxismo empieza cuando uno sospecha que, si no acusa a alguien de ser una bruja, corre el riesgo de que digan que la bruja es él, y se lanza a señalar a otros como loco. La neutralidad se vuelve inadmisible y el propio silencio se convierte en acusación contra uno mismo.

    La espiral no puede pararse desde dentro, salvo con la extinción. A veces se detiene cuando los amos del discurso llaman la atención sobre un nuevo objeto de odio; otras, como comenta Mellows, cuando un niño grita que el rey está desnudo… y no es inmediatamente apedreado.

    En EEUU los antifascistas deciden quién es ‘fascista’, y entre sus víctimas empiezan a contarse incluso gente que pasaba por allí

    Hoy en Estados Unidos se vive una situación peligrosísima de este tipo, porque no son espontáneos anónimos los que están pidiendo hogueras, sino los medios más serios y los miembros más seguidos de la clase política. Me refiero a la violencia de los llamados (irónicamente, debo suponer) ‘antifascistas’.

    Naturalmente, ellos deciden quién es ‘fascista’, y entre sus víctimas empiezan a contarse incluso gente que pasaba por allí camino de la compra o un tipo con un corte de pelo que hacía pensar que a lo mejor…

    Pero es lo de menos. Incluso en el supuesto de que solo atacaran a los nazis de la peor calaña, a los partidarios de las ideas más repugnantes, darles carta de naturaleza, como hacen ya varios medios de peso, es consentir que el Estado pierda el poder más distintivo que tiene: el monopolio de la violencia.

    Ignoro si nos espera un final feliz, cuando una mayoría reconozcamos en público que lo que nos venden las élites es absurdo y sostenemos lo contrario en privado, y nos echemos luego unas risas a cuenta de lo tontos y cobardes que hemos sido; o si al magnífico experimento americano, después de todo, le aguarda un final chino.

    Comentarios

    Comentarios