Atención, pregunta: ¿cuáles son las principales causas de los ataques terroristas que se multiplican en los últimos días? Si su respuesta es «los musulmanes», tengo que censurarle seriamente por su falta de sofisticación y tacto y felicitarle por su refrescante inmunidad a lo políticamente correcto.
Las palabras. Occidente va a morir por no saber nombrar las cosas, por no ver lo que tiene delante de las narices, por preferir invariablemente lo que queda bien en sociedad, lo que suena suficientemente complejo que lo que un nino de seis años puede apreciar sin problemas.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraManda narices que la mejor civilización que han conocido los siglos vaya a irse por el desagüe porque somos incapaces de llamar al pan, pan y al vino, vino.
Recuerdo haber leído, hace ya bastante, en el diario La Razón un titular que anunciaba que «un español» se había convertido en tal o cual dirigente no sé si de Al Qaeda o del ISIS, y siendo caprichosa la mente humana imaginé a un Manolo o un Pepe mandando comandos yijadistas en sus terribles misiones suicidas. Naturalmente, no había tal, se trataba de un «ibn» no sé qué, como Alá manda, originario de algún país del Maghreb, que había recalado en nuestro país y había conseguido la nacionalidad en él.
Hoy, jueves 4 de agosto, un joven ha vuelto a atacar, esta vez en Londres, con el resultado de un muerto y varios heridos. Después de la pausa de rigor para que especulemos que se trata de un sajón partidario del ‘brexit’ que quiere expresar todo su negro corazón en una matanza de extranjeros, nos dicen que es un noruego.
El peor pecado que se puede cometer en buena sociedad en el mundo moderno es darse cuenta, advertir patrones, notar cómo son las cosas. Antes la muerte que extrañarse de que un noruego, un Sven o un Ingmar de toda la vida, vaya por Londres asestando cuchilladas mortales. Pero yo tengo fama de ser una pésima ‘socialite’ y mi marido me teme cuando estamos en un grupo de desconocidos, y por eso me lo he preguntado.
Ya estamos otra vez con las palabras que se usan para confundir más que para aclarar: en un mundo sensato, regido por el sentido común, cualquiera diría «un somalí con pasaporte noruego»
Y no, es un «noruego de origen somalí». Y ya estamos otra vez con las palabras que se usan para confundir más que para aclarar: en un mundo sensato, regido por el sentido común, cualquiera diría «un somalí con pasaporte noruego», y apuesto diez contra uno que el propio autor del ataque se definiría más bien así, salvo que esperase alguna prestación social a cambio.
No nos hagamos una película: nuestra época está lejísimos de ser la era de la razón con la que soñamos. Cada tiempo tiene supersticiones, y nosotros tenemos las nuestras. Una de las más comunes, especialmente cara a los franceses, es la de que un apunte en un registro convierte mágicamente a un somalí con padres somalíes, nacido en Somalia y criado entre somalíes con creencias somalíes en un noruego tan perfecta e indistinguiblemente noruego como Edvard Grieg. Se diría que la posesión de un pasaporte llena a nuestro hombre, con sus milenios de ‘somalidad’ a sus espaldas, de soles de media noche en los fiordos y recuerdos de la caza de la ballena.
Es un poco, si quieren, eso que nos vendía hace años José María Aznar con el nombre de ‘patriotismo constitucional’, la idea de que el amor a la patria, la esencia misma de la españolidad, era como la lealtad a un contrato, como si todos los sutiles significados que evoca la palabra «hogar» debieran darse de lado en favor de una veneración al contrato de la hipoteca.
Podría decirse que todo el conflicto que empieza a librarse en Occidente fuera entre quienes tienen esa adoración fetichista por los papeles y quienes creen que un país, una cultura, una civilización, es bastante más, bastante más complejo e irreductible, un entramado de lealtades, historia vivida, usos y referencias comunes demasiado abrumador para describirlo en una mera firma.
Venía a decir Chesterton que uno lucha por su país porque le da pereza definirlo. Quizá me haya excedido en la paráfrasis, posiblemente, pero creo apreciar en Europa -también en Estados Unidos, aunque allí el caso es más complejo- cierta desesperación creciente entre los europeos de toda la vida ante la farsa que los literalistas de la globalización quieren hacernos tragar.
La cosa no va a menos, sino a más, y por mucho que se esfuercen los medios todos acabamos viendo que esos ‘locos’, ‘frustrados’, ‘afectados de estrés laboral’, ‘discriminados’ o ‘víctimas del bullying’ comparten mucho entre sí y solo un barniz, si acaso, de nuestra cultura común.