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Cruda realidad / Cinco lecciones que podemos aprender de la victoria de Trump

Donald Trump y Mariano Rajoy /Wikimedia

Donald Trump y Mariano Rajoy /Wikimedia

Ganó. Poquísimos lo esperaban; nadie en la ‘prensa seria’ (que debe de estar todavía recogiendo del suelo los dientes).

Trump ganó contra viento y marea, con la oposición de todos los poderes fácticos -establishment político, medios, universidades, cultura, Hollywood, Wall Street, ONGs, organismos internacionales, multinacionales- e incluso contra los pesos pesados de su propio partido, el republicano.

No importa que a usted le repugne Trump, que abomine del personaje, que le den arcadas de solo mirarlo. En serio, no tiene nada que ver. Ha ganado, ha vencido en condiciones inverosímiles, y las lecciones que pueden extraerse de su victoria hay que aprovecharlas.

Hablo de la opinión católica, aunque también puede aplicarse a la opción conservadora o a una mezcla de ambas. Reconozcámoslo: somos un fracaso. Los partidos que nos cortejan no han dejado de traicionarnos alegremente, y si tuviésemos que hacer un inventario de nuestros logros tendríamos que mostrar las manos prácticamente vacías. Sí, un boicot aquí, una demanda ganada allá: cacahuetes, nada que haya detenido más de un segundo la abrumadora marcha de la cultura de la muerte.

Y esa sería la primera lección:

1.- No juegues a la defensiva

No hace falta ser Sun Tzu para entender que un ejército que sale a defenderse al campo de batalla pierde siempre, indefectiblemente. Puede ser derrotado inmediatamente. O, si sus defensas son realmente buenas, puede aguantar algo más. Pero esa propia mentalidad hará imposible o ineficaz el contraataque, y sin derrotar decisivamente al enemigo no hay victoria, solo derrota diferida, lenta.

Y, oh, cuánto hemos jugado, estamos jugando a la defensiva. Visto desde fuera -y he tenido, créanme, ocasión de haberlo visto desde fuera- el bando de la vida, el bando contrario a la cultura de la muerte, el nuestro, parece tener como lema «Virgencita, que me quede como estoy».

Reaccionamos ante cada ofensiva, sí, tratando de contrarrestarla, pero es como luchar contra la marea, que siempre vuelve. Esta ‘victoria’ que logramos hoy contra tal o cual medida intrusiva y tiránica es pírrica, porque no hay contraataque y sí lo habrá, siempre, de su lado.

No somos unos tristes que solo quieren conservar. Tenemos una visión del mundo, del hombre y la sociedad que creemos firmemente cierta y, por tanto, buena para todos. Ataquemos con ella. Hagámosla atractiva. Juguemos al ataque.

A Trump se le ha criticado acerbamente por su agresividad. Pero, si se paran a pensarlo, esta ha consistido básicamente en hacer lo que estamos acostumbrados a que haga la progresía rutinariamente: atacar, proponer una visión distinta y no callarse ni avergozarse de ella.

Todas las leyes de ingeniería social de Zapatero, a las que en su día el PP se opuso con fervor retórico, siguen ahí, como el dinosaurio de Monterrosso

2.- Aprendamos a amar la victoria… Y a usarla

¿Se han dado cuenta de que la derecha ‘oficial’ no sabe qué hacer cuando gana? Es como si no se lo acabase de creer, como si, aunque tenga mayoría absoluta, esté íntimamente convencida de que son usurpadores; en el mejor caso, sustitutos cuya verdadera labor es calentarle la silla a la izquierda, su legítimo propietario.

Miren, por favor, lo que ha hecho nuestra derecha con su mayoría absoluta: nada. Déjenme repetirlo: nada. Todas las leyes de ingeniería social de Zapatero, a las que en su día el PP se opuso con fervor retórico, siguen ahí, como el dinosaurio de Monterosso.

Piensen lo que les dé la gana de Trump: su visión ha sido siempre positiva, clara, definida. Él decidía los términos del debate y el ciclo informativo porque tenía -tiene- muy claro qué hacer  cuando gane.

3.- Dejemos de tratar de complacer a ‘los otros’

Somos tan corteses, tan considerados, tan timoratos, que en el poder parece importarnos más qué puedan pensar nuestros rivales de nosotros que lo que desean -anhelan- nuestros seguidores.

Seamos implacables, como lo es la izquierda. No se trata de dañar a nadie, sino de proponer un modelo que creemos bueno para todos; ¿por qué vamos a tratar de hacernos querer por los otros? ¿Alguna vez han visto a un partido ‘progresista’ buscar el aplauso de sus enemigos?

Como personas, serán lo más y merecen nuestra consideración, respeto e incluso amor. Como agentes de la cultura de la muerte deben ser combatidos de forma implacable.

Si discutes con un caníbal, acceder a comerte solo los brazos y las piernas del misionero no sirve a nadie: el caníbal seguirá siendo tu enemigo y tú te habrás convertido en algo muy similar, solo que más hipócrita.

Si un nino antes de nacer es un ser humano vivo, su vida es sagrada, por completo, radicalmente. Transigir en eso es revelar que no lo crees o que eres un monstruo. Y si no es un ser humano, estás siendo una pura molestia y un apuravidas. No hay término medio.

Uno de los aspectos más sorprendentes de la campaña de Trump ha sido que en ningún momento ha dado la impresión de tener en cuenta la visión de los otros para explicar la propia. Y, por Dios, ha funcionado.

4.- Las derrotas son para aprender de ellas, no para repetirlas

La derecha recuerda a lo que se decían de los Borbones después de la Revolución, que no han olvidado nada y no han aprendido nada. La derecha no ha hecho más que perder, que retroceder, desde que existe y aunque ‘gane’.

Porque la victoria de un partido no es la victoria de una visión si no la aplican. Para quienes tenemos una visión del hombre y de la vida social basada en la antropología cristiana, la victoria de unas siglas no es una victoria, siquiera parcial, de nuestro bando si en la práctica supone una cesión integral al campo contrario.

Es inconmensurablemente idiota, pero parecemos incapaces de salir del camino trillado, quizá porque nos da miedo ganar

No podemos perder una y otra vez y otra vez y, en el siguiente encuentro, repetir milimétricamente lo que nos llevó a la última derrota. Es inconmensurablemente idiota, pero parecemos incapaces de salir del camino trillado, quizá porque nos da miedo ganar.

El Partido Republicano de EEUU es idéntico en este sentido. Elección tras elección, los conservadores sociales lo han votado con la esperanza de dar marcha atrás a la locura, a la disolución de la familia, al avance implacable de la cultura de la muerte.

Pero luego son elegidos y actúan como si no. No han aprendido absolutamente nada, no hemos aprendido absolutamente nada.

Trump no ha cometido ese error, ha aprendido no solo de las derrotas constantes de la derecha social, sino también de las victorias de sus enemigos. Lo que hace sorprendente, escandaloso, el mensaje de Trump no es que proponga medidas enloquecidas.

El muro existe ya, ampliado por Bill Clinton; deportar ilegales se hace todos los días -la Administración Obama tiene el récord hasta ahora-, e incluso impedir selectivamente la inmigración lo hizo Carter con los iraníes, sin que nadie se echara las manos a la cabeza.

Si nos sorprende y escandaliza es porque no estamos acostumbrados a esa firmeza en la derecha, esa claridad sin complejos que la izquierda aplica rutinariamente.

El expresidente de los EE UU, Bill clinton /Wikimedia

5.- La economía importa un pimiento

Insisto: el programa económico no importa nada, cero, nihil, nothing, rien. Si es usted, lector, conservador solo por lo económico, deje de leer.

O, mejor, siga leyendo y tome nota. No es que la economía en sí no importe; es que el modelo ya está acordado, no divide realmente a progresistas y conservadores.

Vivimos muy bien, no hay hambre, fuera de la retórica podemita, y que las cosas vayan mejor o peor va a depender del ciclo económico o, a la larga, de asuntos que no tienen directamente nada que ver con la economía, como es la demografía.

La economía irá razonablemente bien si la sociedad va bien. Pero no vamos a acabar con el intervencionismo votando derecha, como no vamos a acabar con las empresas y el mercado votando izquierda. No se me distraiga.

Trump ha indignado a la plataforma tradicional republicana al no insistir en recortes de impuestos a las empresas o, peor, oponiéndose a medidas liberales como la deslocalización industrial, como si Estados Unidos no hubiera prosperado con sus fábricas en territorio nacional o no tuviese riesgos contar con una mano de obra exclusivamente centrada en el sector servicios.

En serio, no es la guerra importante, nada más allá de una escaramuza menor. Los pueblos sin visión, dice la Biblia, mueren. No habla para nada de los pueblos con un moderado crecimiento del PIB.

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