Cruda realidad / Cuando se apagan ‘els sonriures’

    Difícilmente se encontrará 'casting' menos verosímil para una revolución, con o sin sonrisas: los trajeados, aburguesados, adinerados, y corrompidos dirigentes catalanes. No se lo creen ni ellos.

    0
    Jordi Pujol Carles Puigdemont Artur Mas y Oriol Junqueras
    Jordi Pujol Carles Puigdemont Artur Mas y Oriol Junqueras

    No es Friedrich Nietzsche exactamente santo de mi devoción, pero hay que reconocer que el hombre tenía puntos, como cuando dijo que la locura, relativamente excepcional en los individuos, es en cambio común en las sociedades.

    Nada se acaba de entender de lo que vemos si no partimos de esa sencilla premisa: nuestra sociedad ha enloquecido. Es aceptarlo y todo encaja; rechazarlo y nada se puede entender.

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

    Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.

    Suscríbete ahora

    Caso en punta, Cataluña. Miren, háganme el favor, fotos de los tipos que están detrás de ese disparate que llaman ‘la revolución de las sonrisas’ (la revolució dels sonriures), que acabará en lágrimas como no recobren pronto el juicio.

    Miren  fotos de Puigdemont, de Junqueras, de Artur Mas, de Homs: No verá el lector descamisados sin nada que perder

    Miren, digo, fotos de Puigdemont, de Junqueras, de Artur Mas, de Homs. No verá el lector descamisados sin nada que perder, solo sus cadenas; no verá asociales y marginales, no verá al prototipo de rebelde ni al injustamente maltratado por la vida que, comprensible si no justificablemente, se enfrenta al poder constituido que le aplasta.

    No: verá, en cambio, burgueses satisfechos, hombres grises de poder y corbata, gente de orden y plan de pensiones y casita en la Costa Brava. Difícilmente se encontrará ‘casting’ menos verosímil para una revolución, con o sin sonrisas.

    Pero ahí los tienen, pidiendo directamente la insurrección, invocando a la rebelión cívica. Desde la poltrona, directamente desde el despacho, con el coche oficial en la puerta. ¿Cuándo se ha llamado a las armas contra el orden constituido desde un cargo del Estado?

    Ya estamos bien metidos en el siglo, pero hay algo de finisecular en todo lo que vivimos últimamente, de fin de época, de farsa después de la tragedia, de opera bufa con toques dalinianos. Algo que acaba, y acaba en un festival del absurdo.

    Hay un paralelismo inescapable con esos revolucionarios de opereta, esos proletarios de ‘tarjeta black’, con su desangelada y torpe comedia decimonónica, los asamblearios de Podemos.

    Hay en las dos escenas cierto aire de inverosimilitud, de compañía teatral fracasada que se sabe las frases y recuerda los gestos pero los repite mecánicamente, sin convicción, a destiempo, sin siquiera el atrezzo adecuado.

    Fue cómico cuando Puigdemont quiso encargar a alguno de los suyos la responsabilidad del desafío y todos se llamaron andana, pidiendo ‘garantías’ de que su patrimonio no sufriría perjuicio.

    ¿Alguna vez ha conocido una revolución así, unos libertadores preocupados de que no peligre su pensión ni corran riesgo sus pesetas? ¿No es para reír?

    Locos, todos locos. Locos los millones de catalanes, famosos en toda España por su ‘seny’, su sensatez y prudencia y moderación, hablando de cadenas, de tiranía, de mordaza y opresión, y haciéndolo libremente y a todas horas, con diarios subvencionados y televisiones propias.

    Leo hoy que la Generalitat llama a la rebelión ciudadana, un titular que nadie creería fuera de una publicación satírica, y esta es una de las pruebas de esa particular ceguera que aflige a los líderes de las sociedades que se han vuelto locas.

    Piden que se desobedezca la ley y si cumplen algún día su objetivo, ¿esperan ser puntualmente obedecidos? ¿Por qué?

    Porque, ¿cómo cree esta gente que va la cosa? Piden que se desobedezca la ley, empiezan ellos dando y ejemplo y, si cumplen algún día su objetivo, ¿esperan ser puntualmente obedecidos? ¿Por qué?

    Se han pasado ya años saltándose la legalidad y ahora piden abiertamente la desobediencia. ¿En serio no se dan cuenta de cuál es la consecuencia evidente?

    Si desobedecer a una autoridad con la que no se está de acuerdo es legítimo, ¿por qué iban a obedecerles a ellos esa casi mitad -más o menos, según las encuestas- que no está de acuerdo?

    Incluso los suyos, los más forofos de la independencia, ¿por qué habrían acatar las leyes que no les gusten, si sus líderes se han quedado afónicos alabando la desobediencia?

    No es difícil responder a estas preguntas: porque en la Cataluña independiente, como en cualquier otro Estado, se coaccionará, y a la ‘sonrisa’ le sucederá el palo.

    Comentarios

    Comentarios