El otro día entraron en España, vía Ceuta, unos seiscientos africanos en un ataque organizado y violento, con cizallas, heces y cal viva, hiriendo a varios agentes. ¿Qué tal suena? Hace años, una noticia así se hubiera entendido como un ataque, una invasión de nuestro territorio en toda regla.
Hoy, en cambio, estamos anestesiados por un estamento político y mediático y toda la discusión queda en si debemos o no recibir con un ramo de bienvenida a todo africano que llegue a nuestro país. Ahora, este asunto plantea tres tipos de problemas o debates que no tienen nada que ver entre sí.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEl primero es si no resulta ingenuo pretender que sociedades consolidadas y antiguas puedan recibir poblaciones de origen cultural y geográfico remoto en grandes cantidades sin que se produzcan graves problemas. Yo opino que no, y lo he glosado en más de una columna.
Los dos partidos, demócratas y republicanos, tenían sus propias razones para desear el flujo constante de ilegales procedentes de México
Luego está el problema para los países africanos, algo que, al parecer, aquí en Occidente no importa absolutamente nada, porque toda nuestra empatía tiene ese tonito supremacista de quien ve «negritos» a los que ayudar, pobres, en lugar de ver a personas que tienen que tomar la trágica decisión de abandonar todo lo que conocen, patria y familia y amigos, endeudarse para ponerse en manos de un traficante de personas y vaciar su país, ya pobre, sin su recurso más vital, sus jóvenes.
Pero hay otro, uno que debería alarmar incluso al más utópico liberal partidario de que desaparezcan todas las fronteras: el mensaje que transmiten estas noticias de que saltarse la ley tiene premio. O, al menos, no se castiga. Fue la hipocresía monumental que aprovechó Donald Trump para hacerse un hueco en la política norteamericana y agrandarlo hasta el punto de alzarse con la Presidencia.
La cosa va así. Los dos partidos, demócratas y republicanos, tenían sus propias razones para desear el flujo constante de ilegales procedentes de México. Lo demócratas quieren, sobre todo, votantes. Como juegan a las tribus, los ilegales, una vez hecho legales a través de alguna de las ‘amnistías’ periódicas, se convertían en un ejército demócrata tan leal como se pueda desear.
la clase política, demócrata y republicana, prefiere mantener la ley e ignorarla
Por su parte, los republicanos respondían a sus donantes, más que sus votantes. Los empresarios, sobre todo los pequeños empresarios agrícolas y de hostelerías, favorecían la llegada de unos empleados que no podían quejarse de las condiciones laborales, al ser ilegales, que cobraban una miseria y que ayudaban a ‘moderar’ los salarios en general.
Por C o por B, ambos grandes partidos querían que los mexicanos siguieran pagando a los ‘coyotes’ y arriesgando la vida en un azaroso viaje a través del desierto. Entonces, ¿por qué ninguno de los dos abogaba, sencillamente, por abrir la frontera, sin más? Eso lo haría todo más fácil y civilizado y salvaría muchísimas vidas.
Y ahí está el quid. Ambos partidos saben que el votante jamás admitiría eso. Como dice Trump, sin que nadie pueda contradecirle, un país sin fronteras no es un país. Así que la clase política, demócrata y republicana, prefiere mantener la ley e ignorarla.
Ahora, piensen bien qué significa que los mismos encargados de hacer las leyes y aplicarlas condonen su vulneración cuando conviene a sus intereses. Es corrosivo. Es mortal para cualquier sociedad. Sin respeto por la ley, todo se viene abajo, porque no hay razón para obedecer esta ley y desobedecer esta otra, al gusto. Y cuando son los gobernantes los que no la respetan, ¿cómo pretender que lo hagan los ciudadanos?
La violencia funciona; saltarse la ley, si es con una causa vendible para la izquierda, compensa y, lejos de castigarse, tiene premio
Y esto es lo que tenemos con Pedro Sánchez. Tras la invasión, Sánchez se ha preocupado por los invasores, no por los agentes heridos. De igual forma, los separatistas catalanes, lejos de moderar sus desafíos fuera de la ley aunque solo sea para no dejarle en mal lugar y negociar bajo mano, le humillan públicamente prometiendo abiertamente saltarse la ley, mientras Pedro traga saliva y aguanta.
Otro tanto hay que decir del asunto de los taxis. No entro para nada en el fondo del asunto, ni sé si tienen razones legítimas para sentirse agraviados ni trato de argumentar a favor o en contra de la competencias de Uber y Cabify, no ahora ni aquí. Pero es evidente que el asunto era el mismo hace una semana, y es hoy cuando su Gobierno cede, sencillamente porque los taxistas han convertido el tráfico de las grandes ciudades en un infierno.
Es decir, el mensaje que transmiten alto y claro es: la violencia funciona; saltarse la ley, si es con una causa vendible para la izquierda, compensa y, lejos de castigarse, tiene premio.
A corto plazo, todo eso puede valer. A la larga, es instilar el desprecio por la legalidad, lo que equivale a fiarlo todo en la fuerza. Bienvenidos a la barbarie.