De que sea así o asá, de sus inclinaciones y aptitudes, van a depender probablemente cosas de peso para el mundo.
Pero desde su irrupción en la vida política he observado en muchos de mis colegas un punto algo frívolo, como de revista del corazón, en la disección obsesiva y maniática del personaje, como si en sus hábitos alimenticios o en sus preferencias sexuales, su grosería o sus salidas de pata de banco fueran a hallar el secreto del terremoto político que acompaña su llegada a la Presidencia de Estados Unidos.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.
Suscríbete ahoraPersonalmente, prefiero estudiarlo como un agujero negro, es decir, por las reacciones que provoca en los ‘cuerpos circundantes’.
Miren, yo soy una oscura periodista del montón, experta en nada y bastante más hábil con la olla que con la pluma.
Pero observo perpleja qué poca perplejidad causa a muchos de mis compañeros las evidentes contradicciones de nuestro tiempo, de las que Trump es un significativo síntoma, pero no la causa. Centrarse demasiado en el personaje confunde más de lo que ayuda. Creo.
La victoria de Trump sería una monstruosidad si no viéramos al mismo tiempo a los britanicos votando mayoritariamente para salirse de la UE y a Marine Le Pen como candidata a la presidencia francesa con mayor intención de voto
Porque Trump -su victoria, quiero decir- no es una monstruosidad, en el sentido de un caso único salido de la nada. Lo sería, quizá, si no viéramos al mismo tiempo a los britanicos votando mayoritariamente para salirse de la UE en contra de la opinión de todos los respetados expertos y las instituciones, a Marine Le Pen como candidata a la presidencia francesa con mayor intención de voto o al ‘naziultraextremista’ FPÖ como principal fuerza política en Austria.
¿No es obvio que aquí está pasando algo mucho más grande, más significativo, que los chistes de pésimo gusto sobre Melania Trump (muy Jackie Kennedy, por cierto, en su modelo de Ralph Lauren)?
Veamos. Tenemos una izquierda radical en todo el mundo que lleva años montando marchas más o menos ruidosas, más o menos violentas, más o menos pintorescas en todo el mundo contra la globalización, contra la oligarquía financiera, contra ‘Wall Street’, contra la deslocalización…
Y cuando eligen presidente de EEUU a un sujeto al que se oponen todos los financieros mundialistas, que tiene al globalismo como primer enemigo y que lo primero que hace es retirarse de esos tratados internacionales que tanto indignan al rojerío, se lanzan a la calle a quemar coches y romper cristales –algo que, como todo el mundo sabe, es el modo más eficaz para acabar con el capitalismo– en una ciudad que ha votado abrumadoramente en contra de dicho tipo y en la que se concentran todos los poderes que esa izquierda dice odiar.
Tenemos que creer que la izquierda radical es la clase obrera, la ‘gente’, contra la ‘casta’. Pero nadie se pregunta por qué la supuesta ‘casta’ ha votado como un solo hombre por Hillary Clinton y «la gente», por Donald Trump.
Nadie da, en fin, una de las grandes noticias de nuestro tiempo, que sería titular a un cuerpo gigantesco en todos los diarios si la actualidad relevante fuera realmente de lo que trata el oficio: ¿por qué la izquierda ha perdido la clase obrera?
No me crean a mí, miren los números. En Austria, más del 80% de los obreros manuales -lo que Marx llamaría ‘proletarios’- ha votado por el ‘nazi’ Hofer, mientras que el apoyo mayoritario de su rival y eventual ganador, el ‘verdirrojo’ Van Ballen -de estirpe aristocrática, lo que también es bastante típico- hay que encontrarlo entre universitarios y funcionarios. ¿Por qué no es esto portada?
¿Por qué no es portada que quienes han aupado al Frente Nacional fueron originalmente los barrios obreros de Marsella, que la clase alta británica se opuso en bloque al ‘Brexit’?
¿Ninguno de esos radicales que tiran cócteles molotov se pregunta si no estará haciendo el imbécil al defender lo mismo que Goldman Sachs o George Soros?
¿Qué rebeldía es esa que te alinea junto a todos los medios de comunicación poderosos, voces de sus amos?
Sobre todo, para mantenerme un poco en el filo de la actualidad: ¿qué callos está pisando Donald Trump para que la oposición sea tan cerrada, tan unánime, tan universal y tan salvaje?
Responder a estas preguntas nos llevaría a entender el mundo y la escena política internacional bastante mejor que leyendo -o escribiendo- el enésimo artículo estableciendo absurdas analogías entre el magnate inmobiliario y Atila el Huno.
Las dos bombas que dejó caer Trump: que América no va a seguir defendiendo fronteras ajenas y que no va a permitir que las empresas internacionales decidan la política americana
La respuesta puede encontrarse tirando del hilo de un par o tres de mensajes que, semiocultos en la hojarasca retórica imprescindible en cualquiera de estas alocuciones, dejó caer Trump el viernes en su discurso como bombas sobre el consenso mundial.
A saber: que América no va a seguir defendiendo fronteras ajenas y que no va a permitir que las finanzas y las empresas internacionales decidan la política americana. Lo demás es paja.
¿Que es un disparate, una locura? ¿Que no se puede dar marcha atrás, que esa política llevaría al caos mundial y al empobrecimiento? Ahí no entro. No tengo suficiente imaginación como para dedicarme a fondo a la economía. Quizá.
Pero si es una locura, es la locura que la izquierda lleva décadas diciendo defender; si es un disparate, es el disparate que repetían de un modo u otro en cientos de miles de pancartas y discursos.
Y, ahora, cuando el líder del país más poderoso del planeta está de acuerdo, la izquierda se lanza contra él con una furia y una violencia inusitadas.
Debería hacérselo mirar. O deberíamos los demás sacar las conclusiones evidentes.