¡Albricias! ¿Quién ha dicho que ya no suceden milagros? La patria de la banca, Suiza, ha actuado sobre la prófuga Anna Gabriel a modo de Lourdes secular, y gracias a la acción benéfica de los puros aires alpinos hemos descubierto que debajo de la ‘cupaire’ ceñuda de gesto perpetuamente agrio y ofendido y peinado de hachazo había una mujer que, oye, resulta agradable.
Nuestra esperanza no es tanta como para confiar en que se nos vuelva Heidi, pero hay que advertir que no se trata solo del pelo, ahora en una vistosa y femenina melena sospechosamente limpia, sino del gesto y el tono. No sé, quizá la cara siempre avinagrada con que nos ha obsequiado estas pasadas legislaturas fuera consecuencia de una dolencia crónica que los aires ginebrinos han logrado sanar súbitamente, pero se la ve tan sonriente y relajada, tan suelta en su francés de niña bien, que tengo que mirar continuamente el cartelito con su nombre en la parte de abajo de la pantalla para convencerme de que estoy ante la misma persona.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraPero hay otra explicación, menos romántica pero más simple, de esta tan agradable transformación, y me decanto por ella: era un disfraz.
Utillería, si se prefiere, atrezzo. Sospecho que no estamos viendo a un Anna Gabriel transformada por Suiza, sino liberada por ella; que es, en definitiva, la auténtica, y que si nos sorprende tanto es porque llevamos mucho tiempo viendo el personaje caracterizado hábilmente de perroflauta antisistema.
«Esa fealdad que tira para atrás es buscada, no fruto del descuido o, mucho menos, la pobreza. Esos modos desabridos y barriobajeros resultan tan impostados y falsos como el acento ‘finolis’ de un nuevo rico»
Dicen que la distancia es el olvido; no sé, pero en este caso la distancia ha supuesto cierta liberación. Oh, por supuesto, en la entrevista sigue hablando de persecución política y de su caso y todo lo demás; nadie espera que una periodista suiza vaya a preguntarle por el peinado o el cambio de ‘look’. Pero aun cuando el fondo de su mensaje fuera ese, la forma se aleja tanto como es posible de la cupaire enfurecida. No reivindica, no amenaza, no lloriquea: expone con cierta delicadeza de expresión y, como hemos dicho, un francés admirablemente fluido.
En nuestra época, y más especialmente en nuestro país, el nacionalismo, asunto de burgueses satisfechos decididos a no seguir financiando a ‘foráneos’ pobres, se ha lanzado de lleno en brazos de la izquierda antisistema, imitando en casi todo su lenguaje de barricada y rebelión. En el caso de la Gabriel, esto es doblemente cierto, porque la CUP es una versión separatista de Podemos, aún más asilvestrada y antisistema.
Por eso lo que otras veces hemos dicho sobre Podemos vale para el caso: hacen un papel. Esa fealdad que tira para atrás es buscada, no fruto del descuido o, mucho menos, la pobreza. Esos modos desabridos y barriobajeros resultan tan impostados y falsos como el acento ‘finolis’ de un nuevo rico.
«Suiza ya puede, desde ahora, presumir de haber transformado a la feroz cupaire en una agradable y relativamente atractiva mujer. Unos meses más y es Heidi»
Se supone que eso debe acercarles al mítico ‘pueblo’, a la clase obrera. Pero eso es simplemente un insulto a la clase trabajadora, que tiene tanto empeño como cualquiera en vestirse para agradar y que si no viste mejor es porque no puede permitírselo.
Sobre todo, un trabajador, una persona con un empleo para alimentar a su familia, no puede permitirse ir hecho un guarro. Alguien definió una vez en mi presencia la corbata como el dogal del esclavo moderno; quizá sea exageración, pero no hay duda de que son legión quienes la llevan por obligación laboral.
Hoy son los ricos los que pueden permitirse ir hechos unos adanes, con aspecto de alimentar una nutrida y próspera colonia de piojos en el pelo. Es Gates el que puede ir por ahí en bermudas y polo; son los magnates de Silicon Valley quienes pueden permitirse el lujo de no llevar bolsillos, porque detrás siempre tienen alguien, vestido de punta en blanco, que les lleva los documentos y el dinero.
De Suiza se ha dicho siempre que no ha aportado otra cosa al mundo que el reloj de cuco. Ya puede, desde ahora, presumir de haber transformado a la feroz cupaire en una agradable y relativamente atractiva mujer. Unos meses más y es Heidi.