Para quienes, como yo misma, asisten perplejos a las respuestas inanes, pasivo-agresivas, del Estado al abierto secesionismo de la Generalitat, quizá sea provechoso echarle un vistazo al vídeo de la alocución del pasado miércoles de Jean-Claude Juncker, ese tipo que desde Bruselas gobierna nuestras vidas sin haberse presentado jamás a unas elecciones europeas.
Precisamente el hecho de que Juncker no haya tenido que enfrentarse nunca al engorro de engatusarnos a la plebe con melifluas promesas vuelve sus discursos de una sinceridad alarmante. Después de oírle es un poco difícil que sigamos diciendo que no sabíamos lo que nos viene encima.
La Comisión Europea -el Politburó de Europa, para entendernos- lleva a cabo en estos momentos unas difíciles negociaciones con Gran Bretaña, cuya ciudadanía decidió que no quería seguir más en un club del que le llegaban ukases inapelables sin tener voz ni voto en su deliberación.
Y Juncker, como tantos otros líderes europeos, no se corta un pelo en reconocer que uno de los fines de la negociación es que Gran Bretaña tenga motivos para lamentar su osadía.
Si salir de la UE está siendo para Londres el parto de los montes. ¿Pueden imaginar lo que sería partir España después de toda la vida juntos, más de medio milenio?
Imagínense: salir de una alianza que, cuando se entró hace solo cuarenta años, era un mero bloque comercial y con la que ni siquiera se comparte moneda está siendo para Londres el parto de los montes. ¿Pueden imaginar lo que sería partir España después de toda la vida juntos, más de medio milenio?
Pero nuestro Gobierno, nuestra clase política nacional, no dice ni pío de España, que han rebajado a mera ‘marca’ comercial, y se limita a ampararse en la Constitución como si fueran las tablas de la ley que Moisés bajó del Sinaí.
La explicación de esa indiferencia por nuestra soberanía, en uno de los primeros Estados nación del mundo, hay que buscarla precisamente en Bruselas y en el discurso de Juncker: ¿para qué hacer hincapié en una soberanía que piensas diluir en ‘Europa’?
Sospecho que muchos lectores de ACTUALL son o han sido votantes del PP, como sospecho igualmente que hay entre ellos una mayoría de patriotas. Y a ellos tengo que decirles: no me lo tomen a mal, pero el partido en el poder es cualquier cosa menos patriota.
Sostengo aquí, de hecho, que la mayor amenaza a nuestra soberanía no viene de Barcelona, sino de Bruselas.
Juncker habló de un ejército paneuropeo único -fundamental, por si en el futuro algún ex estado tiene veleidades secesionistas-, de un ‘superministro’ de Hacienda, de ‘obligar’ a todos los Estados miembros -incluidos los ‘parientes pobres’ del Este- a renunciar a sus divisas nacionales y pasarse al euro. En fin, que quien no quiera ver es porque tiene la cabeza profundamente enterrada en la arena.
Ahora bien, sé que escribo en uno de los países más euroentusiastas de la Unión, y sospecho que la respuesta de muchos lectores vendría a ser: «¿Y? ¿Cuál es el problema? Nos ha ido bien, muy bien, dentro de la UE, y es perfectamente lógico que avancemos hacia un megaestado europeo; son las fuerzas de la historia».
En tal caso es un poco tonto alarmarse de esta manera con la cosa catalana. Si, después de todo, hemos renunciado a la soberanía española parece un poco infantil pretender que Cataluña permanezca en ella.
Es Bruselas la que representa la negación de todo lo que ha sido Europa, la UE la que quiere liquidar incluso demográficamente lo que hemos sido a lo largo de milenios
Pero no es ese detalle el que me parece más alarmante; lo verdaderamente de susto es el modo en que esta Unión gobierna y la dogmática que está dispuesta a aplicar a costa de lo que sea.
Los miembros del Grupo de Visegrado -Polonia, Hungría, Eslovaquia y Chequia- lo saben bien. Conocen de primera mano tanto las formas totalitarias de este grupito de oligarcas no elegidos en urnas que es la Comisión, así como el desprecio que sienten por los valores, las tradiciones y la identidad de los pueblos de Europa.
Los valores que defiende una publicación como esta en la que escribo, los que han creado Occidente y hecho de este apéndice de Asia una unidad cultural reconocible, son absolutamente antitéticos a los que Bruselas impone, y luchar por ellos ante la elefantiásica burocracia europea va a ser, no lo duden, abrumadoramente más difícil a medida que se dote de los poderes de un Estado.
No es ‘antieuropeísmo’, todo lo contrario: es Bruselas la que representa la negación de todo lo que ha sido Europa, la UE la que quiere liquidar incluso demográficamente lo que hemos sido a lo largo de milenios, Juncker y sus muchachos los que maquinan para hacer de esta alianza iniciada inocentemente como bloque comercial el germen de la Unión de Repúblicas Socialistas de Europa.
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