La igualdad es la bandera del progresismo, la que enarbola a todas horas con monotonía demente, sin advertir por un segundo, en la seguridad blindada de su fanatismo, que no hay igualdad alguna en esa naturaleza que tanto dice querer proteger, que la igualdad es metafísicamente imposible y que, incluso si lo fuera aplicada a las sociedades humanas, sería odiosa y perversa.
Viviendo en una perpetua contradicción que resuelven no pensando nunca demasiado, que la reflexión es fascista y patriarcal, alardean asimismo de encendido amor a la ‘diversidad’, sin advertir que es el perfecto opuesto a la igualdad que pregonan y entendiéndola siempre del modo más frívolo y superficial. Nunca se refiere, naturalmente, a la diversidad de opiniones, ni siquiera de actitudes o intereses.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEsta contradicción la resuelven con un supremacismo inverso, es decir, celebrando todo lo que no sea masculino, heterosexual, blanco, occidental, cristiano… Ustedes ya me siguen.
Nancy Pelosi, líder de los demócratas en el Congreso de los Estados Unidos, dio el otro día un discurso castrista en la duración -más de ocho horas- en el curso del cual hizo una ardorosa defensa de la inmigración ilegal y contó una ternurista anécdota de cómo su nieto había deseado tener la piel oscura y los ojos negros de un supuesto amigo ‘hispano’, Antonio. Aplausos, lagrimitas, pañuelos sonando emocionadas narices.
«¿Has pedido un deseo?», preguntó Pelosi a su nieto. Y él respondió: «he deseado tener la piel morena y los ojos marrones de Antonio»
«Él es irlandés, inglés, lo que sea, lo que sea, un italiano», dijo, hablando de su nieto. «Y cuando cumplió seis años, tenía un íntimo amigo de nombre Antonio, de Guatemala, y tiene una hermosa piel tostada y hermosos ojos marrones y lo demás», narró.
«Fue para mí un día de orgullo, porque cuando mi nieto sopló las velas en la tarta, preguntamos: «¿Has pedido un deseo?». Y él respondió: he deseado tener la piel morena y los ojos marrones de Antonio».
“Tan hermoso, tan hermoso. La belleza está en la mezcla, la cara del futuro de nuestro país, plenamente americana, tiene muchas versiones».
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No parece que tenga tantas, doña Nancy. A tenor de las constantes referencias de sus correligionarios, es siempre muy morena y con ojos negros. La ‘diversidad’ brilla aquí por su ausencia, porque nunca parece abarcar el pelo rubio o pelirrojo o los ojos verdes o azules, como se deduce que son los de su nieto.
¿Cómo nadie, y menos la abuela del interesado, puede encontrar «hermoso» que su nieto reniegue de cómo es, de lo que es?
El pez no advierte el agua porque vive en ella, y para todos nosotros es tan habitual leer declaraciones de este tipo que para advertir lo odiosamente racistas que son hace falta a veces recurrir a un experimento.
En este caso, basta que imaginen que en lugar de Pelosi es Obama, y que en la anécdota que cuenta aparece un hipotético hijo de Maila de 6 años que en su cumpleaños pide el deseo de tener la piel blanca y los ojos azules de su amiguito Bryan. Además de quedar todos horrorizados, y de no parecernos la anécdota «hermosa» en absoluto, nos pasaríamos semanas debatiendo en medios y redes sociales qué trágicamente racista debe de ser nuestra sociedad para que un inocente infante reniegue de su negritud.
Pero la perversión no está solo en denigrar siempre a una raza y ensalzar siempre las demás (con grados: los orientales se llevan pocos puntos), con ser eso ya bastante: es que la denigrada es siempre la propia.
¿Cómo nadie, y menos la abuela del interesado, puede encontrar «hermoso» que su nieto reniegue de cómo es, de lo que es? ¿Qué grado de masoquismo interiorizado hemos alcanzado para que lo que, en otro contexto, se considera lo peor en la educación de un niño, la baja autoestima, la no aceptación de sí mismo y su identidad, emocione y provoque pucheros de emoción cuando se trata de desear huir de la maldita piel blanca?
Hay algo siniestro aquí; hay algo que casi podría llamar diabólico en ese inculcarnos odio hacia todo lo nuestro y admiración acrítica a todo lo ajeno. Bien está moderar el natural amor que se siente hacia lo propio para que no se pervierta, aunque eso jamás si intenta fuera de las identidades proscritas; pero crear una atmósfera que lleve a un niño de 6 años a querer ser quien no es, a renegar y sentir disgusto por quien es, resulta repugnante.