Una no puede distraerse ni un ratito, pero la vida sigue más allá de Puigdemont, aunque le duela, y ha sido irme a comer con amigas y encontrarme a la vuelta con la República Catalana.
Si encuentran mi lenguaje demasiado frívolo a pesar de la gravedad de la situación, de la dramática ruptura de la sociedad catalana en dos mitades casi perfectas, del daño que todo esto nos va a hacer durante años por venir y del riesgo no menor de que se llegue a las manos y haya que llorar, mis más sinceras disculpas, pero todo este sainete tiene un aspecto extraordinariamente frívolo.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraInocente que es una, durante mucho tiempo he pensado en el ‘lost in translation’ cuando leía noticias que me llegaban de allí.
Voy siempre que puedo a Barcelona, una ciudad que adoro y donde tengo buenos amigos, y oír las jeremiadas de los ‘indepes’ no dejaba de tener su sabor para quien aprecia, como yo, el humor del absurdo.
Quiero decir, estamos hablando de una sociedad que ha sido española desde que existe España pero, por centrarnos en el hoy, con unas cotas de libertad, autogobierno, prosperidad, instituciones fiables y seguridad jurídica por la que se darían con una canto en los dientes los habitantes del noventa por ciento del planeta.
No hay ‘fet diferencial’ que no se les haya reconocido y que no se aplauda, celebre y ensalce. Y, viviendo así y disfrutando de todo eso, ahora lo tiran por la borda en el acto más infantil e histriónico de nuestra historia reciente, creando un clima de inestabilidad que va a empobrecernos a todos, pero sobre todo a Cataluña, que separa amistades y familias y qué, sinceramente, no viene a cuento.
No sé cómo hace las cuentas esta gente. Mejor: sí lo sé. Es como encargar a tu contable un informe financiero y que te entregue Alicia en el País de las Maravillas
Por eso he decidido centrarme en lo positivo. Y lo primero es la nula posibilidad de que esta republiquita de papel cuaje.
Yo no sé cómo hace las cuentas esta gente. Mejor: sí lo sé, porque les he leído, y asustan. Es como encargar a tu contable un informe financiero y que te entregue Alicia en el País de las Maravillas.
A ver, para los de la ESO, el tema folclórico está dominadísimo y, si me apuran, nuestro sistema les ha dotado de un montón de instituciones que manejan por su cuenta, y que por lo visto han usado como rodaje para apuntalar este sarao.
Vamos a suponer -y es muchísimo suponer, lo sé- que le ganan la batalla al Estado español.
Vamos a suponer que, mal que bien, salen adelante en los temás de dinero, que yo sospecho que no. Pues bien: ni aun así.
No hay nada de nada sin reconocimiento internacional, sin que te reciba tal o cual jefe de Estado y ponga tu banderita en el palacio presidencial de allá cuando vas de visita, sin que puedas firmar acuerdos y alianzas, sin que los pasaportes que emitas tengan alguna validez en las fronteras y todas esas cosas. Una terminación de dominio propia en Internet, .cat, no vale.
Imagino que todo esto lo saben y ya lo han pensado. Quizá estén tan locos como parecen y esperan que los reconocimientos vayan llegando ahora, con la DUI declarada.
O, más probable, cuenten con vagas promesas de Estados que no ven con malos ojos, por ce o por be, que España se vaya a la porra.
No va a suceder. Yo les entiendo, entiendo que es muy agradable instalarse en un mundo de fantasía con gastos pagados mientras tu madre mantiene la cena caliente hasta que vuelvas de la última mani; entiendo que estas alucinaciones colectivas no son raras en la historia y a veces afectan a millones.
Pero no, no va a suceder. En el mundo de los adultos, los Estados intrigan y malmeten, se espían unos a otros y azuzan para sacar provecho de conflictos internos.
Pero no hay potencia de peso tan loca como para reconocer formalmente a Cataluña. Vamos, no lo creo.
Y como no creo que siete millones y medio de catalanes quieran o puedan vivir mucho tiempo en este plan, como si fueran la Somalilandia del Mediterráneo, sin poder salir por falta de documentación aceptada y las empresas saliendo por pies como hacen de cualquier territorio inestable, pues la broma no puede durar mucho.
Luego hay otras cosas que me llenan de optimismo en todo esto. Una es que la enfermedad ha hecho crisis, el grano ha eclosionado y todo está mucho más claro.
No creo sorprender a nadie diciendo que tenemos un Gobierno no excesivamente proclive a la determinación y a las medidas claras y tajantes, así que es bueno que los ‘indepes’ hayan dejado de marear la perdiz y no dejen a Mariano otra salida que actuar.
Son más de treinta años de amagar y no dar, de poner las maletas en la puerta, de decir que no se les comprende y de llamarnos a los demás ladrones en días alternos.
Bien, ahora ya va de verdad, y no se puede apaciguar al niño problema de la casa subiéndole la paga y dejándole llegar una hora más tarde que a sus hermanos. Eso tenía que llegar: mejor ahora que más tarde.
De los efectos colaterales, no es despreciable el que los demás -sin contar con millones en Cataluña- hayan superado la ridícula alergia a los símbolos y hasta el nombre de España, que no era sana en absoluto y nos estaba convirtiendo en un país psicótico.
La rojigualda ya no es facha, qué alivio. E incluso me atrevería a decir que muchos han descubierto que, vaya, no se está tan mal aquí ni es todo lo nuestro tan terrible, que -con moderación- un «¡viva España!» no duele ni quema ni es realmente ‘franquista’ emocionarnos cuando toque con nuestras cosas comunes.
Llevamos ya tantos años mirándonos en cada región nuestro subvencionado ombliguito que no es mala cosa alzar un poco la vista y ver que hemos construido un país, con sus verrugas y cicatrices, ni peor ni mejor que los otros, pero nuestro.
El proceso ha hundido a los de morado, esos revolucionarios de chichinabo, esos revoltosos con hambre de carguito que en su día se auparon a la ola del descontento juvenil
Y está luego que, como todas las grandes crisis, también personales, sirven para poner a prueba a la gente y que se vea de qué está hecho cada cual.
Hemos visto quién resiste y quién flaquea, quién titubea y quien se mantiene firme, y eso vale oro.
Por acabar, el proceso ha hundido a esa perversa troupe de comparsas, esos revolucionarios de chichinabo, esos revoltosos con hambre de carguito que en su día se auparon, con el guiño del PP, a la ola del descontento juvenil, los de morado.
El rebelde de iPhone e instituto le aguanta muchas tonterías a sus líderes obreros (¡jijijiji!), pero lo de posicionarse con una burguesía que lo que no quiere es seguir pagando solidariamente y que nos desprecia abiertamente ha sentado como un tiro entre sus bases, comprensiblemente.