Cruda realidad / Lo que se puede y no se puede esperar de las elecciones

    Bienvenidos al consenso socialdemócrata, donde se puede elegir entre todas las opciones siempre que sean, en lo esencial, la misma. La división no es entre el 'bloque izquierdista' y el 'voto de la derecha'; no, la verdadera división es entre el consenso y Vox, entre Vox y todos los demás partidos.

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    Papeletas de los partidos políticos /Fuente: EFE
    Papeletas de los partidos políticos /Fuente: EFE

    Es una vieja tradición en las democracias que cada elección sea la más crucial de la historia, que en cada una de ellas nos lo juguemos todo; que tirios y troyanos nos urjan a votar porque si vencen los otros es el fin, la debacle, la Caída de Roma, la Invasión de los Bárbaros, el comienzo de la Edad Oscura. El matiz es un estorbo en la retórica política, y la moderación un lastre. Es siempre el todo o nada.

    Y nada, nunca es todo.

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    Pero esta vez podríamos decir eso de “caliente, caliente”. Esta vez podríamos, quizá, tal vez, a lo mejor, estar ante un panorama distinto, ante unas elecciones que tienen algo de definitivas o, al menos, definitorias. Vamos por partes.

    Lo primero es reconocer que el bipartidismo es una constante. Puede romperse momentáneamente, puede mantenerse un partido-bisagra, pero al final siempre acaban definiéndose dos bandos, no solo porque la mente del ser humano es binaria, sino porque la democracia es una guerra incruenta, una guerra por el poder en la que se cuenta el número de los soldados para evitar inútiles derramamientos de sangre.

    En las pasadas elecciones, la irrupción con fuerza de Ciudadanos y Podemos se anunció precipitadamente como ‘el fin del bipartidismo’ y, sí, hay un cambio visible para el que lo sepa apreciar, pero desde luego no es el fin del bipartidismo, sino el cansancio del Partido Único.

    El electorado observaba que, hiciera lo que hiciera, el modelo entero, el espectro político, se escoraba infaliblemente hacia la izquierda radical, año tras año

    La situación en la que se encontraba el votante unas elecciones atrás, desde el inicio de este experimento democrático que corre hacia el medio siglo, era de extenuación e impotencia. El electorado observaba que, hiciera lo que hiciera, el modelo entero, el espectro político, se escoraba infaliblemente hacia la izquierda radical, año tras año. Radical no en lo económico, que en esto el consenso alcanzado hace ya mucho en Europa es férreo y todas las distinciones son de matiz y ajuste fino, sino en algo mucho más importante, en lo social, acaso en lo antropológico.

    Lo que al presentarse por primera vez parecía una locura izquierdista sin precedentes, al cabo de no mucho se volvía la normalidad, el dogma inatacable, eso “en lo que todas las personas sensatas estamos de acuerdo”, lo que queda fuera de la discusión política. Y de nada servía votar al partido conservador para rectificar el rumbo, porque este se había movido con el espectro hacia la izquierda y era, precisamente, el que se dedicaba alegremente a poner el marchamo ‘conservador’ a la última iniciativa de ingeniería social ‘progresista’. Para su votante, era la desesperación de quien va en la autopista a la velocidad máxima permitida cuando se topa con un obstáculo en la carretera y cuanto más pisa el freno, más acelera el coche.

    Bienvenidos al consenso socialdemócrata, donde se puede elegir entre todas las opciones siempre que sean, en lo esencial, la misma, como el Ford T. Es decir, el electorado empezó a pensar que, en realidad, no estaba ante un sistema bipartidista, sino ante un régimen de partido único con dos alas, casi podríamos decir, con dos tiempos: invención-consagración.

    De izquierda a derecha, Pablo Casado (PP); Pedro Sánchez (PSOE); Albert Rivera (C's); Pablo Iglesias (Podemos) en el debate electoral celebrado el 22 de abril de 2019 en TVE. /EFE
    De izquierda a derecha, Pablo Casado (PP); Pedro Sánchez (PSOE); Albert Rivera (C’s); Pablo Iglesias (Podemos) en el debate electoral celebrado el 22 de abril de 2019 en TVE. /EFE

    No es cosa nuestra, me apresuro a decir. En esto, como en tantas cosas, no hemos hecho más que copiar de fuera. ¿Alguien puede ver cambios de rumbo importantes, significativos, de alcance, entre los dos partidos dominantes en los principales países de Europa? Incluso en Estados Unidos antes de Trump, ¿entre demócratas y republicanos? En las campañas puede parecerlo, porque la hipérbole es la esencial del electoralismo. Pero si uno examina las políticas que quedan, todos han seguido el mismo rumbo con unos o con otros.

    El socialismo es un virus del que solo se libra uno pasándolo, como puede verse en la Europa del Este

    Eso es lo que dio fuerza a Ciudadanos y a Podemos. Pero es una fuerza gastada. Ciudadanos se desinfló primero. Todo su tirón había sido plantar cara al nacionalismo catalán cuando la supuesta derecha, el PP, prefería negociar, transigir y pastelear con el separatismo. Al final, la vocación de Ciudadanos era devorar al PP por la izquierda, un PP que fuera todo lo que el PP es y niega ser, un nihilismo progresista y limpito.

    Pero mientras el PP ocupe firmemente ese espacio, es difícil que le desbanque Cs simplemente porque es la novedad.

    Otra cosa es Podemos. Podemos llegó vestido de inocencia, protesta pura con carita transversal, a lomos de la protesta multitudinaria del 15-M, de la que se apropiaron sin rubor. Leo que en el país capitalista por excelencia, Estados Unidos, el socialismo ya parece una idea atractiva a la mitad de sus jóvenes, por aquello de que la prosperidad y la libertad idiotizan bastante. El socialismo es un virus del que solo se libra uno pasándolo, como puede verse en la Europa del Este. Así que toda una generación acostumbrada a considerar ‘derechos’ los privilegios más peregrinos y que nunca se ha saltado una comida en su vida, lógicamente se verá atraído por quien promete Jauja.

    Pero los de morado eran una ‘trouppe’ de teatro amateur que solo podía haber ‘conquistado los cielos’ en el calentón de la primera hora. Pasado el momento, se les veía el hambre de poder y la pose burguesa por los costurones de sus disfraces. Primero les abandonaron quienes alguna vez les creyeron transversales y modernos, y no los viejos bolcheviques ajados de siempre; pero la gran estampida llegó cuando Pablo cambió su piso de protección oficial en Vallecas por el chalet en Galapagar. Es decir, por convertirse en todo lo que el núcleo duro de su electorado odia y envidia. Por lo demás, la radicalización del PSOE de Sánchez les ha comido la tostada.

    Salvo crisis inesperada, Podemos tiende a ocupar el lugar tradicional de la izquierda radical en nuestra democracia, que es residual.

    Santiago Abascal se dirige a miles de simpatizantes de Vox en La Coruña, el 22 de abril de 2019. /EFE
    Santiago Abascal se dirige a miles de simpatizantes de Vox en La Coruña, el 22 de abril de 2019. /EFE

    Queda Vox, y aquí retomo la cuestión del bipartidismo. Porque, contra lo que se ha dicho, la división no es entre el ‘bloque izquierdista’ formado por PSOE y Podemos y el ‘voto de la derecha’, ese que supuestamente no se debe ‘dividir’; no, la verdadera división es entre el consenso y Vox, entre Vox y todos los demás partidos.

    Entiéndanme: Vox puede fracasar. Vox puede ‘pepeizarse’ a toda velocidad. Vox puede no ser lo que dice ser, y acabar sirviendo al sistema más o menos como el PP, dejándose deslizar por la cómoda pendiente del consenso socialdemócrata. Pero, por lo que podemos saber hoy, por lo que dicen hoy, Vox es la única alternativa a todo lo demás, a toda la deriva hacia la izquierda que en Occidente ha tomado un preocupante cariz de inevitabilidad.

    No es una ideología -aunque puedan tenerla- lo que representa Vox, el tirón de Vox, sino lo que solo se me ocurre llamar ‘la vuelta a la normalidad’, a las cosas que durante siglos se han considerado normales, cosas que, por lo demás, se juzgaban ajenas a la política o eran patrimonio de todos los partidos.

    Vox representa ese freno. Si funciona o no, es otra cosa. La política está corriente abajo de la cultura, de la visión del mundo que tienen las élites de una sociedad e infunden poco a poco en esta, así que el margen de maniobra Vox o de las otras alternativas que surgen en Occidente puede ser muy limitado. O no, porque su propio ascenso signifique que la cultura está dando un vuelco. Lo que sí sabemos es que cualquier otro partido será pisar el acelerador del más de lo mismo.

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