Quien haya seguido de cerca en los grandes medios de comunicación las noticias de Oriente Medio -que es, cada vez más, nuestro jardín trasero- tiene que estar absolutamente perplejo.
Hay dos ciudades, la segunda o tercera en poblacion e importancia de sus respectivos países, que, tras caer hace tiempo en manos de islamistas radicales, están siendo reconquistadas por el Ejército nacional, Mosul (Irak) y Alepo (Siria). Pero debemos creer que en el primer caso es una maravillosa noticia y, en el segundo, una terrible desgracia.
En Mosul, al parecer, la poblacion civil no sufre los bombardeos de los atacantes, nadie tuitea desde la ciudad ni cuelga en Facebook imágenes aterradoras de la guerra, no hay edificios destruidos ni se produce muerte alguna, salvo de los malos malísimos. Se diría que los aliados atacan con confetti y mucho amor, como si fueran de Podemos.
En Alepo, en cambio, el Ejército entra a sangre y fuego, matando todo lo que encuentra, sobre todo ninos y gatitos adorables. Los bombardeos se concentran en los hospitales -de los que parece haber un número inusual e inagotable-, especialmente si son infantiles y un montón de alepinos, gente corriente, se despide de la vida en redes sociales mediante vídeos dramáticos que siempre son «el último».
Como habrán sospechado por lo irónico del tono, nada de esto es cierto. La primera baja en cualquier guerra es la verdad, pero en este caso se han ocupado de enterrarla muy hondo. La guerra es siempre guerra, no demasiado diferente una de otra, nunca agradable, y ni las bombas llueven a gusto de todos. Lo que suceda en una ciudad sucederá casi seguro en la otra, más o menos.
No hay fotos, salvo trucajes infames, de las supuestas matanzas en Alepo, y si sí las hay de zonas destrozadas de la ciudad, también he podido ver vídeos de alepinos celebrando y de campanas al vuelo celebrando la liberación. Los ‘ciudadanos anónimos’ que tuitean y cuelgan vídeos son periodistas y activistas, cualquier cosa menos ‘gente corriente’.
Hay una diferencia fundamental: el Gobierno sirio está aliado con Rusia, mientras que el iraquí lo está con Estados Unidos. Y aquí rige lo que diga The New York Times
Siendo así, ¿por qué tenemos que entristecernos por Alepo y alegrarnos por Mosul? ¿No son terroristas los ocupantes desalojados en ambos casos?
Sí, pero hay una diferencia fundamental: el Gobierno sirio está aliado con Rusia, mientras que el iraquí lo está con Estados Unidos. Y aquí la prensa sigue lo que diga The New York Times que, como se advierte por su nombre, es prensa norteamericana.
Pude ver ayer un vídeo del presidente sirio, el malo malísimo Bashar El Asad, comentando con gesto entusiasta la liberación de Alepo. Decía Asad que hay sucesos en la historia que la dividen, que crean, por recurrir al tópico un poco idiota, «un antes y un después», como la caída del muro de Berlín. Y, según él, la victoria de Alepo es un suceso de este tipo.
Al verlo pensé que, bueno, es comprensible que el hombre esté contento tras una horrible guerra que se arrastra desde hace años y que ha dado, entre otras cosas, excusa a una avalancha de ‘refugiados’ en las costas europeas, aunque la mayoría no sean ni sirios ni refugiados. Pero pretender que la caída de Alepo marca un hito en la historia mundial, parece bastante exagerado.
Pero, pensándolo un poco, he concluido que el presidente sirio -el dictador, si se encuentra usted más cómodo así- podría tener razón: la caída de Alepo es la primera gran derrota de la estrategia norteamericana en la zona, la primera gran victoria de los rusos en Oriente Medio y el primer serio revés que sufre el avance del integrismo islámico. No está mal.
La narrativa oficial es que se trata de una catástrofe por dos razones: porque Asad es un dictador sanguinario, y porque los ‘rebeldes’ que mantenían la ciudad no son el IS, sino algo más inofensivo, grupos ‘opositores’ entre los que se encuentra, dominando la coalición, Al Qaeda.
Otro vendrá que bueno te hará, reza el refrán, y es cierto que el IS ha superado a todos los grupos radicales en lo que atañe a salvajismo y combatividad. Pero, caramba, eso no convierte a Al Qaeda, responsable del atentado contra el World Trade Center, en las Hermanitas de los Pobres.
Sí, Bashar El Asad es un autócrata. Vaya novedad, en la zona. Lleva a cabo elecciones, pero bien podrían estar amañadas, y no parece que el régimen, en general, tenga precisamente un historial impecable en cuanto al respeto a los derechos humanos. Pero es que la zona es poco pródiga en socialdemócratas nórdicos de esos que tanto gustan a Pablo Iglesias.
La progresía siempre nos anima a comparar lo que hay, no con su alternativa real más probable, ni siquiera con cualquier alternativa real, sino con un paraíso que solo existe en su imaginación. Si no fuera por este truco de prestidigitación intelectual la izquierda hubiera desaparecido ya de la faz de la tierra por falta de modelos positivos que ofrecer.
Mejor comparamos lo que hay, ¿les parece?, el régimen de Asad y lo que defienden los yihadistas que le disputan el poder. De Asad, lo peor está ya dicho: es un autócrata y no es probablemente muy aconsejable para la salud oponerse activamente a su mandato.
Pero la vida en Siria antes de la guerra, para quien quiera que haya viajado por allí, era la de un país razonablemente moderno, laico y civilizado.
El régimen respeta y permite el culto libre de cualquier religión, incluyendo la cristiana, lo que es excepcional en la zona. Por la cuenta que le trae, porque Asad pertenece a una pintoresca minoría religiosa, los alauitas, secularmente despreciada en el país.
Sea como fuere, los cristianos practican libremente su fe junto a media docena de sectas, el presidente felicita la Navidad y la catedral cristiana, la Iglesia de San Miguel, está justo enfrente del Palacio Presidencial.
Otro asunto que supuestamente nos importa muchísimo y, desde luego, yo considero crucial: las mujeres. Las sirias pueden vestir como deseen, llevar el pelo suelto, no necesitan compañía masculina para ir por la calle y, en general, no son discriminadas. Punto, y gordo, para Asad.
Los otros aborrecen explícitamente la democracia y aspiran a imponer una teocracia islámica con la sharía por ley, donde los infieles deben elegir entre convertirse, morir o ser ciudadanos de segunda
Ahora, los otros. Pero seguro que usted está harto de verlo. Los otros no fingen siquiera ser demócratas: aborrecen explícitamente la democracia y aspiran a imponer una teocracia islámica con la sharía por ley, donde los infieles deberán elegir entre convertirse, morir o convertirse en ‘dhimmis’, es decir, en ciudadanos de segunda que tienen que pagar un impuesto especial, la yizia.
Para las mujeres, el Islam radical tiene un puesto muy concreto y, si me lo permiten, preferiría no abundar demasiado en él, que el médico me ha advertido contra las subidas de tensión. Ni siquiera tienen que ir a una ciudad tomada por el Califato; basta que se acerquen a Arabia Saudí.
Por qué Estados Unidos y, con América, todos sus aliados han optado por apoyar a estos sujetos contra un régimen que, desde luego, es bastante más libre que Arabia Saudí y más abierto que China -por citar dos fraternales aliados de Occidente- es objeto de fascinantes teorías más o menos conspirativas que no trataremos aquí.
Pero, si me preguntan, la liberación de Alepo es una magnífica noticia y ojalá marque el comienzo de un cambio de tendencia en la zona.
Comentarios
Comentarios