También es mala suerte que Cristina Cifuentes vaya a caer por una pequeña vanidad sin importancia, si al final se sustancia la sospecha que se agranda día a día sobre su máster. Desde mi atalaya, es como ver a Al Capone acabar en la cárcel por defraudar a Hacienda y no por sus múltiples crímenes en Chicago.
Antes de seguir, que la gente lee muy raro últimamente, esto anterior es una analogía, en absoluto una comparación entre doña Cristina y el capo de la mafia de Chicago. Para empezar, Capone estaba mucho más gordo.
Pero como en el caso citado, al final hay que agradecer a algo tan nimio como una titulación trivial en la que, creo, nadie se había fijado nunca y que nunca necesitó para estar donde está, el que quizá aleje de nuestras cabezas este castigo divino que preside la comunidad madrileña.
Cifuentes no es el primer político -ni, nos tememos, será el último- que presuntamente se adorna con titulaciones que tal vez no le correspondan o que ha obtenido desde una posición de cierto privilegio sobre sus condiscípulos. Podía haber eliminado de su historial el inservible papel sin que peligrase en lo más mínimo su fulgurante carrera o la tuviese alguien en menos por ello.
La mentira por la que Cifuentes pasará a la crónica madrileña de la infamia es la que ha impuesto a todos los madrileños con su ley de género
Pero a medida que sostiene su versión, la trama se complica, y lo que podía pasarse por alto como un nimio detalle de vanidad académica ha pasado a mayores, implicando a la universidad en un caso de falsificación y quedando ella misma acusada de mentir reiteradamente.
Pero la mentira por la que Cifuentes pasará a la crónica madrileña de la infamia no es esa que puede o no estar defendiendo, sino la que ha impuesto a todos los madrileños con su ley de género. Y no solo miente en ella la presidente, sino que, yendo en esto más lejos que ningún otro, hace directamente ilegal y sancionable decir la verdad.
Es sobradamente conocido el caso, pero lo repetiré para los de la última fila: lo dispuesto draconianamente por Cifuentes es que el único criterio para considerar hombre o mujer a un individuo es la declaración expresa del interesado, su deseo, llegando el texto a descartar de forma específica que se necesite ningún otro examen por parte de experto o facultativo.
No atenerse a ese criterio, tratar como hombre a quien a todas luces es un hombre, que ha nacido hombre, que parece hombre y cuyos cromosomas gritan que es un hombre, está prohibido si tal hombre dice que es mujer. Tan sencillo como eso.
Verse obligado a declarar lo que uno sabe falso destruye nuestro espíritu, nos envilece, nos convierte en cómplices forzosos de nuestros tirano
En nosotros, ciudadanos adultos, es humillante. Con toda probabilidad, muchas otras cosas malas, pero, para empezar, terriblemente humillante, ese tipo de humillación que buscaban las tiranías comunistas al obligar a sus súbditos a repetir las mentiras oficiales.
Porque si puede resultar indignante que nuestros políticos nos mientan, me quedo ya mismo con esa posibilidad, por otra parte habitual en toda tierra de garbanzos, antes que con esa otra, a saber, que me obliguen a mentir a mí. Porque verse obligado a declarar lo que uno sabe falso destruye nuestro espíritu, nos envilece, nos convierte en cómplices forzosos de nuestros tiranos.
Pero eso, ya digo, es la consecuencia para los adultos que, al final, ya hemos completado la fase de formación básica, de conocer lo esencial de las cosas del mundo. Es sobre los niños que esta ley, y todas las que están surgiendo como setas tras un otoño de lluvias, tienen el efecto de una verdadera bomba.
El profesor pasa de estar ‘in loco parentis’, en sustitución del progenitor, a estar ‘contra parentem’, en su contra
Consigue, como en los peores momentos de la Rusia soviética, que lo que aprendan nuestros hijos en el colegio no se limite, como hasta ahora, a ser diferente de lo que oyen en casa, sino a ser diametralmente opuesto. El profesor pasa de estar in loco parentis, en sustitución del progenitor, a estar contra parentem, en su contra.
Y si el niño -no hace falta recordar que los niños no son prodigios de discreción- va diciendo en el colegio que sus padres le dicen lo contrario de lo que les cuenta el profesor, las consecuencias pueden ser de novela de Dickens.
Estas son las verdaderas mentiras de Cifuentes; estas las que deberían haberla hecho caer, y no ese máster de chicha y nabo.
Comentarios
Comentarios