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Cruda realidad / ¡Miénteme!

Pablo Casado y Cristina Cifuentes (PP); José Manuel Franco y Pedro Sánchez (PSOE); y Toni Cantó (Ciudadanos)

Pablo Casado y Cristina Cifuentes (PP); José Manuel Franco y Pedro Sánchez (PSOE); y Toni Cantó (Ciudadanos)

Si yo fuera la persona que ustedes merecen, una ciudadana seria y responsable, escribiría una solemne diatriba contra este penoso espectáculo. Pero como, ay, soy como soy, les confieso que me lo estoy pasando como los indios con la telenovela del #MeToo curricular de nuestros políticos.

Ya saben cómo empezó todo, como empiezan estas cosas y las tormentas de verano: con una gota. Eldiario.es sacó en exclusiva que un oscuro máster que nuestra presidente madrileña, Cristina Cifuentes, incluía en su currículum oficial, o no lo había hecho o lo había obtenido de manera irregular. Pero las cazas de brujas son como las guerras: uno sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan. Y la gota se convirtió en aguacero torrencial en cero coma.

Los enemigos de Cifuentes -nada personal, es solo política- se lanzaron como locos a pedir la dimisión inmediata, irrevocable de doña Cristina… No: mejor, de todo el Partido Popular. Y que se disuelva y se rinda y entregue las armas.

Todo muy, muy divertido y muy ridículo. Porque, claro, pasó lo que tenía que pasar, que en todas partes cuecen habas.

«En las filas podemitas están saliendo licenciaturas fantasma como champiñones tras las lluvias de octubre, que da gloria verlas»

Se empezó a airear el caso de la tesis de Pedro Sánchez, que el ministro de Industria del momento, correligionario de Sánchez, había reconocido que su departamento elaboró en un 90%.

El chico que los socialistas han puesto para sustituir a Cifuentes si suena la flauta, que para acentuar la vis comica de todo el sainete se llama Franco -«El PSOE, firme en su apoyo a Franco»-, y a quien han encargado que lidere la ofensiva contra Cifuentes, fue mágicamente durante varios años licenciado en Matemáticas según su CV oficial.

El hombre dice que se lo pusieron. Ya sabe, va uno a mandar su currículum a la empresa donde quiere trabajar y cuando en la entrevista le piden el título de Doctor en Física Nuclear, puede les dice que alguien ha debido ponerlo ahí, sin su permiso. Y, claro, sabe mal aclararlo, que si cuela, cuela.

En las filas podemitas están saliendo licenciaturas fantasma como champiñones tras las lluvias de octubre, que da gloria verlas. No es que sus jefes -Íñigo, esa beca malagueña y olé- estén muy de tirar la primera piedra, pero lo del perroflautaje con ínfulas académicas entre los segundones es de darse una ‘jartá’ de reír.

«‘No merecemos políticos que nos mientan’, es el mantra en estos casos, y pocas veces se ha dicho una mentira más gorda»

En general, toda la clase política ha andado estos días eliminando títulos y dignidades de su historial profesional, que eso de hinchar el perro no es solo cosa de periodistas, que lo que ayer era un CV de varios folios hoy cabe en un billete de metro de los de antes.

El joven pepero Casado, la sonrisa del régimen y la esperanza blanca de las gaviotas, tiene un flamante título por la prestigiosa Universidad de Harvard, pero hemos sabido que es un Harvard que está en Aravaca. Vamos, que desde el centro de Madrid coges el coche y, si no te toca la hora punta, en media hora estás en Massachussetts.

La culpa, ahora en serio, la tenemos nosotros, el Pueblo Soberano. Esta caterva, esta patulea, esta tropa, es nuestra, los electos de nuestras entretelas.

«No merecemos políticos que nos mientan», es el mantra en estos casos, y pocas veces se ha dicho una mentira más gorda.

Claro que merecemos políticos que nos mienten, porque les suplicamos que nos mientan, les imploramos que nos engañen, les premiamos con nuestro voto cuando lo hacen y les castigamos sin él cuando alguno, por inadvertencia o despiste, nos dice una verdad.

Esa es una de las maldiciones de la democracia: quien dice la verdad, pierde. Somos como esos enamorados locos que prefieren dulces mentiras al temido «no eres tú, soy yo». En la práctica, en cada ciclo electoral, cogemos a nuestro candidato por las solapas y, mirándole a los ojos, le rogamos: ¡Miénteme!

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