Ser uno de los más queridos, leídos y premiados autores de libros infantiles de Suecia no ha librado a Jan Lööf de ver censurados dos de sus libros más populares por la ‘policía del pensamiento’ sueca.
La última edición de uno de ellos -‘Atrapa a Fabián’, de 1966- está totalmente agotada y no se repondrá, mientras que su editorial, Bonnier Carlsen, ha retirado de la venta los 5.000 ejemplares restantes del otro, ‘El abuelo es un pirata’. «Me han dado un ultimátum: o los rehago o no se volverán a publicar jamás», ha declarado Lööf al diario Dagens Nyheter.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraHablamos de obras que, aunque menores, son enormenetes populares, han sido traducidas a varios idiomas y se consideran ya parte del acervo cultural sueco. Pero sucede que su protagonista se encuentra a un vendedor ambulante llamado Andulá y a un pirata malvado llamado Omar, y eso, dicen, «refuerza estereotipos erróneos», al contrario de lo que hace la policía nacional, que tiene orden de ocultar la procedencia y raza de los detenidos por violación.
En el siglo III antes de Cristo hubo en China un emperador, Qin Shi Huang, el mismo que inició las obras de la Gran Muralla, que ordenó quemar todos los libros que se hubieran escrito antes de su reinado para que la historia comenzara con él. Nuestros mandarines culturales están aún lejos de la audacia del Emperador Amarillo, pero la ambición de la progresía parece ser ‘descontaminar’ la literatura para hacerla más adecuada a la utopía progresista.
El Disney de los últimos veinte años va en esa línea, deformando cuentos populares -La Bella y la Bestia- o episodios históricos -Pocahontas- para imprimir en las mentes más tiernas su curiosa visión del mundo y de la historia. Su último ‘tour de force’ o rizado del rizo ha sido, en la nueva versión de El Libro de la Selva, estrenada este año, enmendarse la plana a sí mismo, reescribiendo el clásico de dibujos animados basado -con todas las libertades del mundo- en la historia homónima de Rudyard Kipling.
Disney en ‘El libro de la selva’ cambia la historia de Kipling y envía un mensaje que nuestras élites transmiten machaconamente: mejor ser animales que seres civilizados
Aviso de ‘spoiler’: voy a hablar del final de la película, porque ahí es donde se da la reescritura más significativa. Si recuerdan ustedes la película de su infancia, la historia terminaba de manera natural, cuando Mowgli, el nino perdido y criado por los lobos, entra en contacto con otros seres humanos, entiende que esa es su especie y ese el mundo al que pertenece. En la nueva versión, Mowgli decide, en cambio, volver a la selva. Disney reedita así, magnificado, el Mito del Buen Salvaje y refuerza un mensaje que nuestras élites transmiten machaconamente: mejor ser animales que seres civilizados.
Es difícil enderezar esta deriva cuando aquellos que se les debería considerar intransigentes guardianes de los libros y adalides de la libertad literaria, las universidades, son las primeras en ceder ante esta marea de ignorancia voluntaria.
En 2008, Wilder Publications editó las obras de Kant -no precisamente un superventas escrito ayer- con el siguiente texto cautelar en su primera página: «Esta obra es producto de su tiempo y no refleja los mismos valores que si se hubiera escrito hoy. Los padres podrían querer discutir con sus hijos cómo las opiniones sobre la raza, el género, la sexualidad, la etnicidad y las relaciones interpersonales han cambiado desde que se escribió este libro antes de permitirles leer esta obra clásica». Kant. Por parafrasear el Evangelio, si esto hacen con Kant, ¿qué no harán con Belén Esteban?
En 2011 le tocó el turno a Mark Twain, cuando NewSouth Books sacó ediciones de «Las aventuras de Huckleberry Finn» y «Las aventuras de Tom Sawyer» sin las palabras, empleadas con enorme frecuencia, «nigger» e «injun», dos vocablos para designar a los negros y a los nativos que en las últimas décadas se han convertido en tabúes absolutos. (Salvo, debemos añadir, que uno sea rapero negro, en cuyo caso puede seguir espolvoreando alegremente sus letras con la palabra prohibida).
No es que el riesgo sea demasiado alto: las listas de lectura obligatoria en institutos y universidades incluyen cada vez menos clásicos y cada vez más autores de cuestionable calidad pero segura adherencia a la ortodoxia bienpensante.
Da frío pensar qué podrían hacer estos Savonarolas de baratillo con los ‘estereotipos’ en que se regodean sin pudor Shakespeare, Cervantes, Tolstoi o Dante; de este último ya sabemos que quieren censurar la parte donde coloca a Mahoma en el último círculo del infierno.
En 2012, Gherush92, una organización de investigadores y profesionales que goza de status de consultor especial en el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas y que desarrolla proyectos de educación al desarrollo, derechos humanos y resolución de conflictos, solicitó que se eliminara ‘La Divina Comedia’ de todos los planes de estudio por esta razón.
Con el tiempo se hará realidad lo que predice Huxley: la literatura universal había desaparecido simplemente porque nadie podrá comprenderla
El año pasado, el periódico de los estudiantes de la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, pidieron al claustro mayor ‘sensibilidad’ a la hora de explicar las obras que forman parte del plan de estudio básico, especialmente las que trataban temas mitológicos, tan poco acordes con la moderna visión progresista.
En la utopía de Aldous Huxley, ‘Un mundo feliz’, la literatura universal había desaparecido simplemente porque nadie en aquella sociedad podría comprender, menos aún apreciar, los eternos conflictos, pasiones y dilemas de la condición humana, y Shakespeare servía para inspirar versiones grotescamente distorsionadas destinadas al cine.
Empieza a suceder. No habrá necesidad de llamar a los contradictorios bomberos pirómanos de ‘Fahrenheit 451’ cuando uno encuentre un clásico abandonado en una biblioteca, porque los lectores serán los primeros en rechazarla.