Aquí siempre hemos tenido una relación muy rara con ‘Europa’, es decir, con la Unión Europea. Hartos de oír que Europa empieza en los Pirineos -o que África acaba en los Pirineos, que es lo mismo-, hemos querido ser más de la cosa que el propio Jean-Paul Juncker, y aquí arrasaba casi a la búlgara el “sí” a un mamotreto constitucional infumable que otros más del núcleo duro rechazaron o aprobaron con manifiesta tibieza. Si aquel ladrillo acabó en el cesto de los papeles no fue, desde luego, por nuestra culpa.
Por otra parte, hemos seguido hasta hace poco una tendencia visible en otros pagos, la de tomarnos un poco a broma el Europarlamento y sus elecciones, que si Italia llevaba a Cicciolina a Bruselas nosotros aupábamos a José María Ruiza Mateos, y porque no se presentó el Chikilicuatre. Las europeas eran elecciones como de mentirijillas, de prueba, de experimento; eran la ocasión de desfogar extrañas filias o desplegar un extraño sentido del humor. Eran, sobre todo, la oportunidad de votar lo que uno realmente quería, sin pensar en la necesidad de descabalgar a X o en estrategias y carambolas de voto útil.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraNo es que esta actitud no tuviera cierto sentido: el Europarlamento no es exactamente como el resto de los parlamentos. Ni elige al gobierno ni puede siquiera proponer leyes, solo decir sí o no a las que les ponga la Comisión por delante. En la UE manda la Comisión, un órgano no electo, formado por cooptación, donde los que están o se van eligen a los que llegan. De alguna extraña manera, representan la Europa de acrisolada pureza democrática, mientras que el votadísimo Putin representa el despotismo oriental.
En cualquier caso, me asomo aquí, a Actuall, y veo que los comentarios van por lo local, y no es en absoluto una excepción, que incluso en países donde solo se han celebrado europeas los medios suelen ir primero, no con cómo ha quedado la cámara, sino cómo han votado ‘los de aquí’.
«Hay en marcha un proyecto bien armado, mejor financiado y óptimamente comercializado para darnos gato por liebre»
Pero, aunque suene horriblemente tópico, esta vez es diferente. No es solo eso tan repetido de que más del 80% -cifra, sospecho, inventada al azar- de las leyes que afectan a nuestra vida se aprueban en Bruselas; es que hoy, ahora mismo, mientras dormimos y creemos estar decidiendo entre el paraíso y la Gehenna votando a Paco de alcalde o a Manolo de consejero, hay en marcha un proyecto bien armado, mejor financiado y óptimamente comercializado para darnos gato por liebre y, sin previo aviso, cambiarnos a todos los europeos comunitarios nuestro país por otro nuevo, a estrenar; para transformar por arte de birlibirloque lo que técnicamente no es más que un tratado internacional en una patria de pega, construida a nuestras espaldas.
Lo que se jugaba Europa en estas elecciones, lo que se va a disputar en los próximos años, es si la Unión Europea sigue siendo una alianza predominantemente comercial de Estados libres y soberanos, o se transforma en una realidad supranacional con poderes sobre esos mismos Estados, algo tan similar a un nuevo país que resultará indistinguible. Para colmo, de esta ‘nación Europa’ ni siquiera se pretende que sea distintamente europea en nada salvo en su realidad territorial; no se espera que se mantengan sus raíces ni su identidad común, sino que estas quedarán diluidas gracias al aporte de un avalanchas de pueblos llegados de lugares remotos, tanto en lo geográfico como, sobre todo, en su visión del mundo, su cultura y sus lealtades naturales.
«Quienes nos están preparando la cama globalistas, ay, son los mismos partidos que llevamos toda la vida votando, los dos de siempre, esos falsos rivales que, juntos, constituyen el partido único del consenso socialdemócrata»
Lo que hace difícil reaccionar es nuestro sopor, ese no estar atento a lo que sucede, enzarzados en nuestras disputas antiguas para aupar a un fulano o un mengano cuyo poder y margen de maniobra va a quedar en nada ante la influencia omnímoda de Bruselas. Porque quienes nos están preparando la cama globalistas, ay, son los mismos partidos que llevamos toda la vida votando, los dos de siempre, esos falsos rivales que, juntos, constituyen el partido único del consenso socialdemócrata.
Por eso los que llevan más tiempo en este juego, o los que carecen de los complejos inducidos de Occidente, han visto cómo se forman en sus territorios partidos nuevos nacidos casi exclusivamente para que ese destino presentado como inevitable no llegue nunca. Se les presenta como fascistas, populistas y extrema derecha y, si es perfectamente posible que alguno de ellos o incluso la mayoría tenga rasgos que justifique etiquetarlos así, no es esta en absoluto la razón de su éxito ni de su fundación.
No es el fascismo lo que vuelve a Europa con estos partidos. Es una resistencia casi a la desesperada por volver a ser lo que fuimos, por defender cosas que defendieron siempre, no los fascismos europeos de verdad, sino quienes los derrotaron.
Y la noticia de estas elecciones es que su lucha es algo menos desesperada de lo que parece. Son, sin duda, la opción que más ha crecido en escaños, los partidos que han dado la campanada en casi todos los países, quizá porque la mejor propaganda del mundo tiene un límite, y es la realidad visible y palpable del día a día.
Hay una Europa que no quiere morir, que no quiere perder ese rasgo tan europeo que es el agruparnos en Estados y respetar nuestras diferencias nacionales e incluso amarlas. Una ‘internacional soberanista’ suena a contradicción en los términos, pero solo superficialmente. Y es que el húngaro que desea seguir siendo húngaro puede entenderse a las mil maravillas con el italiano que desea seguir siendo italiano.
La victoria relativa de los soberanistas no es en absoluto el fin ni, por parafrasear a Churchill, probablemente tampoco el principio del fin, pero sí el fin del principio. Se ha visto en toda Europa. Salvo, naturalmente, en esta querida Península Ibérica, todavía empeñada en diluir el autoodio inducido por la Leyenda Negra en una Europa que nos absuelva de nuestros ficticios crímenes.