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Cruda realidad / Obama y Trump, el día y la noche

Barack Obama y Donald Trump

Barack Obama y Donald Trump

Es siempre quién y nunca qué. La política concreta, la que hace afilar los cuchillos y pone en los ojos de los hombres un brillo salvaje, es tribal, es «los nuestros» contra «ellos», es más cosa de consignas y nombres propios que de medidas concretas.

Así, Obama podía ahogar gatitos que la prensa encontraría una justificación encantadora para su conducta, mientras que Trump puede salvar a un huérfano de ahogarse que encontrarán el modo de inculparle. Así somos.

Trump es más notoriamente Trump, más divertidamente Trump, más intensamente Trump, más desesperantemente Trump porque viene inmediatamente después de Obama, que era su perfecto opuesto.

Es ese contraste el que hace que Trump sobresalga como un trago de aguardiente añejo y peleón después de una limonada dulzona y suavecita.

A Obama lo adoraba todo el mundo. Cuando digo «adorar», no me refiero a su acepción de amor exagerado, sino al sentido que roza la idolatría; y cuando digo «el mundo», me refiero a esta pecerita narcisista que es Occidente.

Obama hizo cosas que se recibieron con una sonrisa cómplice que luego hizo Trump y se consideró prueba de su insania criminal, cosas como vetar a medios en sus comparecencias o deportar ilegales.

Trump la ha dicho a Europa que ya no hay una Unión Soviética que temer y que el que quiera seguridad, que se la pague

Es cuestión de estilo. Obama sonreía, decía lo que la gente quería oír, y hacía luego de su capa un sayo. Trump entra en todas partes al galope, como un toro de lidia en una cacharrería, pero la gente se queda con una idea clarísima de lo que quiere decir.

Y en Europa, en la Cumbre de la OTAN, ha venido a decir, con la brusquedad de un pistolero en el saloon, que Estados Unidos no va a seguir apechugando con la factura de la defensa de Europa, que ya no hay una Unión Soviética que temer y que el que quiera seguridad, que se la pague.

Ha hablado, sonrojantemente, de todos los países que deben sus cuotas a la OTAN, y los europeos han reaccionado como el amigo gorrón que se pone todo digno cuando, a la quinta ronda, le dices que ya le vale, que se retrate.

«Los tiempos en los que podíamos confiar plenamente en otros pronto estarán lejos», ha gimoteado Merkel.

«Y por eso solo puedo decir que los europeos tenemos que tomar nuestro destino en nuestra propias manos». En realidad, a la canciller le viene de perlas el rapapolvo del americano, que le permite así acelerar los planes de un Ejército Único Europeo, uno de los pilares del futuro megaestado.

No sé cuánto de kabuki hay en todo esto, pero sospecho que casi todo. La geopolítica es tozuda, y no hay más que ver cómo los últimos presidentes norteamericanos han llegado a la Casa Blanca prometiendo acabar con las guerritas imperiales y todos han tenido que envainársela.

El penúltimo, Nobel de la Paz con solo once días de mandato, ha bombardeado siete países, siete, lo que me hace pensar que el modo de ganar el de Literatura será quemando libros.

Tener al ‘primo de Zumosol’ al otro lado del Atlántico nos ha permitido tirar para adelante con un presupuesto militar proporcionalmente ridículo

No es que nada vaya a cambiar, pero cambiará lentamente, y no porque a unos y a otros les dé alguna ventolera. Trump empezó diciendo que la OTAN sobraba y que era hora de dejar de meterse en berenjenales en Oriente Medio que a América ni le iban ni le venían, y ya ven: bombardeo de Siria y, en cuanto a la OTAN, llega a la cumbre vestido de cobrador del frac.

Por su parte, Europa no va a subvenir en solitario a sus necesidades de defensa. Tener al ‘primo de Zumosol’ al otro lado del Atlántico nos ha permitido tirar para adelante con un presupuesto militar proporcionalmente ridículo, con lo que hemos sido y el peso económico que aún conservamos.

Y eso, a su vez, ha posibilitado destinar el sobrante a construir un elefantiásico Estado del Bienestar al que ningún electorado europeo está dispuesto a renunciar.

Mientras, el 44 presidente aparece en Europa al mismo tiempo que su sucesor, una patada al protocolo y la delicadeza política que en Trump hubiera sido denunciada a gritos. Pero, al menos, Obama sonríe.

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