Soros ha perdido su pulso -esta ronda, al menos- con Viktor Orbán y se va de Hungría. Sí, se puede.
Naturalmente, un tipo con unos pelos horrorosos que responde al nombre de Guy Verhofstadt ha dicho en el Parlamento Europeo, ese peculiar órgano legislativo que no puede proponer legislación, solo aprobarla o rechazarla, ha dicho que la UE no está dispuesta a tolerar que haya «democracias iliberales» en su seno y que Hungría, como Polonia, van a pagar su libra de carne.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahora¿Qué europeísta no sentirá cómo su corazón salta de gozo en el pecho al ver cómo sus señoritos de Bruselas se ponen de parte de un financiero internacional elegido por nadie contra un líder abrumadoramente respaldado por su pueblo por tercer mandato consecutivo?
Yo ya no sé cómo convencer a mis modernos de proximidad de que ‘Europa’ no es una democracia, como no es particularmente europea. Uno pensaría que, con lo progresistas que son, les alarmaría el hecho de que una proporción cada vez mayor de nuestras vidas esté controlada por una casta autodesignada que no tiene que responder ante nadie. Pero no.
«Todo lo que pueda comprarse y venderse debe comprarse y venderse en libertad. Pero no todo se puede comprar y vender, y, en este caso, los húngaros son los que deben decidir esto»
Porque el moderno, el progresista, se mueve por señales, por asociaciones de ideas reforzadas por una propaganda incansable que logra, para su mérito, hacerles comulgar con evidentes ruedas de molino.
Porque en el asunto húngaro, lo parezca o no, nos la jugamos. Si en última instancia Soros se saliera con la suya -y digo ‘Soros’ como un atajo para designar a todo el poder financiero que quiere imponerse sobre la voluntad de los pueblos-, lo que quedaría podría ser, en un sentido, muy ‘liberal’, pero desde luego sería muy poco democrático.
Hasta ahora, en mayor o menor medida, liberalismo y democracia han ido de la mano; tanto tiempo, de hecho, han avanzado a la par que es disculpable que mucha gente los confunda y los identifique.
En la práctica, la democracia es solo uno de los ingredientes del ‘pack’ político que gobierna esos Estados que hemos dado en llamar ‘democracias’. Y sería malo para todos que ese elemento devorara a los otros (reconocimiento de libertades, separación de poderes, Estado de Derecho), pero no más que si las posibilidades que ofrece la sociedad abierta permitiera a magnates como Soros imponerse sobre la voluntad expresa de los húngaros.
Todo lo que pueda comprarse y venderse debe comprarse y venderse en libertad. Pero no todo se puede comprar y vender, y, en este caso, los húngaros son los que deben decidir esto. Su dignidad nacional es una de esas cosas que no están dispuestos a poner a la venta. Su soberanía, tampoco.
Se acerca la hora, está muy próxima, en la que los europeos tendremos que decidir qué Europa queremos, si la que defienden con hechos países como Hungría, Polonia, Austria y, quizá, Italia, lo que se firmó en su día, una alianza de Estados libres y soberanos que ceden al conjunto la administración de aspectos comunes, o el megaestado con el que sueñan en Bruselas, con leyes inapelables llegando desde un lejano centro, obra de una casta que no tiene que responder ante los pueblos de Europa.
La segunda es la opción preferida por nuestros políticos españoles, siempre serviles a lo que les indiquen al otro lado de los Pirineos, ahora hasta el punto de aplaudir con entusiasmo la idea de que el partido revelación, Ciudadanos, ofrezca la alcaldía de la segunda ciudad de España, Barcelona, a un ex primer ministro francés, Manuel Valls.