Creo que me equivoqué, y pocas veces lo he dicho con tanto alivio.
Me equivoqué en mis cálculos con Podemos, no sé si recuerdan. Preveía -y así es- un gobierno débil de Rajoy, en perpetua cesión, una vida política enrarecida y malhumorada -acierto a medias- y un equipo morado dando la murga perpetua en la calle y cosechando votos con cada torpeza, o percibida torpeza, del Gobierno.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEl mismo día que el candidato único del PP renovaba sin muchas sorpresas su liderazgo en un congreso que apestaba al otro lado del Telón de Acero, Pablo, el amado líder, derrotaba a su rival en el control del partido morado, Íñigo Errejon. Es decir, gana mi tesis de que Podemos va a tratar de recuperar la calle y reavivar la vacilante llama del 15-M.
Íñigo, por cierto, nunca tuvo ninguna posibilidad. Pablo es César o nada, es la ambición en estado puro, tan intensa que ni siendo un astuto político puede dejar de transparentar una indecente sed de poder.
Calculo que a Errejon le mantendrá cerca y le dedicará muchos de esos abrazos exhibicionistas, a medio camino entre el ‘beso de la muerte’ de la Cosa Nostra y el exagerado ternurismo de cartón de un ‘reality’. Pero va a tener que tragar infinidad de sapos y humillaciones, y sus filas van a ser implacablemente diezmadas.
El líder que arrastra tiene que llegar pronto al poder, porque las masas son veleidosas y se quedan afónicas de dar gritos
Pero empezaba diciendo que me equivoqué, o eso creo. Sí, harán responsable a Rajoy hasta de la lluvia; y, sí, se lanzarán con entusiasmo a la calle para hacer este país ingobernable. Pero sospecho que no les va a ir bien.
No hay nada más cansado que el entusiasmo político. El líder que arrastra, que arrebata a las multitudes, tiene que llegar pronto al poder, porque las masas son veleidosas y se cansan de marchar y se quedan afónicas de dar gritos.
El 15-M y la ilusión amorfa que flotaba en el ambiente y que se posó durante unos dulcísimos meses sobre la cabeza encoletada de Pablo ya se ha esfumado.
Están gobernando, y ya no cuela su cándida pureza, ni eso de ser el ‘partido de la gente’.
La gente, esa gente que les consagró en las urnas, ha visto su voracidad, sus subidas de sueldo, sus manejos oscuros, sus colocaciones a dedo, sus modos totalitarios, su nepotismo desatado. Ha visto en esta ‘nueva política’ a la vieja, pero con prisas y muchas dosis de cursilería.
La escena está dispuesta para que se reproduzca aquí lo que se está produciendo en Estados Unidos, donde los demócratas y sus aliados no pueden tolerar que gobierne el presidente elegido, Donald Trump. Van de marcha en manifestación, de violento motín en histérica alarma.
Y les está saliendo, comprensiblemente, al revés. América no ha elegido a Trump como un solo hombre. Muchos le votarían sin duda con una saludable dosis de recelo; muchos más se decantaron por Hillary viendo en ella algo podrido, establecido y aburrido, pero seguro, hasta cierto punto serio.
Pero de esos, no pocos se hacen cruces viendo la turbamulta intolerante quemando coches y golpeando a partidarios de Trump, reivindicando unicornios irisados en marchas carnavalescas, llamando nazi al presidente y a cualquiera que no defienda las tesis más disparatadas.
Están viendo, en fin, que los antitrumpistas son tramposos, narcisistas, ninos mimados y maleducados que se ponen a romper cosas cuando no se les da lo que quieren; que defienden cosas que el americano medio encuentra extrañas en el mejor de los casos, y aborrecibles en el peor.
Sobre todo, están cansados. Ya votaron, ya salió elegido uno de los dos. Uno se concede dos, tres días de disgusto si no ha salido su candidato y quiere luego volver a sus asuntos, que el país vuelva a su rutina. Este estado de preguerra civil parece lo bastante sacado de quicio como para hacer popular a Trump, cuyas medidas cuentan ya todas con más partidarios que detractores.
España no hace cola en las panaderías, sino en las tiendas Apple cuando la empresa de Steve Jobs va a lanzar un nuevo producto
La estrategia de Pablo de revolución permanente tiene todos los visos de producir iguales o peores resultados. No falta pan ni libertad, por mucho que lo griten en calles y plazas; al menos, no falta en cantidad suficiente.
España no hace cola en las panaderías, sino en las tiendas Apple cuando la empresa de Steve Jobs va a lanzar un nuevo producto. El tráfico ya es lo bastante irritante de suyo como para que encima los revolucionarios de pega de Iglesias lo empeoren.
La revolución es, para la joven generación, una ocasión de selfies gloriosos que colgar en Instagram con el mejor look de cuidadoso descuido proletario.
Y si hay que marchar, que sea un ratito, que tampoco es cosa de perderse el último capítulo de ‘Juego de Tronos’ para que la novia de Iglesias pueda colocar a la familia en algún ayuntamiento.