Amamos a Polonia. Es así, no voy a pretender por un segundo una imparcialidad imposible: miramos a Polonia con envidia y nostalgia, viendo en ella no solo lo que fue Europa no hace tanto, sino también lo que podría haber sido, lo que aún quizá pueda ser con un improbable y radical volantazo.
Polonia es una democracia y una economía de mercado; es miembro de la Unión Europea y socio leal de la OTAN: en eso está como nosotros, como la mayoría de los países en Europa.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraPero luego hay, por contraste, tanto en ella que hemos perdido. Está en ese patriotismo desinhibido y desacomplejado que enarbola la bandera nacional y que queda tan ridículo tachar de ‘fascista’ en un país que tanto sufrió bajo el nazismo, primero, y con ese otro totalitarismo atroz, el comunismo soviético. Esa bandera está limpia y no representa facción ni está vedada a ideario alguno.
Y ese respeto reverencial por sus raíces nacionales, ese orgullo de su esencia católica que corona a Cristo como Rey de Polonia y permite expresar abiertamente la propia fe sin temor ni aprensión a que alguien se ofenda o a atraer las iras de alguna autoridad que disfrace su anticristianismo vergonzante bajo los ropajes de un ultralaicismo de pega.
La Polonia donde se va seguro por las calles y no se necesitan policías armados hasta los dientes en cada espectáculo popular, de los poquísimos lugares del Continente sin un solo ataque yihadista.
La Polonia que se niega a diluir su población nativa en otra importada a capón, por ‘ukase’ de la lejana e indiferente Bruselas, con unos valores diferentes y antagónicos a los propios.
La misma Polonia que recibió a Chesterton con desfiles, brindis, banquetes y discursos en los que se le nombró ‘amigo de Polonia’; «no el mayor amigo de Polonia -aclaró el orador-, porque el mayor amigo de Polonia es Dios».
Una caterva de políticos a los que ningún pueblo ha elegido quieren dar lecciones de democracia a Polonia
Solo quedaba una prueba de fuego que pasar, un indicio cierto de que Polonia es la nación libre y orgullosa, fiel a su herencia, que parece ser, y ya ha llegado: el odio de los eurócratas decadentes encarnado en la ‘sanción nuclear’ que quiere imponerle la Comisión.
Una caterva de políticos a los que ningún pueblo ha elegido quieren dar lecciones de democracia a un pueblo que se sublevó hasta la masacre contra los arrogantes nazis y le plantó cara a los soviéticos años antes que ningún otro país.
Quieren dejar a Polonia sin derecho de voto en el Consejo como castigo por no haber rectificado las reformas acometidas por el Gobierno polaco, dicen. Y es que, siguen diciendo, las medidas de Varsovia amenazan la independencia del poder judicial.
Ya lo explicamos en su día; ya contamos cómo los comunistas pactaron con los sublevados de Solidaridad para retener la judicatura, que han usado indefectiblemente para echar por tierra siempre que han podido las acciones del Sejm (el Parlamento polaco) y el Gobierno.
Lo que en Bruselas llaman «independencia» no era más que el chantaje judicial permanente y la obstrucción continua de una casta.
Pero en Bruselas, parece, les importa muchísimo cualquier sombra de sospecha que pueda arrojarse sobre la independencia de los jueces polacos a un puñado de tiranuelos de despacho a los que ningún poder puede mover de la silla, al Soviet Supremo de la Unión Europea, la Comisión inapelable.
Desde este país nuestro en el que los miembros del Consejo General del Poder Judicial se reparten como cromos entre los partidos, naturalmente, seguiremos con la servil docilidad que caracteriza nuestro papel en ‘Europa’ lo que tengan a bien dictarnos nuestros superiores, faltaría más.
Pero con Polonia muerden en hueso. Un pueblo que no se doblegó ante la poderosa Wehrmacht y que supo enseñarle los dientes al poder soviético tras medio siglo aplastado no se va a plegar a las amenazas de esa pandilla de funcionarios.
Que tengan cuidado en Bruselas, que podría romperse intentando romper la resistencia polaca. Tiene el favor de los países que sufrieron bajo el yugo soviético y un nuevo aliado de Occidente: la Austria de Kurz.
Que tengan cuidado en Bruselas, que podría romperse intentando romper la resistencia polaca. Es pobre y sin poder frente a los orgullosos occidentales, pero también está unida y es correosa, y tiene el favor de sus antiguos compañeros de condena, los países que sufrieron bajo el yugo soviético y un nuevo aliado de Occidente: la Austria de Sebastian Kurz.
Y el pueblo, el pueblo europeo que empieza a recelar de las medidas de sus amos lejanos y los experimentos sociales que hacen con sus patrias como aprendices de brujo.
Los partidos tradicionales pierden votos o, como en Austria, se cambian de bando, y Polonia es un banderín de enganche tan bueno como cualquier otro para movilizar la rebelión contra Bruselas.
Mientras, y sin disimulo alguno, terminaré estas líneas gritando: ¡Dios bendiga a Polonia!