Cruda realidad /Rufián escupe a Borrell y Sánchez traga: hasta aquí la crónica parlamentaria

    Lo divertido es que los que han escupido, los que han llamado "fascista" al señor Borrell y unas cuantas cosas más son, precisamente, los que sostienen el gobierno de Sánchez. Ante la ofensa a su ministro ante el escupitajo, el grupo socialista ha declarado públicamente que no han visto nada.

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    El diputado de ERC Gabriel Rufián pasa delante del ministro de Exteriores Josep Borrell en el Congreso de los Diputados. /EFE
    El diputado de ERC Gabriel Rufián pasa delante del ministro de Exteriores Josep Borrell en el Congreso de los Diputados. /EFE

    Lo he leído en Twitter, pero me lo apropio: yo les ponía a todos uniforme. Sé que, para cómo se comportan, debería ser un ‘baby’, pero por el cargo que representan les haría ponerse obligatoriamente un uniforme, mejor cuanto más solemne. También les haría dirigirse unos a otros llamándose «honorable», y multiplicaría las fórmulas y rituales del Parlamento. Tengo para mí que el hábito sí ayuda al monje a portarse como monje, si no le hace.

    Sucede que esta mañana -miércoles 27 de noviembre-, el augusto hemiciclo donde reside el órgano de representación de la voluntad popular ha sido, por enésima vez, escenario de indignidades y payasadas que abochornarían en una corrala.

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    Resulta que Rufián ha llevado demasiado lejos su habitual numerito de macarra de bar, esta vez en un mano a mano con el ministro Borrell, y la ‘performance’ ha degenerado en bronca y la bronca a que la ‘seño’, Ana Pastor, se viera obligada a expulsar al grupo de diputados de ERC, esos que hace ya años prometieron que en meses no volverían a sentarse en sus escaños.

    Preferiría que se liaran a puñetazos. Mejor aún, claro, que se desafiasen a florete, pero no se puede tener todo. Cualquier cosa menos esa humillante cerdada del escupitajo

    La cosa es que, de salida, uno de los de Esquerra ha escupido a Borrell, o eso ha denunciado inmediatamente el ministro. La democracia era esto. Esto son nuestros próceres. Estos, los que deben aprobar las leyes que nos obligan a todos. Piénsenlo.

    Y, ya que están, piensen la escena del escupitajo. Una, sinceramente y a pesar de lo que aborrezco la violencia, preferiría que se liaran a puñetazos. Mejor aún, claro, que se desafiasen a florete, pero no se puede tener todo. Cualquier cosa menos esa humillante cerdada del escupitajo.

    Pero lo divertido es que los que han escupido, los que han llamado «fascista» al señor Borrell y unas cuantas cosas más son, precisamente, los que sostienen el gobierno de Sánchez, ese mismo gobierno del que forma parte Josep Borrell.

    Si el ministro tuviera un atisbo, un ápice, una mota de dignidad en todo el cuerpo, un remoto recuerdo de lo que es el honor, un lejano barrunto de vergüenza torera, dimitiría inmediatamente. ¿Cómo puedes continuar en un cargo de un gobierno que se apoya en los mismos que te escupen?

    Pero poder, se puede. Grande-Marlaska lo demostró con creces cuando salieron aquellas cintas de Villarejo en la que su colega en el Gobierno, la ministra Delgado, llamaba «maricón» al juez ahora ministro. Maricón. Si alguien en esta publicación perdiera la cabeza y pronunciara esa palabra en uno de sus textos sin reflejarla como cita, mañana estaba cerrada y unos tíos con antorchas y horcas nos estarían esperando fuera.

    Sánchez en esto es el jefe, el amo, el rey. Ha mentido lo indecible por estar donde está y es capaz de arrastrarse todo lo que sea necesario para permanecer

    No es ya que se trate de una indiscreción chocarrera que el ministro, benévolo, pueda perdonar por lo que hace a su persona; es que se supone, lo dicen desde todos los lados, que una denominación así es profundamente homófoba, una injuria para todo el colectivo homosexual, esta sí, de verdad de la buena. Solo por eso, solo en ese sentido, un tipo de la categoría profesional de Marlaska, con el prestigio que se ha ganado Marlaska, debería haberse ido de un portazo.

    Pero tragó. Le quitó importancia a la ofensa, se comió el sapo, que ser ministro debe de ser la caña, a juzgar por las humillaciones que soportan casi todos para seguir en el machito.
    Sánchez en esto es el jefe, el amo, el rey. Ha mentido lo indecible por estar donde está y es capaz de arrastrarse todo lo que sea necesario para permanecer. Así, ante la ofensa a su ministro -que es, evidente, una ofensa a todo el gobierno-, ante el escupitajo, el grupo socialista ha declarado públicamente que ellos no han visto nada.

    Imaginen, les ruego: el ministro de Asuntos Exteriores del Reino de España denuncia que le acaban de escupir y sus compañeros dicen que ellos no han visto nada. No puede nadie equivocarse en eso: si dice que le han escupido, o se lo inventa o le han escupido. No puede equivocarse, sin más. Con lo que los socialistas, u ofenden a sus aliados u ofenden a su compañero y ministro. Prefieren, claro, esto último.

    Pedro Sánchez se lo ha debido hacer encima, porque ha evitado condenar la actitud de Gabriel Rufián en el Congreso y ha hecho pública una nota en la que afirma que «todos tenemos la culpa». Usted que me lee, señor mío, señora, ha escupido en la cara del señor ministro, de alguna misteriosa manera.

    Y, en cierto sentido -y esto es lo más desolador-, Sánchez tiene parte de razón. Esto es una democracia, esta gente está ahí porque se la ha votado. Aunque duela advertirlo, alguien ha tenido que darse un paseo en domingo hasta el colegio electoral y meter en la urna esa papeleta que dio a Gabriel Rufián la bicoca de su vida, esta licencia para emporcar la sede de la representación pública con sus ademanes de perdonavidas poligonero.

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