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Cruda realidad / Solo puede haber un resultado: el fin del ‘susanato’

Susana Díaz, el día de las elecciones autonómicas el 2 de diciembre d e2018 /EFE

Susana Díaz, el día de las elecciones autonómicas el 2 de diciembre d e2018 /EFE

Cuando yo era pequeña, allá por los albores de la Santa Transición, había una expresión que se oía a todas horas: «Los Cuarenta Años». No hacía falta decir de qué, ni importaba que fuera un redondeo porque 36 no sonaba también, pero el caso es que se escuchaba tanto que se diría que lo peor del franquismo no era tanto que se tratara de una dictadura sino el mucho tiempo que habían gobernado los mismos.

Y no es que el argumento ‘ad Francum’ haya decaído, más bien al contrario, pero la referencia temporal se fue esfumando después de una década y media y dejó de oírse. La oprobiosa se hizo a cada día más presente y oscura, como un Mordor fantástico que había sembrado de muertos las cunetas, pero dejó de ser relevante si estuvo mucho o poco. Casualmente, este cambio sutil coincidió con el régimen que a la callada iban montando los socialistas en Andalucía, la mayor y más poblada de las comunidades autónomas.

Los mismos 36 añitos en los que ‘la pesoe’ se ha convertido en una gestora de empleo sin dejar de ser fábrica de parados, que tiene mérito. Cuando ellos llegaron al poder, Andalucía estaba a la cola en desarrollo; pero 36 años después, ahí sigue, que tiene mérito. Si el lector vive en Andalucía o la conoce bien, sabrá que es difícil mover una piedra allí sin que aparezca la ‘Hunta’ por algún lado, y que tacita a tacita han montado una red clientelar que da gloria verla.

Porque había una razón para que se insistiera en eso de los cuarenta años, igual que la hay para que el fin de un régimen así sea motivo de alegría: el poder enquistado durante demasiado tiempo multiplica las oportunidades de corrupción, arrogancia, caciquismo y mangoneo. No es por casualidad que los peores casos de corrupción se hayan dado siempre en lugares donde los mismos llevan generaciones mandando.

Vivimos, nos movemos y existimos en un asfixiante marco político en que toda derecha está siempre a punto de ser extrema derecha mientras que la izquierda nunca llega ser extrema así defienda a Mao

En las últimas elecciones, por primera vez, existe la opción de que el PSOE deje la Junta. Y los partidos que, sumados, pueden concretar este desalojo tienen la oportunidad histórica, el mandato ciudadano, de entrar a saco en San Telmo y no dejar piedra sobre piedra del entramado clientelar. Es exactamente lo que se ha votado.

Pero hay un problema: Vox. El partido de los cuatro gatos, el que sacaba menos votos que el PACMA, el que según el muy oficial CIS que pagamos todos iba a sacar, con mucha suerte, un escaño, ha sacado doce. Y para echar a Susana hay que pactar con él.

En condiciones normales, no habría problemas. Vox es un partido literalmente heredero del PP, tanto en el sentido de que su propio presidente procede de las filas ‘peperas’ como en el de que su programa viene a defender lo mismo que los ‘populares’ defendían no hace tanto. Ni siquiera se les puede reprochar un solo escándalo, porque ni oportunidad han tenido.

¿Entonces? Entonces hay que contar con todas esas premisas de nuestra cultura política -ni siquiera específicamente nacional- que no se citan ni se razonan, solo se acatan, como ancestrales tabúes de la tribu; entonces vivimos, nos movemos y existimos en un asfixiante marco político en que toda derecha está siempre a punto de ser extrema derecha mientras que la izquierda nunca llega ser extrema así defienda a Mao; donde ‘facha’ es un insulto infamante que paraliza de terror a la derecha mientras ‘comunista’ es una mera descripción que se mira con indiferencia, cuando no con simpatía.

Es perfectamente posible que el regimen de ‘la pesoe’ siga en pie en Andalucía, con el patio de Monipodio funcionando a todo gas. Ciudadanos o el propio PP puede preferir lo malo conocido, más si le dan los socialistas una tajada del pizzo

En esto, los políticos llevan cierto retraso. ‘Facha’, como cualquier moneda que se acuña en exceso, ha perdido todo su valor y toda su magia, y sospecho que tanto llamar a Vox ‘extrema derecha’, en tono de fulminante excomunión, ha favorecido al partido de Abascal más de lo que haya podido perjudicarle, porque ya enseñó Newton que no hay acción sin reacción y al común le acaba cansando que le digan a qué opción tienen prohibido votar.

Aun así, entre los ‘riveristas’ y los ‘peperos’ sigue pesando el estigma y temen asociarse con el ‘facha’ aunque la etiqueta la hayan llevado ellos durante años. De poco sirve hacerles ver lo evidente, a saber, que Podemos sí es un partido peligroso y antisistema con el que los socialistas están encantados de pactar, por no hablar de quienes, como ERC o Bildu, proclaman cada día su voluntad de abandonar una España que aborrecen y que califican con los peores insultos.

Es decir, que mientras tantos bailan al son de «La bruja ha muerto, ding, dong», es perfectamente posible que el regimen de ‘la pesoe’ siga en pie en Andalucía, con el patio de Monipodio funcionando a todo gas. Ciudadanos o el propio PP puede preferir lo malo conocido, más si le dan los socialistas una tajada del pizzo, y perder la ocasión.

Puede ser, claro que puede ser. La maldición de las democracias de partidos es el cortoplacismo y la miopía y no debe escandalizarnos que todo quede en un reorganizar las sillas en la cubierta del Titanic. Pero, de ser así, puedo augurar sin temor que el partido responsable lo pagará. Todos están mirando, todos saben cómo va la jugada, ya no hay modo de engañar a nadie que no desee con todas sus fuerzas que le engañen.

Si Ciudadanos cede y deja el ‘susanato’ en pie, aun sin Susana, sus opciones en las generales serán insignificantes fuera de Cataluña; si es el PP el que se arruga, el trasvase ya iniciado de votos hacia Vox se convertirá en una riada imparable.

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