Dice El País, por boca del autor e ‘islamólogo’ Emilio González Ferrín, que España no sufrió una invasión musulmana, y que la Reconquista, por tanto, tampoco existió jamás, que fue una ‘narración histórica’. Que algo sea una ‘narración histórica’, por cierto, no dice nada sobre su autenticidad o falsedad: la etiqueta sirve lo mismo para algo que ha sucedido como para algo que se invente, siempre que se narre.
Debo reconocer que tengo debilidad por el revisionismo histórico y que estas cosas me divierten muchísimo, porque obligan a quien las propone a fascinantes piruetas lógicas. Me recuerda a aquella tesis de unos profesores alemanes que niegan la existencia de la Alta Edad Media, tres siglos que hacen desaparecer de un plumazo porque, en realidad, se los inventaron a pachas el Papa del momento y el Emperador Otón.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraMás gracioso aún fue un libro aparecido no mucho después de la muerte de Napoleón que se proponía ‘demostrar’ que el corso no había existido jamás, y que no era más que una alegoría del sol y los planetas, que serían sus mariscales.
La historia es lo bastante ‘sucia’, complicada y retorcida, como obra humana compuesta por miriadas de sucesos y fenómenos, como para que sea posible, escogiendo cuidadosamente de aquí y allá, defender cualquier tesis, por absurda que suene.
Si lo que Ferrín quiere decir es que no se trató de una campaña lineal y continuada, naturalmente que tiene razón, no es nada que se ignore
Ortega y Gasset, tan serio y valioso como intelectual como frívolo e insustancial en su calidad de historiador aficionado, defendía que no existió voluntad de Reconquista porque ninguna intención dura tanto. Debía haber oído a los judíos repitiendo en cada Pascua «el año que viene, en Jerusalén» durante bastante más tiempo para entender que sí, se puede.
Si lo que Ferrín quiere decir es que no se trató de una campaña lineal y continuada, naturalmente que tiene razón, no es nada que se ignore; también que los reyes cristianos combatieron a menudo entre sí y que se aliaron con monarcas musulmanes o comandaron tropas moras. Pero ninguno de estos ‘árboles’ impide ver el bosque, que España fue invadida -en el curso, es cierto, de una guerra civil visigoda- y que, de ser cristiana, pasó a ser musulmana.
Conocemos crónicas, batallas y, lo que es más importante, la repetición machacona del recuerdo de la ‘pérdida de España’.
Pero esto es labor de historiadores, y yo no soy historiadora. Me interesa más el hecho de que El País tenga tanto interés por una visión de la Historia y no otra, porque esa misma incursión en la historiografía rima extraordinariamente bien, oh sorpresa, con su entusiasmo inmigratorio y, sobre todo, con lo curiosamente poco curioso que se muestra a la hora de informar -de no hacerlo- de las dificultades, por decirlo suave, de convivencia que está provocando la llegada masiva de musulmanes a las costas europeas.
No es difícil echarle un vistazo al accionariado de Prisa y ver en él la larga sombra de Qatar, pero ni siquiera eso es tan relevante como podría parecer. Es mucho más interesante el plano general, el que le conecta con el New York Times, La Repubblica, Le Monde, The Guardian y, en fin, toda la prensa ‘seria’ de Occidente, que nos está vendiendo la misma ‘narración histórica’ con la esperanza de que les creamos a ellos antes que a nuestros ojos mentirosos.
Todo lo que dan por bueno los medios, desde la Teoría de Género hasta el feminismo radical, pasando por su anticlericalismo visceral lleva al mismo callejón sin salida de una Europa envejecida que se extingue
No es fácil, como estamos viendo en las últimas elecciones europeas. En Alemania, Merkel mantiene la cancillería ‘in extremis’, tras agónicas negociaciones para formar una monstruosa coalición. En Austria, los conservadores tuvieron que echarse en brazos del ‘populista’ FPÖ para vencer y gobernar. Y ahora, en Italia, parecen decididos a que, si tiene razón Ferrín y los musulmanes no invadieron España en el 711, tampoco pase ahora con Italia otro tanto.
Si uno se fija bien y el tiempo suficiente, no es difícil advertir que esta halagüeña crítica a la tesis de Ferrin se compadece bien con todo lo que El País y, por extensión, los medios al uso llevan años queriendo vendernos. En definitiva, todo lo que dan por bueno, desde la Teoría de Género hasta el feminismo radical, pasando por su anticlericalismo visceral lleva al mismo callejón sin salida de una Europa envejecida que se extingue y que, para perpetuarse, necesita flujos incesantes de inmigrantes del Tercer Mundo.
Que sean predominantemente musulmanes es una ventaja añadida, porque su fe servirá para acabar más deprisa con los restos de la nuestra, ese cristianismo que hizo de Europa lo que es y la llevó a donde está; que creó, en definitiva, las condiciones para que El País pueda cómodamente planificar su desaparición.