Cruda realidad / El terror se llama Bolsonaro

    Si criticarlos y temer su avance es una opinión totalmente legítima y probablemente necesaria, es de justicia admitir que llamar 'antidemocrático' a un líder que ha ganado limpiamente en las urnas es bastante tonto.

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    Partidarios de Jair Bolsonaro celebran su victoria en las elecciones presidenciales el 28 de octubre de 2018. /EFE
    Partidarios de Jair Bolsonaro celebran su victoria en las elecciones presidenciales el 28 de octubre de 2018. /EFE

    No tengo la menor idea de lo que es, piensa, pide o cree Bolsonaro. O casi. Y eso, estoy convencida, me pone en una envidiable posición para juzgar la reacción que ha suscitado.

    Para empezar, nadie sabe de qué es capaz un hombre hasta que llega al poder, probablemente ni él mismo, pero esa ignorancia crece exponencialmente en las modernas democracias, en las que cada candidato está tan arropado, maquillado, controlado y medido por sus partidarios y tan deformado por los medios en un sentido y su contrario que ni su propia madre sería capaz de reconocer al hijo de sus entrañas en la imagen que acaba calando de él en la opinión pública.

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    Por otra parte, no creo que quienes echan espumarajos por la boca ante la victoria aplastante del candidato a la presidencia de Brasil le conozcan mucho mejor. Mi brújula en estas cosas de política internacional, especialmente en Latinoamérica, suelen ser los chicos de Podemos: si no lo tragan, algo bueno habrá hecho o intenta hacer.

    Y, entre ellos, el más locuaz en redes sociales, Pablo Echenique. Hoy sale con un comentario muy gracioso en Twitter, lo reproduzco:

    La receta del éxito de monstruos como Bolsonaro o Trump es sencilla:
    – Autoritarismo y simpatía con dictaduras.
    – Racismo y odio al diferente.
    – Machismo militante.
    – Y tener a los millonarios detrás.

    Tan sencilla es que la tentación de probarla en otros países es muy alta».

    Yo no sé si Pablo II está jugando a ver cuándo el electorado se da cuenta de una vez de que les desprecia con toda su alma y que piensa que la democracia es una filfa y los votantes, una chusma que no sabe lo que les conviene. Solo así podría explicarse que diga que mostrar autoritarismo y simpatía con las dictaduras, racismo y odio al diferente y machismo militante es la «sencilla» receta para que nosotros, el pueblo, nos sintamos atraídos por un candidato.

    Porque, si todo es tan ‘sencillo’ como eso, no sé por qué llevan tanto tiempo, dinero y energía gastados los partidos en nubes de asesores y montañas de estudios demoscópicos, si todo consiste ‘sencillamente’ en una pizquita de racismo aquí y una cucharadita de autoritarismo allá, que para este genio es lo que nos arrebata.

    Cojan ustedes, si me hacen el favor, la lista de los hombres más ricos del mundo que publica cada año la revista Fortune, e indíqueme uno solo que apoye a los populistas del tipo de Bolsonaro

    Que la moderna izquierda radical aborrece al común, a la plebe, con una intensidad que hubiera abochornado a Coriolano y asustado al más arrogante cortesano del Versalles de Luis XIV es perfectamente obvio para cualquier que tenga ojos en la cara. De la gente, y muy especialmente de la clase trabajadora, lo odian todo, desde sus gustos a sus costumbres, de sus apegos a sus creencias.

    Desprecian que amen lo propio más que lo ajeno, lo familiar antes que lo extraño; abominan de la música que escuchan, las películas que ven, los libros que leen y todo, en general, lo que prefieren.

    Por eso, lo más divertido del comentario tuitero de Echenique es ese último punto: lo de los millonarios. Cojan ustedes, si me hacen el favor, la lista de los hombres más ricos del mundo que publica cada año la revista Fortune, e indíqueme uno solo que apoye a los populistas del tipo de Bolsonaro. O, ya puestos, una gran empresa, un novelista célebre, un cineasta de prestigio, un cantante o un actor. O, no digamos, un gran medio de comunicación, que no son baratos ni son exactamente propiedad de microempresarios.

    Para desgracia de Pablo, él mismo se desautoriza al acompañar su bilioso tuit con titulares de periódico, que prueban lo que digo. Prisa, ¿no es un grupo de comunicación ‘de millonarios’? ¿Ha visto Pablo su accionariado? ¿Y se alegra con la victoria de Bolsonaro, lo pone bien, lo defiende?

    No, ni siquiera los medios de la derechita le llaman otra cosa que ‘ultraderechista’ o ‘el líder de la extrema derecha’, porque, para bien o para mal -mejor: para bien y para mal-, estos líderes populistas son realmente populares, y lo son contra el viento de la élite y la marea de los grandes medios. Y si criticarlos y temer su avance es una opinión totalmente legítima y probablemente necesaria, es de justicia admitir que llamar ‘antidemocrático’ a un líder que ha ganado limpiamente en las urnas es bastante tonto. Salvo, claro, que uno odie realmente la democracia y solo la conveniencia política le impida proclamarlo con estas mismas palabras.

    Una ya ha dicho en bastantes ocasiones que los partidos tradicionales -la internacional socialdemócrata que lleva gobernándonos desde la posguerra en dos alas- lo tendrían relativamente fácil para conjurar el peligro populista. Ni siquiera tendrían que hacer cosas raras, ni recurrir a medidas extremas ni traicionar su legado, al revés: bastaría que volvieran a decir y hacer lo que decían y hacían hace solo una veintena de años.

    No cerrar el país a cal y canto, sino aplicar una política de inmigración mínimamente racional. No caer en el patrioterismo, pero al menos mantener cierta decente estima por lo propio y evitar actitudes acomplejadas. No reestablecer la pena de muerte, pero sí transmitir a la ciudadanía que las conductas asociales no son aplaudidas y celebradas, sino sancionadas. No hacer confesional el Estado, pero sí respetar las creencias, y muy especialmente las mayoritarias y las que constituyen la raíz de nuestra cultura e identidad.

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