Cruda realidad / Por qué Trump va ganando

    A cuenta del magnífico jaleo que se ha montado en torno a la orden ejecutiva de Trump imponiendo una moratoria a la entrada en EEUU de nacionales de siete países, me comenta un viejo amigo, que me toma por trumpista, que cada día es más difícil defender al presidente americano.

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    Donald Trump y Adolf Hitler
    Donald Trump y Adolf Hitler

    Me deja absolutamente perpleja el comentario, porque a mí me parece lo contrario: cada vez es más fácil, tanto que temo que se consolide mi engañosa fama de partidaria de Trump.

    Miremos el asunto con un poco de perspectiva. Veamos: Bill Clinton hace un discurso en el que defiende exactamente lo mismo que Trump (aquí lo tienen, no hace falta que me crean) sobre la inmigración, y recibe una ovación unánime. La prensa no tiene queja alguna, nada que ver aquí, sigan circulando.

    Algunas personas creen que La Sexta da información.

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    Obama veta la entrada de iraquíes -recuerden, primero bombardeados por los americanos y luego sus presuntos aliados- durante seis meses, el doble que lo previsto en la moratoria de Trump. ¿Reacción? Absoluto silencio. Todo correcto.

    Trump, aguando mucho lo prometido en campaña, veta durante solo tres meses, mientras se organizan los métodos de supervisión y seguridad, la entrada de nacionales -sin mención alguna a su religión, naturalmente- de siete países a los que no cita expresamente, sino que refiere a una categoría -¡tachán!- creada por el propio Obama, que no representan más que una fracción minoritaria de los musulmanes, y la prensa lo llama ‘veto musulmán’ -¿noticias falsas, quién habló de noticias falsas?- con notorio desparpajo.

    Sería más exacto, si queremos una etiqueta facilona, llamarlo ‘veto a bombardeados’, porque lo que tienen en común es haber sido bombardeados o sancionados por Obama.

    Y no estamos ni en el décimo día de su mandato.

    Arden los medios, arden las calles, se compara a Trump con Hitler… por algo que se aplaudió con Clinton y se ignoró con Obama

    No defiendo el veto. Ni lo ataco. Dudo de su eficacia en la lucha contra el terrorismo islámico, pero me parece indudable que ha sido ya enormemente eficaz en otro sentido: en el de obligar a los enemigos de Trump a mostrar sus cartas, a demostrar ante toda América la panda de manipuladores partidistas que son los grandes medios y en poner de relieve ante el mundo entero que el establishment existe y no es ninguna teoría de la conspiración y que no sabe perder ni respeta las reglas de juego.

    Resumiendo: arden los medios, arden las calles, se compara a Trump con Hitler… por algo que se aplaudió con Clinton y se ignoró con Obama.

    Ya ven, podría estar diciendo el presidente, para mis enemigos es más indignante no dejarles entrar durante tres meses que bombardear sus ciudades y matar a sus familias.

    Mi amigo, al que me refería al principio, parte de un estado de cosas que ya no existe. Parte de un público informado de lo que ocurre exclusivamente por los grandes medios de comunicación que, en efecto, presentan las políticas de Trump como indefendibles.

    Pero esa es exactamente la apuesta de Trump y, por lo visto y vivido desde su presentación para la candidatura republicana hasta aquí, no está en absoluto mal calculada.

    El nuevo presidente ha apostado a que los americanos están hartos de ser manipulados por los grandes medios, que han dejado de confiar en ellos –algo que puede comprobar el que quiera en los estudios demoscópicos- y que el acceso directo a muchas de las noticias gracias a las cámaras de los móviles y las redes sociales acelera este abandono masivo del periodismo convencional. Ver sin filtros ni interpretaciones un ataque o una manifestación abre muchos ojos.

    Pew Research, líder mundial de demoscopia, publicó sus informes de urgencia sobre los primeros días de Trump y situó el apoyo popular al presidente en un 59%.

    Ahí tienen el célebre ‘voto popular’ que favorecía a Hillary. Sí, las masas son veleidosas y sus decisiones no son permanentes.

    La prensa, tras el espantoso ridículo de la victoria de quien nos aseguró que no tenía la menor probabilidad, hizo su habitual declaración insincera de culpa y contrición, solo para redoblar una manipulación que ya se desmonta en minutos.

    ¿Qué, si no manipulación descarada, es la foto de El País, ilustrando el drama de los ‘vetados’ con una mujer que se abraza llorando a su hija en un aeropuerto, cuando madre e hija son naturales de Dubai, nada que ver, y el llanto es alegría por el encuentro?

    Otro argumento para sostener que ‘lo de Trump es cada día más indefendible’ es que se oponen a él por igual izquierdas y derechas. Me apresuro a añadir, izquierdas y derechas convencionales, es decir, el consenso socialdemócrata que ha desenmascarado el propio Trump. ¿Cómo no iban a oponerse?

    Así, mi amigo me pasa para reforzar su tesis un texto de Juan Ramón Rallo, ‘Los planes de Trump o cómo empobrecer a las clases medias de los EEUU’, poco menos como si fuera el argumento definitivo.

    Como los marxistas al revés que son, Rallo y sus cuates quieren convencer al votante trumpista americano de que el suyo es un caso agudo de ‘falsa conciencia’

    Pero eso solo significa que Trump no es liberal, al menos no de la escuela de Rallo, algo que le pasa a la abrumadora mayoría de la humanidad. El chiste de que los liberales caben en un taxi es probablemente exagerado, pero no diría yo que no se apañaran en un microbús.

    Como los marxistas al revés que son, Rallo y sus cuates quieren convencer al votante trumpista americano de que el suyo es un caso agudo de ‘falsa conciencia’, que en realidad no está en paro o trabajando en un McDonalds por el salario mínimo cuando antes tenía un buen sueldo en una fábrica o que, si es así, es lo mejor que podía pasarle. En definitiva, el cansino argumento de que la gente no sabe lo que quiere.

    No tengo ni noción de cómo acabará esto. No doy un duro por la América de Trump ni por el éxito de su experimento, aunque tampoco por lo contrario.

    No sé tanto, aunque podría arriesgar, visto que equivocarse garrafalmente parece no tener consecuencia negativa alguna en la carrera profesional de los ‘expertos’.

    Pero sí estoy segura de una cosa: en la guerra que ahora mismo tiene entre manos, va ganando.

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