Rajoy se ha reunido de urgencia con los arzobispos de Madrid y Barcelona, Osoro y Omella, mientras los chicos de la Generalitat convocaban a ‘sus’ obispos, que hasta ahora se han mostrado algo ambiguos con la causa secesionista, al menos con su silencio y sus críticas a la ‘violencia’ desatada por ‘Madrid’.
Unos y otros buscan al clero para que medie.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraAhora, es todo un homenaje a la jerarquía eclesiástica el hecho de que siempre se haya buscado mediadores entre sus filas desde hace siglos, un reconocimiento a su papel y misión de hombres de paz. Hasta aquí, todo bien.
Pero si los clérigos han sido siempre ideales como mediadores es, precisamente, porque están ‘fuera’ de la política, porque sirven a Aquel cuyo Reino no es de este mundo.
Del mismo modo, es esencial que ese papel, digamos, derivado y auxiliar, no eclipse ni entorpezca la básica acción pastoral que consiste, en último término, en salvar almas.
¿Es esto lo que sucede? A medias, nos tememos.
En Cataluña hemos visto escenas que deberían entristecer a cualquier católico, sea o no independentista.
Dejando aparte lo que cada cual piense de las esteladas, el sitio donde lucirlas no debe ser el campanario de una iglesia o las escaleras del altar
Dejando aparte lo que cada cual piense de las esteladas, el sitio donde lucirlas no debe ser el campanario de un iglesia, mucho menos las escaleras del altar, como se pudo presenciar en una conocida iglesia de Barcelona.
El pasado jueves, por ejemplo, en la iglesia de los capuchinos de Nuestra Señora de Pompeya, se celebró una “Plegaria por el referéndum del 1-O”, convocada por el movimiento Cristianos por la Independencia.
Una estelada -ni siquiera la cuatribarrada tradicional catalana- adornaba los escalones que subían al altar y se mezclaron lecturas del Evangelio con declaraciones patrióticas y peticiones “por las víctimas de la intolerancia del Estado español”.
Peor fue lo que sucedió el propio 1-O en una iglesia de Vila-rodona, un pueblo de la comarca de Alt Camp en Tarragona, donde no solo se usó el templo a modo de colegio electoral sino que su párroco, solemnemente revestido, convirtió el recuento de votos en un extraño ritual sincrético.
‘Reclutar’ a Dios para causas que, por nobles y elevadas que sean, son siempre polvo y ceniza comparadas con lo que es el centro de la Iglesia -Cristo- es peor que blasfemia; es idolatría.
No es casual que las comunidades donde más fuerza tiene el nacionalismo en España -Cataluña y País Vasco- sean también donde la descristianización es más acentuada con una diferencia insoslayable, da igual el criterio que se use para medirlo, desde contribuyentes que marcan la X en su declaración a ordenaciones sacerdotales.
El patriotismo, que -colocado en su sitio dentro de los deberes y afectos- es bueno, tiene la insidiosa costumbre, en tiempos como los que vivimos, de ocupar el lugar de Dios en el corazón de muchos, de convertirse en un ídolo.
El Papa, a quien sacerdotes y obispos deben obediencia, acaba confirmar su postura contra la autodeterminación de Cataluña
La reacción del clero debería ser una renovación del mensaje, un aumento del celo evangélico. Sin embargo, nos tememos que en no pocos casos, una parte del clero ha contribuido a ‘santificar’ esta sacralización de Cataluña, como hemos podido contemplar en tantos casos vergonzosos.
Máxime cuando el Papa, a quien todos los católicos debemos obediencia pero de modo, digamos, ‘profesional’, los sacerdotes y obispos, acaba confirmar su postura contra la autodeterminación de Cataluña y defiende “la legalidad constituida”
En momentos así, la Iglesia española precisa pastores claros y valientes, sí. Pero se entendería mal que una jerarquía que se mueve con la agilidad de un paquidermo para responder a desafíos tan graves como los que vivimos se entreguen ahora en cuerpo y alma a una causa que, con ser importante y grave, no es la suya.