Harvey Weinstein, cofundador de Miramax, ha sido acusado por un grupo de actrices de primer nivel de acoso sexual y violación y se ha desatado la tragicomedia más tristemente divertida -o cómicamente patética, como prefieran- que haya estrenado Hollywood en décadas.
Si el nombre no le suena es que no es un fanático de la noche de los Oscar, porque aunque lo suyo es hacer estrellas manteniéndose en un discreto segundo plano, su nombre aparece incesantemente en los agradecimientos de muchos agraciados con la preciada estatuilla.
Nuestro Almodóvar, sin ir más lejos, lo citó en su interminable monólogo en la gloriosa ocasión de su victoria.
Digo que es divertido, y no se me tache de frívola, porque hacerse el sorprendido a estas alturas de que el mundo del cine son un hatajo de hipócritas que se rige exactamente por las reglas contrarias a aquellas con las que nos sermonean sin cesar y que usan para avergonzar a políticos de derechas debería ser un conocimiento común, como que el sol sale por el este.
Verdaderos señores de horca y cuchillo, tienen y ejercen el derecho de pernada sobre jovencitas que sueñan en ser Greta Garbo
Mientras abanderan todas las causas del ‘oprimido y marginado’, esta gente vive en una ciénaga darwiniana donde un puñado de magnates, verdaderos señores de horca y cuchillo, tienen y ejercen el derecho de pernada sobre jovencitas que sueñan en ser la próxima Greta Garbo, con la absoluta aceptación de todos en este juego repugnante y bajo la más férrea ley del silencio.
Ricos que les dicen a los pobres cómo deben comportarse; guapos pendientes de su imagen, sometidos a cualquier tortura para conservar la belleza que les paga las copas, defendiendo el ‘positivismo del físico’ y lo bueno que es que los y las gordas estén contentas con sus lorzas desbordadas.
Tipos que van a comprar tabaco en limusina y usan jets privados ultracontaminantes para dirigirse a alguna gala contra el Cambio Climático.
Gentuza que apoya todas las rebeldías del desheredado contra el poderoso y se arrodilla dócil ante un sesentón babeante y barrigudo que tiene en sus manos promover su carrera o destrozarla.
Weinstein era, lo han adivinado, un ‘feminista’ radical, donante de la campaña de Hillary Clinton y ‘escandalizado’ crítico del ‘agresivo machismo’ del actual presidente.
Es difícil encontrar en toda la ancha superficie del planeta, en todos los siglos de la historia, una sima mayor que la que separa el mensaje machacón de la películas y las series con que Hollywood nos sermonea desde todas las plataformas imaginables y el implacable código babilónico que rige sus vidas y un sector donde la competitividad que caracteriza al mercado se vuelve caníbal y feroz.
Pero todo esto sería una mera anécdota, otra prueba más de nuestra naturaleza caída, un nuevo y deplorable ejemplo de lo bajo que puede caer el ser humano, si no fuera porque esta gente, los Weinstein de este mundo, son los que deciden lo que creemos.
Deciden qué causas defender, qué movimientos atacar, cuál es nuestra historia, qué debemos preferir, quiénes son los buenos y quiénes los malos y cómo debemos, en definitiva, vivir.
La estrategia de los secesionistas ha sido más mediática que política. Han buscado rodar una película maniquea para el mundo
El cine es desde hace años el púlpito omnipresente que nos vende la Narrativa oficial a paletadas. Y nosotros, hipnotizados con maravillosas imágenes y conmovedores guiones, compramos, nos tragamos todo.
Un ejemplo reciente: la estrategia de los secesionistas catalanes ha sido, mucho más que meramente política y no digamos jurídica, mediática. Han buscado rodar una película maniquea para el mundo.
¿Sería mucho pedir que este escándalo, que es cualquier cosa menos aislado, abra nuestros ojos ante la podredumbre de quienes nos venden la dogmática dominante?.
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