Cruda Realidad / Votar a los 16 o la democracia de Peter Pan

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    Pablo Iglesias y Peter Pan
    Pablo Iglesias y Peter Pan

    La mayoría del Congreso aprobó este martes una proposición no de ley de ERC para rebajar la edad de votar a los dieciséis años, una iniciativa que ha salido adelante con el apoyo del PSOE, Podemos y el Grupo Mixto, mientras que PP, Ciudadanos y el PNV la han rechazado.

    No es que tenga demasiada importancia de forma inmediata, porque si,  como es previsible, ningún partido cuenta con los apoyos necesarios para formar Gobierno la propuesta acabará en la basura. Sin embargo, es sobradamente significativo de una tendencia y es poco dudoso que volveremos a encontrarnos con la propuesta de aquí a poco.

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    Como es significativo que Gabriel Rufián -omen nomen-, proponente de la iniciativa, haya arremetido contra la «derecha más reaccionaria» a la que le gustaría, ha dicho, que los jovenes «conocieran más a Belén Esteban que a Durruti».

    Rufián tiene que saber -sabe- que si la izquierda que él representa tiene tanto predicamento entre los de menos edad es precisamente porque lo que saben de Durruti está al nivel que se le supone a Belén Esteban.

    Platón tachaba de infelices los pueblos gobernados por jovenes, y el propio nombre de los más antiguos órganos de deliberación política, como la gerusía o el senado, deriva precisamente de la palabra ‘anciano’. La esperanza de vida, es cierto, era muy otra, pero a la avanzada edad se le suponía una mayor prudencia y la experiencia de lo que funcionaba y lo que no, inaccesible para los que apenas han empezado a vivir una vida adulta.

    Casi la mitad de los menores de 25 años carecen en España del encontronazo con el mundo real que supone trabajar, casarse o hacer la declaración de la renta

    De hecho, en España casi la mitad de los menores de 25 años, ni estudian ni trabajan, mucho menos están casados o tienen hijos, ni han cumplimentado jamás un formulario de la Declaración de la Renta. Es decir, carecen por completo del encontronazo con el mundo real imprescindible para valorar qué medidas tienen posibilidades de dar fruto y cuáles son la versión política de los cuentos de hadas.

    Naturalmente, qué grupo favorezca y cuál se oponga a la ampliación del derecho al voto en cualquier sentido dependerá exclusivamente de un cálculo: si se tienen datos que permitan concluir que los recién incorporados al electorado van a favorecer a su opción política.

    Cuando, durante la II República, se dio el voto a la mujer con el apoyo de la derecha y la oposición de la izquierda, no fue porque la CEDA fuera un partido de feministas ‘avant la lettre’ o los socialistas unos machistas recalcitrantes, sino porque, entonces, la opinión mayoritaria entre las mujeres se suponía conservadora.

    Del mismo modo, ahora se entiende -con la demoscopia en la mano- que los más jovenes defienden las opciones más, digamos, ‘progresistas’. De hecho, la formación más entusiastamente partidaria de adelantar la edad del voto es Podemos, lo que tiene todo el sentido: hace falta toda la inocencia y la ingenuidad de la juventud para apoyar una visión política que solo ha generado mares de sangre -cien millones, calculando por lo bajo-, miseria, opresión y mentiras, y que aún hoy ofrece el deprimente espectáculo de la brutal gerontocracia cubana o de las interminables colas en los supermercados de Caracas.

    Este brote de efebofilia política en los podemitas lleva aparejado en muchos de ellos el correspondiente odio a sus mayores, como se pudo comprobar en redes sociales el pasado diciembre tras las elecciones. En Twitter, concretamente, pudo leerse una riada de comentarios de jovenes pablistas lamentando amargamente que los mayores de 60-65 tengan derecho al voto, deseando los más moderados que les quiten el voto y los más exaltados que se mueran. Helaba la sangre leerles.

    Que alguien a quien no se le considera adulto para fumar pueda decidir quién nos gobernará es otra prueba de la visión peterpanesca de España

    Tradicionalmente, las democracias han entendido que la responsabilidad de decidir el Gobierno de un país debía corresponder a quien, por edad, ya se le suponen otras responsabilidades no menos importantes.

    Establecer que alguien a quien no se considera adulto para fumar o comprar una cerveza puede decidir quién nos gobernará a todos es una prueba más, por si era necesaria, de que nuestra sociedad está abocada a una visión infantil y peterpanesca de la vida pública.

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