Últimamente vivimos en Europa una obsesión por ocupar el centro que nos está haciendo perder de vista que el famoso ‘término medio’ en el que, según el dicho, se encuentra la virtud, a veces puede convertirse en un arma de doble filo. Lo último, el triunfo de Emmanuel Macron, un centrista por el que aquí en España muchos beben los vientos. Todo son elogios, no digo que inmerecidos, para el liberal en lo económico, y en lo demás, vaya usted a saber.
Hace años que el Partido Popular va desplazándose hacia un centro que cada vez está más a la izquierda, y eso les hace decir que están en contra de trasladar los restos de Franco pero a la vez abstenerse en la votación, o ‘respetar’ todas las posturas, ya sea en el aborto, en el tema de la familia o de la libertad religiosa, utilizando ese viaje al centro como una excusa para renunciar a la defensa de cualquier principio, sea el que sea.
Ni blanco ni negro, ni gordo ni flaco, ni guapo ni feo, ni rubio ni moreno. Así, fofo, insulso, sin gracia, como una novia describe a un novio por el que no siente ninguna pasión, es el Partido Popular que nos gobierna, con su presidente a la cabeza.
«Nosotros, los de centroderecha, queremos combatir el avance de la izquierda», decía una persona que lidera una corriente para promover la regeneración interna del PP. Un día le pregunté: ¿por qué vosotros sois el centro-derecha y ellos son la izquierda a secas? ¿Por qué no sois vosotros la derecha y ellos la izquierda, o unos centroderecha y otros centroizquierda? ¿Por qué os avergonzáis de decir que queréis representar a la derecha española?
Llamarse centrista es una forma de escurrir el bulto para no comprometerse con la defensa de unos principios que ya sólo les importa a unos cuantos «ultracatólicos radicales»
Su respuesta fue que en España se identificaba a la derecha con una serie de principios y estereotipos que hoy en día ya no estaban vigentes, y que por eso era mejor hablar de centroderecha. Está claro. Nosotros somos de centro, y así no tenemos que mojarnos con nada que vaya más allá de lo económico y lo social, en plan progre.
Llamarse centrista es una forma de escurrir el bulto para no comprometerse con la defensa de unos principios que ya sólo les importa a unos cuantos «ultracatólicos radicales». Y es así como España y Europa van poco a poco perdiendo su identidad y van siendo impregnadas de un relativismo hace que muchos miren hacia otro lado cuando a una profesora la cesan por denunciar la dictadura de la ideología de género o cuando a un padre de familia le apedrean y violan su intimidad por enfrentarse a leyes autoritarias como la de Cifuentes.
El que se mueva no sale en la foto
Mucho me temo que intenten convencernos de que no hay otra opción que hacerse de centro, y también intuyo que las nuevas opciones políticas que vengan, si es que vienen, quieran presentarse como «centristas moderadas», quemando así banderas que poco antes ellos mismo enarbolaban.
Si es así, creo que serán un fracaso, y ojalá me equivoque. Para eso, ya tenemos a muchos otros, políticos y medios de comunicación que le hacen la ola al Gobierno pasando por alto ataques frontales a las creencias y los pilares básicos de nuestra sociedad. Y los pocos que se han atrevido a ir contracorriente, con sus aciertos y sus errores, han recibido la indiferencia y el recurso al mal menor de cientos de miles de españoles comodones preocupados de que nadie les toque el bolsillo.
Hay virtudes y principios que exigen que no haya término medio, que no se entienden en la tibieza del gris, que requieren el todo o nada. Algunos aún luchamos por mantenerlos en pie
¿De derechas, yo? De eso nada, yo de centro, o de centroderecha como mucho. No más, que entonces me toca apechugar y dar la cara para que me la partan. El que se mueva no sale en la foto, y por eso muchos querrán ahora quedarse quietos para que no tengan que recortarles a la hora de ponerles en el marco.
Hay virtudes y principios que exigen que no haya término medio, que no se entienden en la tibieza del gris, que requieren el todo o nada. Algunos aún luchamos por mantenerlos en pie, aunque muchos quieran por ello sacarnos del sistema. Pero a mí eso me da igual. Prefiero pasar calor de día y frío de noche mientras atravieso el desierto, que sentirme templada en el centro de ningún lugar.
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