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Derechofobia: la leyenda negra de la que se aprovechan Sánchez e Iglesias

Un mar de banderas rojigualdas, en la concentración por la Unidad de España celebrada el 7 de octubre de 2017 en Madrid /Efe

Un mar de banderas rojigualdas, en la concentración por la Unidad de España celebrada el 7 de octubre de 2017 en Madrid /Efe

Ya lo advierte Elvira Roca Barea, autora de Imperiofobia y leyenda negra: los españoles no levantamos cabeza desde que la propaganda protestante propaló su demoledor relato y nos dejó la autoestima por los suelos.

Han pasado cinco siglos de aquello y continuamos avergonzándonos de la Contrarreforma y creyéndonos que Isabel la Católica era poco menos que Adolf Eichmann, cazador de hebreos; y Pizarro y Cortés, unos genocidas del tamaño de Pol Pot y los kmers rojos de Camboya.

Lo malo es que en el siglo XXI, el siglo del #Metoo y la corrección política, se han juntado el hambre y las ganas de comer, y ha venido la izquierda radical para flagelarnos con el nudoso látigo del franquismo y del guerracivilismo.

Si el arma que funcionó con la leyenda negra fue la propaganda; el arma que lleva funcionando en España desde que murió Franco es el complejo. A la imperiofobia ha sucedido la derechofobia y ahí nos tienen cogidos por los mismísimos unos listillos, que exigen que les pidamos perdón por existir, les pongamos alfombra roja para entrar en la Moncloa como Pedro por su casa a fin de saquear las arcas -”nuestras” arcas-, y encima nos restriegan el cadáver del Caudillo por la cara.

Con ese truco de prestidigitador de pueblo, nos tienen distraídos y pretenden hacernos olvidar sus fechorías del pasado y del presente

Con ese truco de prestidigitador de pueblo, nos tienen distraídos y pretenden hacernos olvidar sus fechorías del pasado y del presente.

Las del pasado: los 1.300 muertos de la Revolución de Asturias o los 500.000 kilos de oro saqueados del Banco de España  (Memoria Histórica vendo que para mí no tengo);  y las del presente: se han estrenado con lo que mejor se les da… destruir puestos de trabajo, los 202.996 del mes de agosto, el peor de la década; y están dejando que los ‘indepes’ nos birlen Cataluña delante de nuestras narices.

¿Y qué hacemos nosotros? Doblar el espinazo en ángulo de 45 grados. ¿Cuarenta y cinco grados? El miedo a parecer que somos españoles nos hace flexibles hasta lo inverosímil. Nos avergonzamos de la bandera, del himno, de la Constitución (esa que se fundamenta en “la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”… ¿no sé si acuerdan de ella?).

Los españoles del último medio siglo nos hemos tragado el camelo que identificaba derecha con dictadura, y el rojo y gualda con el fascismo (¿qué tendrá que ver?); y eso explica el circumloquio afeminado (el “centro-reformismo”) y el silencio de los corderos.

El complejo ‘azul’, como la leyenda ‘negra’, se alimenta de mentiras. O de medias verdades, que es la forma más sibilina de mentir.

Es indiscutible que el general Franco se sublevó contra el orden establecido (la II República) y que la España de 1939 a 1975 no fue una democracia. Pero veamos la otra cara de la moneda: el orden establecido se había convertido en un Estado títere de Stalin, gracias, entre otros, al PSOE del jefe de Gobierno Juan Negrín. Y eso sí que es indiscutible.

Y en la segunda parte del Régimen franquista (desde el Plan de Estabilización económica de 1959 hasta 1975) España experimentó una espectacular modernización, que junto con la aparición de una clase media sentó las bases de la llegada de la democracia y del periodo de prosperidad más largo de los últimos dos siglos.

También era media verdad la muerte de indígenas en el Nuevo Mundo. Sólo una parte es atribuible a los conquistadores: muchos perecieron por guerras intestinas y muchos más por demoledoras epidemias, como explica Elvira Roca. Los reyes de España no consideraban colonias las tierras del Nuevo Mundo, ni esclavos a los indios sino ciudadanos,  gracias a un decreto de 1.500 firmado por la denostada y ‘facha’ Isabel la Católica. Y las Leyes de Indias, un invento español basado en el respeto a la dignidad inviolable de la persona, es el gran antecedente de los Derechos Humanos.

Mal que les pese a Evo Morales y al bolivariano Iglesias, la América Hispana del siglo XVIII nada tenía que envidiar a las trece colonias de los nacientes Estados Unidos: era superior en urbanismo, transportes, comercio o universidades -las dos primeras de todo el Continente fueron la de San Marcos de Lima y la de Santo Tomás de Aquino de Santo Domingo, en el siglo XVI, casi cien años antes que Harvard-.

Y un luterano, el geógrafo alemán Von Humboldt cuenta, tras recorrerlas a principios del siglo XIX, que «ninguna ciudad del Nuevo Mundo, sin exceptuar las de los Estados Unidos, posee establecimientos científicos tan grandes y sólidos como los de la capital mexicana».

Se diría que la monarquía, aquejada de derechofobia y rehén del Frente Popular y los indepes, no se atreve a reivindicar en voz alta el Nacimiento de una Nación

Y sin embargo… seguimos arrastrando el fardo de la culpabilidad y la baja autoestima, como se ha visto en el deslucido y tímido debut de la princesa Leonor en Covadonga, cuando se cumplen 1.300 años del reino de Asturias, el nacimiento de una nación, y los 100 de la coronación de la Santina.

Se diría que la monarquía, aquejada de derechofobia y rehén del Frente Popular y los indepes, no se atreve a reivindicar en voz demasiado alta el Nacimiento de una Nación.

Cuando la gesta de D. Pelayo es nuestra denominación de orígen -como ha escrito el obispo Jesús Sanz en un artículo que no tiene desperdicio-, junto con la doble herencia (romana y cristiana) y la tozuda determinación mantenida a lo largo de ocho siglos sacudirse el yugo musulmán.  

Si nosotros no recuperamos ese ADN y no nos sacudimos el yugo de los complejos terminaremos como los atemorizados británicos del siglo XXI, turbados antes los turbantes, que ya casi no enseñan a Rudyard Kipling en los colegios para no herir sensibilidades.

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