La escenificación del pasado lunes en la sede federal del Partido Socialista deja en evidencia la importancia que tenemos los españoles para nuestra clase política, desde el extremo centro hasta la izquierda radical -no sé cuánto le importamos a la derecha, porque de eso, y mientras la omertá mediática se mantenga, no tenemos en España-.
Ni ideas, ni propuestas. No les conmueve el empleo, ni las pensiones, ni la gestión de nuestra ruinosa y sobredimensionada Administración, ni el envejecimiento de la poblacion, ni ningún otro factor capital de los que conducen a nuestra nación al abismo demográfico y a la insostenibilidad de nuestro sistema y nuestro modelo de convivencia.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEn el baile de bofetadas sin manos y silbidos de balazos, muchos reproches, mucha ironía y algún golpe de sarcasmo. Pero sobre lo que piensa hacer el PSOE si –alguna vez en su historia- volviese a gobernar, nada de nada.
Lo único que ha quedado claro es que será imposible creer en cualquier eventual oferta que nazca de ese partido, porque sus planteamientos son, sencillamente, indescifrables. Entre mis amistades y allegados, no se encuentra nadie de confianza que milite bajo esas siglas, pero tengo que reconocer que me puede la curiosidad al imaginar cuál sería el resultado de sentarnos frente a un café, y preguntarle su opinión sobre distintos temas.
«Un partido que pretende regir España, lo primero y básico que debería determinar es si el objeto a administrar es un país, una nación, una nación de naciones…»
Tengo claro cuál sería su postura en cuanto a vida y familia, porque, sospechosamente, todos los partidos con representación parlamentaria comparten unos mantras repetitivos y un discurso único.
Pero más allá de esto, me malicio que un partido que pretende regir España, lo primero y básico que debería determinar es si el objeto a administrar es un país, una nación, una nación de naciones, una federación descentralizada, una federación nacional de países…
O si por el contrario van a someter la configuración territorial a referéndum entre sus militantes, y hasta ese momento vivir en una histeria de banderas, lenguas y dialectos y otros refritos que aún no han cumplido la treintena.
Susana le decía a Pedro que perdieron las elecciones porque los votantes no sabían si, con él de candidato, se votaba al PSOE de la bandera de España –“más grande que la de Aznar en la Plaza de Colón”, decía la andaluza-, o al Estado plurinacional, y le reprochaba que mantenía diecinueve discursos diferentes, uno por comunidad y ciudad autónoma.
Por su parte, Patxi López, en un pretendido alarde magisterial, preguntó: «Vamos a ver, Pedro, ¿sabes lo que es una nación?». Y Pedro, alumno aventajado, le zampó: «Por supuesto». «¿Sí?, ¿qué es?», inquiere el docto vasco. «Pues es un sentimiento que tiene muchísima ciudadanía, por ejemplo en Cataluña, por ejemplo en País Vasco”. Y el nino Pedrito se fue contento al recreo, sabiéndose el más listo de la clase.
«Si Susana pierde, Podemos gana; si Pedro gana, Podemos gana; si Patxi desaparece, no pasa nada; y si Susana gana, aunque Podemos pierda, no implica directamente que España gane»
Me resulta harto complicado entender cómo tres personas -que pueden pensar que todo puede ser blanco o negro a un tiempo- pueden debatir. Alcanzar un consenso les tiene que resultar tan fácil y tan difícil a un tiempo como disentir en algún punto, porque según la mañana, sostienen una cosa y la contraria sin que les pese en absoluto. Sólo cabe comprender el debate cuando se produce a la altura del “yo soy más guapo”, “yo más salerosa”, “y yo…yo más que tú en lo que sea”. Y así les ha salido la cosa.
Las encuestas sobre quién ganó el debate fueron tan variopintas como los medios en que se publicaron, y opiniones, como siempre, hay para todo. Incluso para dar como vencedor a López, entiendo, que por estar en el centro del antagonismo susanopedrista.
Es el centro de dos extremos que han presumido por igual de su izquierdismo indubitado –aún me cuesta entender cómo, con la historia que arrastra la izquierda a sus espalda, exista quienes sacan pecho por detentar semejante ideología-, que llevan a gala con la misma arrogancia la ideología de género, y que, cada cual en su esfera, aplican del mismo modo y sin vacilaciones un puño de hierro. Patxi López sería, a la postre, el extremo centro de dos extremos que son extremadamente iguales.
En todo caso, no es el triunfo del debate, sino el del próximo domingo, el que cuenta. Y la ecuación es complicada: si Susana pierde, Podemos gana; si Pedro gana, Podemos gana; si Patxi desaparece, no pasa nada; y si Susana gana, aunque Podemos pierda, no implica directamente que España gane. Porque sólo pensar que España en general, y su Gobierno en particular, esté en manos de Susana, revela la gravedad de la situación Nacional.
A decir verdad, gane quien gane, el que ya ha perdido es el Partido Socialista. Porque su situación es tan delicada, que sea uno u otro el elegido en el Congreso del 21 de mayo, su recuperación parece imposible.
Por la izquierda, lo ha devorado sin piedad un Podemos que, aunque no crezca, con las primeras dentelladas los ha dejado fuera de juego; por el centro y el centro izquierda, ellos mismos han atraído tanto hacia sí al Partido Popular, que apenas tienen aire para respirar.
Para colmo de sus males, tras el congreso de febrero de los naranjas, le birlaron la etiqueta del “progresismo”, a la que los de Rivera añadieron la de “liberales”, en un emplasto ideológico de complicada digestión.
El espacio que va del centro a la extrema izquierda está más saturado que Benidorm en agosto, y a los socialistas se les han volado las toallas y hasta la sombrilla. No encuentran lugar en la arena para asentar sus posaderas.
Si nada ni nadie lo remedia, todo apunta a que van a tener que recoger los bártulos, y acoplarse a la sombra de los demás bañistas. Las experiencias locales y autonómicas les preceden. Aunque, a la vista de su solidez argumental, no creo que les cueste mucho trabajo.