Seguro que lo han oído ya, pero el fascismo ha vuelto. El líder proletario Pablo Iglesias, a quien solo un fascista de ultraextrema derecha podría motejas como el Marqués de Galapagar, salió en la tele a poco de conocerse el desembarco de los ‘fasci di combatimento’ en el sur de España para asegurar que los suyos se ‘movilizarían’ -palabra que en la derecha apenas significa nada y en la izquierda significa problemas y cajeros rotos- para detener su avance.
Desde Twitter, su compañera Irene interrumpió unos segundos su labor de dar instrucciones al jardinero sobre las azaleas que rodean su piscina para llamar a la lucha, asegurando que los fascistas no lograrán dividir «nuestros barrios» y que «no pasarán». No hay miedo de que pasen, dado que su chalet tiene vigilancia policial las 24 horas, que pagamos usted y yo.
En Granada y Sevilla respondieron a la llamada. Un grupo de jóvenes montó un improvisado botellón reivindicativo y jugaron a tapar la calle, que no pase nadie, y entre unas cosas y otras y el cómo tú por aquí, a ver si nos vemos más y esas cosas que tanto daño hacen al fascismo al final decidieron quedarse en la calle de acampada, después de llamar a sus madres para que les llevasen el colacao.
El hecho de que ‘el fascismo’ sea un partido político -Vox- debidamente inscrito en el registro, de tendencia suavemente conservadora y sin una mala camisa negra que llevarse a la cara, que había obtenido en las elecciones autonómicas andaluzas doce diputados contra viento y marea deslucía un tanto la resistencia, pero eso es un mero contratiempo, superable con el arma favorita de nuestros ninis: la imaginación.
Son la generación más aborregada y mansa de la que tenga noticia. Son muy de acampadas y marchas contra el sistema, pero como una tropa obediente a las órdenes del capitán
A ver, que soy madre y les entiendo. Están en la edad. Uno ve cientos de películas de buenos y malos, ve cintas y series de la Segunda Guerra Mundial, con sus chicas parisinas con boina chic y un Gaulois en los labios y se muere de envidia. Los fascistas, si no existen, habrá que inventarlos.
Toda generación quiere ser protagonista de la historia, y ningún joven con sangre en las venas deja de reprochar siquiera inconscientemente a sus mayores el que hayan combatido y acabado con los malos sin dejarles ninguno para sentirse grandes, para sentirse vivos, para sentirse relevantes y protagonistas de la historia.
Nuestros jóvenes viven en la era más próspera de la historia, en la más apacible y, en lo que les interesa, libre. Sus momentos más intensamente dramáticos los viven vicariamente en Netflix o, algo más a lo personal, a los mandos de la Play. Por eso necesitan creerse, fingir creer o creer realmente, que Vox es el fascismo y que pronto tendrán que reunirse en la trastienda de una oscura taberna para conspirar en libertad.
Tanto tiempo escuchando con ojos muy abiertos y ávidos que el fascismo está a la vuelta de la esquina, y mientras la vida se arrastra en medio de causas insulsas y talleres de igualdad
Lo he dicho alguna vez, eso de que son la generación más aborregada y mansa de la que tenga noticia. Son muy de acampadas y marchas contra el sistema, pero como una tropa obediente a las órdenes del capitán, porque se les ha dicho que así debe ser. Escuchadlos hablar; escuchad a uno solo, porque todos vienen a decir, con mayor o menor facilidad de palabra, exactamente lo mismo, las mismas consignas que ya hieden, idénticos lugares comunes, iguales lemas de los que no sabrían dar razón así les matasen y que, por lo general, se consideran más elevados cuanto menor es su relación con la realidad.
Ni una idea original, ni el atisbo de un pensamiento realmente personal, nada que se salga una pulgada de lo que les meten en su cabecita los amos del discurso, desde el colegio y la universidad hasta las series, las canciones o los medios de información.
Tanto tiempo escuchando con ojos muy abiertos y ávidos que el fascismo está a la vuelta de la esquina, y mientras la vida se arrastra en medio de causas insulsas y talleres de igualdad. Y, por fin, llega el fascio. El de verdad, el auténtico. Imagino la ilusión pintada en sus caritas anhelantes; casi puedo ver el reprimido suspiro de delicia al saber que ellos, también, podrán ser audaces luchadores de la causa, entre partida de Call of Duty y enésima parte de Juego de Tronos, con la cena puesta a su hora y con wifi en todas partes.
No creo que Santiago Abascal pueda estar tan contento con su inesperado triunfo como lo estarán estos chavales, para quienes se han adelantado los Reyes.
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