Bueno, pues ya han pasado dos meses y un día de condena colectiva tras las elecciones del pasado 20 de diciembre. Muchos indicios y algunos cualificados augures, como el mismísimo Mariano Rajoy, predicen que la condena puede alargarse aún otros cuatro meses, desembocando en las nuevas elecciones del 26 de junio, si nadie lo remedia, y no tiene trazas la cosa de que venga alguien a redimir a este país cautivo de inepcias, egoísmos y falta de visión de Estado.
Este está siendo el fin de semana, aseguran, de los telefonazos. Pedro Sánchez tiene previstas, el lunes, reuniones a diestra y siniestra, en busca del pacto mágico que le conduzca a sus dos máximos objetivos en esta vida: sentarse en el principal sillón de La Moncloa y desalojar de él a Mariano Rajoy.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraPero sabe ya que no le va a resultar fácil, porque Rajoy, que andaba como algo fantasmal en una importante cumbre europea, deslucida en España porque el protagonismo noticioso está en el ombliguismo patrio, ya ha hecho saber desde la capital belga que no tiene la menor intención de dar un paso atrás o a un lado: «Por qué me voy a ir, si he ganado las elecciones?», dicen que dice, y sigue diciendo lo mismo desde hace dos meses y un día.
Lo mismo que Sánchez con su ‘no, nunca, jamás’ al PP y a Bildu. Idéntico que Iglesias, varado en sus intentos de ser vicepresidente plenipotenciario o, mejor, líder de la oposición a lo que venga y futuro recaudador de votos, aliado con Izquierda Unida, en ese mítico 26 de junio. A Rivera no le cita en este apartado, porque él sí ha evolucionado algo en sus pretensiones de convertirse en ‘bisagra’, función que antaño negaba con indignación cuando el periodista se lo sugería.
En esta demencia colectiva tampoco faltan los interesados en desgastar el papel que juega nuestro buen jefe del Estado
Pero, claro, resulta que hay amplios sectores de la sociedad española que gritan, alarmados, que unas nuevas elecciones no resolverían nada, que suponen la pérdida adicional de cuatro meses a sumar a lo ya perdido, que prolongarán la parálisis nacional en tantos campos. ¿Que son básicamente los empresarios los que profieren estos gritos en público? Bueno ¿y? Los empresarios son los que mejor toman en estos momentos el pulso económico y la temperatura del horizonte inversor en el país. Alguien debería atender a sus llamadas, a las de la UE, a las de las instituciones, comenzando por el Rey, silente, por supuesto, ante los micros, quizá no tanto en otros círculos. Porque en esta demencia colectiva tampoco faltan los interesados en desgastar el papel que juega nuestro buen jefe del Estado.
Han sido dos meses y un día de especulaciones periodísticas –qué remedio–, de errores en el diagnóstico de futuro, de decir algunas tonterías y de hacer, algunos, bobadas aún mayores. ¿Cuánto prestigio ha perdido la ya desprestigiada clase política en este envite? ¿Podemos dejar la gobernación en manos de alguien que se resiste, contra toda evidencia y conveniencia, a ceder el paso, o en las de alguien que, contra toda lógica, se niega a consolidar la única fórmula, incluso matemática, que podría sacarnos del atolladero?
Pues esas van a ser, sépalo quien haya de saberlo, las preguntas que no poca gente se haga cuando, dentro de cuatro meses, si nadie lo remedia con patriotismo, generosidad y grandeza de miras, haya de plantarse –o no, porque a muchos no les van a pillar en más de lo mismo– nuevamente ante las urnas.
Mientras ‘ellos’ dan vueltas a la noria, Puigdemont ‘recibe’ al Rey, casi como a un igual, en Barcelona
¡Ah, se me olvidaba en este resumen apretado de una semana pesimista!: Mientras ‘ellos’ dan vueltas a la noria, Puigdemont ‘recibe’ al Rey, casi como a un igual, en Barcelona. Y Otegi, a punto de ser homenajeado a su inminente salida de una prisión que se ha prolongado, entiendo, excesivamente, y le ha convertido en un ‘Mandela a la vasca’ para algunos interesados en ello. Y Moody’s, advirtiendo de que, así las cosas, empeora la perspectiva de la deuda española. Pero nada de eso parece ser lo importante para ‘ellos’, desde luego.