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El aguafiestas

Edificio del Ayuntamiento de Madrid con la bandera del orgullo indígena / EFE.

Edificio del Ayuntamiento de Madrid con la bandera del orgullo indígena / EFE.

Toda fiesta tiene su aguafiestas. No puede fallar. Es el clásico cenizo que se te pega desde el inicio de la velada y se dedica a torpedear la alegría y el jolgorio de los demás. La diversión es su caldo de cultivo. Salen como setas en los días húmedos.

Después de quince días dificilísimos para España –quizás los más turbios desde aquel 23-F o desde el 11-M-, la fiesta nacional del 12 de octubre ha llegado este año preñada de ilusión y esperanza. La sombra del golpe de Estado en Cataluña parece haberse diluido –un poco, al menos- y el millón de personas que salió a la calle en Barcelona el pasado domingo han probado que el patriotismo sigue corriendo por las venas de los españoles de bien.

Pero, como decía al principio, en toda fiesta tiene que haber más de un garrulo tiñendo de negro el ambiente. En esta ocasión de la Hispanidad han sido los del “Nada que celebrar” o, en su versión catalana, “Res a celebrar”. Es curioso: la izquierda reaccionaria siempre va de la mano del separatismo desintegrador.

Con la izquierda y los nacionalistas ya no es necesario que los hijos de la Gran Bretaña inventen una Leyenda Negra contra nosotros

Este jueves, día de la fiesta nacional, estos aguafiestas necesitaban sacar todo el odio y la inquina que acumulan en sus maltrechas almas para llenar de basura la historia de España, una de las más gloriosas que han conocido los tiempos. Ya no es necesario que los hijos de la Gran Bretaña inventen una Leyenda Negra contra nosotros: la izquierda y los nacionalistas más rancios se encargan de airear la mentira. Y, además, parece que le gusta.

Sería interesante hacer un estudio para saber si los españoles somos el pueblo más autocrítico del planeta. Si no lo somos, debemos andar cerca. Y es que, reconocer los errores es algo muy conveniente y denota humildad, pero inventárselos y fustigarse por ellos es propio de mentes inmaduras, ignorantes, estúpidas y suicidas. Y de ésas tenemos muchas en nuestra querida piel de toro.

La izquierda y el nacionalismo se volvieron a enlazar para denostar la gesta de la colonización y la evangelización de América, una de las mayores proezas de la historia del hombre. Por supuesto, el mediocre no soporta la excelencia, el heroísmo y la grandeza, y necesita dar coces que le hagan olvidar su triste condición.

Esta mañana, muchos de ellos bramaban en el vomitorio de las redes sociales contra el “holocausto” que nuestros antepasados habrían cometido en el Nuevo Mundo. La historia está llena de episodios aberrantes, pero éste no es, ni por asomo, uno de ellos.

Lo que la izquierda y el nacionalismo no pueden soportar es que España llevara a cabo una colosal empresa de evangelización y de civilización de los pueblos indígenas. Si el castellano es el tercer idioma más hablado del planeta, o Iberoamérica y partes de Asia profesan la fe católica, es porque miles de heroicos compatriotas arriesgaron sus vidas y sus haciendas en la aventura americana.

Pero estos nuevos puritanos de la izquierda hablan desde una inmensa superioridad moral, como si les asistiese la mesura

Por supuesto –como en cualquier hecho humano-, se mezcló el trigo y la cizaña, y se cometieron algunos excesos injustificados. Es algo que entra perfectamente dentro de lo previsible. Somos hombres y, por lo tanto, falibles. Sería ridículo negar que, a lo largo de más de tres siglos de historia, no hubiera errores.

Pero estos nuevos puritanos de la izquierda hablan desde una inmensa superioridad moral, como si les asistiese la mesura, la templanza y el equilibrio en cada uno de sus actos. Son vomitivos y repelentes. Son durísimos en sus juicios a los demás, pero benévolos cuando toca juzgar a ellos mismos o a los de su bando. Les verás embistiendo contra la Hispanidad, pero luego defenderán a Stalin, a Castro, a Lenin y demás genocidas y sátrapas del comunismo. Ya no cuela.

Roma construyó un imperio formidable, a costa de subyugar pueblos enteros, y los italianos no se muestran avergonzados de su pasado. Napoleón fue, en términos modernos, un genocida, pero los franceses le veneran como héroe. Los británicos tienen una historia repleta de sangre y mentira, pero su patriotismo muestra una tremenda solidez. Los pueblos griegos se mataron durante siglos, pero alumbraron una de las culturas más luminosas de la historia, y así es reconocida por todos.

España tiene, de nuevo, una historia gloriosa. A muchos les da miedo reconocer esto públicamente, no sea que les tilden de fachas. Pues hay que decirlo alto y claro: la historia de España es una historia épica y gloriosa. Por eso, tantos enemigos de dentro y de fuera tratan de empañarla.

Siempre que voy a una fiesta y se me pega un cenizo, le mando amablemente a hacer puñetas. Y, en este caso, no será menos. A los mediocres de “Nada que celebrar”, mi total indiferencia y desprecio. No nos van a aguar la fiesta.

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