Cruda realidad / El ‘bloque de derecha’ que nunca existió

    A la hora del baile postelectoral se está demostrando que de bloque tienen poco, precisamente porque de 'derecha' -es decir, de una ideología común- tienen aún menos. Vox ha heredado del PP el papel de 'lobo omega' de nuestra democracia, el paria cuya mera sombra contamina a los puros.

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    Santiago Abascal (VOX), Pablo Casado (PP) y Albert Rivera (C's)
    Santiago Abascal (VOX), Pablo Casado (PP) y Albert Rivera (C's)

    Qué rabia no poder crionizarme unas cuantas décadas y aparecer en una era en la que hablar de izquierda y derecha suene tan arcaico y obsoleto como preguntar si uno es güelfo o gibelino. No digo que hayan cambiado los modelos políticos, sino esa aburrida taxonomía que ya apenas explica nada y que a menudo confunde más de lo que aclara.

    En este póquer electoral del que apenas hemos salido se ha hablado mucho del ‘bloque de la derecha’, denominado como ‘el trifachito’ por los que tienen la imaginación y el ingenio de una coliflor rehogada. Pero a la hora del baile postelectoral se está demostrando que de bloque tienen poco, precisamente porque de ‘derecha’ -es decir, de una ideología común- tienen aún menos.

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    Ciudadanos, que se pasó la campaña desmintiendo que tuviera intención de pacto con el PSOE, parece que ahora va a pactar con el PSOE, y su papel puede frustrar lo que para una considerable población suponía los grandes alivios de la jornada: el adiós a esos experimentos comuneros y bolivarianos que son las alcaldesas de las dos principales ciudades españolas.

    Ciudadanos parece el campesino de la adivinanza, ese que tenía que cruzar un río con un lobo, una col y una oveja y en la barca solo podía llevar dos. Sin Vox puede hacer muy poco en cualquier parte, salvo que se alíe con el PSOE. Pero Vox ha heredado del PP el papel de ‘lobo omega’ de nuestra democracia, el intocable, el paria cuya mera sombra contamina a los puros. Aceptar sus votos, aun sin agradecérselos ni mirarles a la cara, puede hacerles perder votos por su izquierda y, sobre todo, que sus mentores europeos les pongan mala cara y no se ajunten.

    Acercarse al PSOE, sí, es hacerles perder votos también, quizá más a corto, y quedar como la chata de Pumarín. Pero sería no solo tocar poder, sabiendo, además, que el electorado tiene una memoria muy corta y cuatros años son mucho, sino también, quizá, evitar que Sánchez se entregue a los separatistas o a los bolivarianos.

    El caso barcelonés es paradigmático de este partido del vacío y el progresismo de marca blanca. Ciudadanos es, al final, el partido de los afrancesados, de los que ven la salvación a todos nuestros problemas al otro lado de los Pirineos, de los que sueñan con diluir nuestros complejos, culpas y rencores en el magma europeo. Por eso les debió parecer en su día una genialidad fichar a Manuel Valls como candidato a la alcaldía de Barcelona.

    Cualquiera menos sumido en el trance hipnótico de Europa podría haberles advertido del disparate. Traer un francés para gobernar una ciudad española es una bofetada para muchos, como si en la tierra no hubiera cosecha propia a la altura, un acto de europapanatismo como Notre Dame de grande. La cosa se agrava si el político en cuestión es un socialista de carrera y carné, y no digamos ya si ha sido primer ministro del país vecino, con toda su ‘grandeur’.

    Valls resultó tan espantoso como candidato como cualquiera podía haber sospechado. Desde el principio quiso ir por su cuenta y, a la vez, disponer en un partido en el que no milita, decidiendo con quién podían pactar y con quién no, lo que dejaba la autoridad de Rivera a la altura del betún.

    La última del francés ha sido la decisión de votar a Colau para que no gobiernen los separatistas. Yo no soy sospechosa de amar a los niños mimados del ‘procés’, pero, caramba, lo de la Barcelona de Colau es casi un estado de emergencia, una ciudad, si no ocupada, sí a medias ‘okupada’, y desde un ayuntamiento, al fin, no se puede organizar una secesión.

    Si Vox tiene algún sentido -y yo todavía tengo la esperanza de que así sea-, es como verdadera oposición a todo el consenso, no como facilitador de un consenso perverso

    Así que el propio partido, que estará a estas alturas maldiciendo el día en que lo del gabacho les pareció una genialidad, ha tenido que dar orden a los suyos para que dejen solo a Valls en esto y voten por otro candidato, con el consiguiente ridículo.

    Y, siguiendo con ese ‘bloque’ en el que solo parece creer el PP, está Vox. En los medios y las redes sociales son muchos los que, poniéndose la venda antes de la herida, conminan a la formación de Abascal a no negar su apoyo a coalición alguna que pueda desalojar a los socialistas de algún rincón de la piel de toro. No importa que la citada coalición vaya de exquisita y no vaya a pedir los votos de Vox que debe, imagino, dejarlos en el torno para que los otros puedan recogerlos sin mirar a la cara a los fascistas.

    Sinceramente, eso significaría que Abascal ha creado un partido de sujetavelas y lacayos, para engordar a otros que ni piden ni agradecen. No sé cómo lo van a hacer, pero si los populares y los de Cs no respetan, como poco, la cortesía mínima de solicitar el apoyo de Vox, vería perfectamente razonable que el partido verde se abstuviera en todas las ocasiones, y que gobierne el PSOE si los otros miembros del inexistente ‘bloque de derecha’ no hacen siquiera el esfuerzo de alargar la mano.

    Ningún partido se crea para descabalgar a otro, sin más objetivo, mucho menos para beneficios de terceros que no van a hacer, en lo fundamental, una política muy distinta.

    Si Vox tiene algún sentido -y yo todavía tengo la esperanza de que así sea-, es como verdadera oposición a todo el consenso, no como facilitador de un consenso perverso. Tiene que ser la alternativa a toda esta política repetitiva y descerebrada, este avance insensato a la extinción cultural por vía del progresismo.

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