En el primer tercio del siglo XX, la Serpiente puso dos hediondos huevos. De ellos nacieron sendos repugnantes monstruos que provocaron caos, miseria, mentira, esclavitud, odio como nunca antes se había presenciado y millones de muertos: el nazismo y el comunismo.
La primera bestia fue desenmascarada y abatida antes de llegar a la mitad de la centuria.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraLa segunda, sin embargo, sobrevivió, resistió, se adaptó, se mimetizó y logró llegar hasta nuestros días.
La primera bestia era, en realidad, más burda, y su horror y su mentira se pusieron antes de manifiesto a los ojos del mundo.
La segunda bestia resultó ser más astuta, más cínica, más engañosa, más refinada en su estrategia y eso le permitió mantenerse con vida.
Un botón de muestra: hace unos días, el líder de Izquierda Unida presentó su libro ‘Por qué soy comunista’. El libro ha sido jaleado por los medios de izquierda, que se han hecho eco de las opiniones del político. Ahora bien, ¿se imaginan a cualquier diputado del Congreso que presentara un libro titulado ‘Por qué soy nazi’? La obra, seguramente, no habría siquiera llegado a las librerías; el boicot habría sido total y contundente.
La sociedad está perfectamente preparada para rechazar cualquier insinuación que tenga que ver con el nazismo. Esa sociedad, sin embargo, acepta sin inmutarse que un político elegido democráticamente escriba una obra titulada ‘Por qué soy comunista’, cuando las dos bestias son igualmente execrables.
Otro libro: Federico Jiménez Losantos acaba de presentar su monumental “Memoria del comunismo”. El filólogo y periodista turolense define al segundo monstruo como “una teología de sustitución” que se constituye como “una religión satánica”.
Y eso es realmente: una verdadera religión con su moral y sus preceptos (definidos por el dictador de turno), su tierra prometida (el paraíso del proletariado), sus dogmas (dictados por los mandos, que no se pueden contradecir ni siquiera levemente), su castigo eterno (la aniquilación o el ostracismo) y sus mesías (los líderes pasados y presentes, muchos de ellos auténticos criminales y genocidas).
Por eso, el enemigo de esta religión satánica no es el capitalismo que, a fin de cuentas, sólo es un sistema económico con un cierto poso filosófico. No; el auténtico adversario a batir es otra religión: el cristianismo.
Hace unos días, el ayuntamiento tripartito de Callosa de Segura removía, con nocturnidad y alevosía, la cruz de los Caídos, levantada en recuerdo de los 81 asesinados en el pueblo por el Frente Popular durante la Guerra Civil por el mero hecho de ser cristianos.
No seamos ingenuos: no se trata de un hecho menor realizado en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica. La izquierda no soporta la visión de la cruz, y miente y retuerce la historia con tal de no reconocer los crímenes cometidos por sus antepasados durante el conflicto.
La izquierda no tolera ver dos mil años de civilización cristiana y busca llevar a cabo una transformación total y completa de la sociedad, de sus valores, de la historia
La izquierda -y más en concreto el comunismo-, es plenamente antagónica con el cristianismo. No tolera ver dos mil años de civilización cristiana y busca llevar a cabo una transformación total y completa de la sociedad, de sus valores, de la historia.
Absolutamente todo ha de ser removido: los que eran héroes, ahora pasan a ser villanos; los hechos gloriosos del pasado se tornan en ignominiosos; el sistema de creencias se echa por tierra y se sustituye por uno completamente diferente; por cambiar, hay que cambiar hasta de patria, de bandera, de forma de gobierno, de cultura y de historia.
Su actitud es plenamente jacobina, lo que hace casi imposible cualquier diálogo. No digamos ya la búsqueda en común de la verdad, que rechazan de raíz porque viven en la mentira y el engaño.
¿Qué hacer ante esto? En primer lugar, darse cuenta de que gran parte de esta batalla es espiritual: es la lucha sempiterna entre el Bien y el Mal. En segundo, ponerse de parte de la Verdad, buscarla incansablemente y defenderla sin ambages. Y, en último lugar, confiar. Confiar en que la victoria es de esa Verdad, porque la mentira es un gigante con pies de barro, un Goliat que no resiste la determinación, el arrojo y el coraje de un pequeño David.
¿Habrá suficientes valientes que quieran ser David en estos tiempos que corren? Quizás ésa sea la pregunta que cada uno deba responder.