Actualmente está muy de moda llamar “facha” a todo aquello contrario a la izquierda, pero por extraño que parezca, el origen del fascismo no es la derecha, sino la izquierda. Los pensadores de éste y del marxismo crecieron bebiendo de las mismas aguas. El fascismo nació en Italia, impulsado por Benito Mussolini, miembro del Partido Socialista Italiano, y del filósofo neohegeliano Giovanni Gentile. Mientras, en Alemania el Partido Obrero Alemán evolucionó al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán de la mano de Adolf Hitler.
El marxismo y el fascismo tienen un mismo origen: el movimiento obrero, es decir, la crítica a un capitalismo agresivo que aplasta al trabajador y al individualismo que lo acrecienta. Sin embargo, poseen un núcleo distinto, digamos que son primos, pues poseen un mismo origen, pero su evolución fue diferente. Mientras que el marxismo pretende agrupar a la clase obrera en general, es inter-nacional, el fascismo quiere agrupar solamente a la clase obrera nacional. Su plan es similar: conseguir el control del Estado mediante una revolución y ponerlo al servicio del común controlando los medios de producción y los servicios básicos.
Aquí es donde comienzan las diferencias, en la administración y control del Estado. Los marxistas proponen una dictadura del proletariado, mientras que los fascistas proponen una dictadura nacional. A nivel económico, los primeros pretenden que el Estado controle los medios de producción directamente, mientras que los segundos aplican un control indirecto, es decir, sostienen a las empresas siempre que éstas sirvan al Estado.
Ambos tienen un mismo enemigo: el liberalismo, que ensalza la individualidad, en cambio ellos ponen a la sociedad por encima del individuo
Mientras que el marxismo es materialista, pretende abolir la cultura, religión o clase, el fascismo es más romántico (del Romanticismo) y busca ensalzar el espíritu nacional, la raza y tradiciones propias de un pueblo.
Ambos tienen un mismo enemigo: el liberalismo, que ensalza la individualidad, en cambio ellos ponen a la sociedad por encima del individuo (bien sea alrededor de la clase obrera o del espíritu nacional). Ambos consideran al Estado como garante y padre de todos, dirigido por el proletariado en el caso del marxismo, encarnado en un líder en el caso del fascismo.
A partir de esta información, podemos extraer una reflexión: los términos “izquierda” y “derecha” son totalmente reduccionismos. En primer lugar, porque la mayoría de la población no sabe distinguirlo bien y, en segundo lugar, porque la realidad histórico-política es mucho más compleja.
Un primer paso para clasificar las ideas de un partido o colectivo es la relación Estado-Individuo que pretenden conseguir. Esta tensión está presente desde el siglo XVI, cuando aparece el Estado moderno, en las disputas entre los partidarios del rey (absolutismo) y de los parlamentos (parlamentarismo)[1].
En la actualidad, existen propuestas políticas que pretenden dar más poder al Estado que a los individuos, como por ejemplo la de Corea del Norte, mientras que otras dan más poder a los individuos, como EEUU. Esta diferenciación resulta bastante útil frente a la compleja realidad, pues basta con investigar un poco para darse cuenta de que no es lo mismo socialdemocracia que socioliberalismo, nacionalsocialismo que nacionalsindicalismo, el liberalismo que el libertarismo, el nacionalismo que el patrotismo…[2]
Decía Aristóteles que en el término medio está la virtud. Entre el control total y la libertad sin límites puede haber un punto medio, que provea a la sociedad de lo básico y proteja a los trabajadores a la vez que garantiza las libertades fundamentales y la propiedad privada. Un Estado, en definitiva, donde palabras como subsidiariedad y solidaridad sean pilares fundamentales. El primer paso para construir este Estado es informarse bien y no caer en el juego reduccionista que proponen normalmente los medios de comunicación y que impregna a la sociedad entera, por eso es importante un pensamiento crítico fuerte que nos permita investigar, comparar y construir una opinión propia fundamentada.
[1] Gil Pujol, Xavier Claves del absolutismo y el parlamentarismo, 1603-1714, colección “Las claves de la Historia”, dirigida por M.A. Pérez Samper, Planeta, Barcelona, 1991, 118 pp.
[2] A modo de ejemplo: https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Ideolog%C3%ADas_pol%C3%ADticas
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