El Gobierno y el PSOE defienden a los proetarras en Navarra

    El domingo se escenificó de modo incuestionable las consecuencias reales de lo que, en su día, Zapatero y su Gobierno quiso vender como “proceso de paz”. Quedaban dibujadas dos escenas contrapuestas. Una, capitaneada por el 'Carnicero de Mondragón'; la otra, por José Antonio Ortega Lara.

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    Un grupo de Guardias Civiles resiste el desafío de proetarras el 3 de noviembre de 2018 en Alsasua, Navarra./EFE
    Un grupo de Guardias Civiles resiste el desafío de proetarras el 3 de noviembre de 2018 en Alsasua, Navarra./EFE

    El pasado domingo, la plataforma ‘España Ciudadana’ convocaba un acto en Alsasua –Navarra-, en apoyo de la Guardia Civil, especialmente de aquellos que hace dos años sufrieron una brutal paliza por parte de una pandilla de proetarras, así como para “seguir defendiendo la libertad y la igualdad de los españoles”, según decía el propio comunicado del colectivo.

    La reacción de los herederos de la ETA y de sus totalitarios e infames postulados no se hizo esperar. Ya la tarde previa, varias decenas de personas se concentraban en una de sus plazas, para respaldar a los siete criminales detenidos por el cobarde apaleo de 2016 a los que, decían, habían “arrancado de sus calles”, habiendo “hecho sufrir a sus familias, sus amistades, y todo un pueblo”.

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    Yo no he pisado Alsasua, y no sé si lo haré. Pero quiero pensar que no existe en España un pueblo que sufra más por quienes revientan cráneos contra las aceras, que por aquellos cuya sangre derraman por ser Guardias Civiles. Me resisto a pensar que esa indigencia moral pueda ser extendida a una población completa.

    Una piara hedionda desde la que los altavoces ensordecedores de una furgoneta arrojaban estridencias del característico heavy metal borroka

    Siendo esto grave, y dando la medida exacta de por donde siguen discurriendo algunas mentes y muchas tragaderas del sector nacionalista, el domingo se escenificó de modo incuestionable las consecuencias reales de lo que, en su día, Zapatero y su Gobierno quiso vender como “proceso de paz”.

    Frente al lugar donde se congregaban víctimas de ETA, sus familiares, y tantas otras personas que han sufrido las amenazas y la persecución de la banda y de sus brazos políticos o callejeros, decenas de radicales se dieron cita para boicotear el acto.

    Así, quedaban dibujadas dos escenas contrapuestas. Una, capitaneada por el ‘Carnicero de Mondragón’, con la sangre de diecisiete inocentes chorreando por sus manos; era una masa negra, con rostros cubiertos y miradas de odio; una piara hedionda desde la que los altavoces ensordecedores de una furgoneta arrojaban estridencias del característico heavy metal borroka; gruñían a los gritos de “iros a la puta Meseta, cabrones de mierda”, mientras hacían con sus manos el gesto de una pistola que dispara. Desde su aquelarre, lanzaban piedras, mecheros y heces, aliviando el síndrome de abstinencia por no poder apretar el gatillo por el que babean.

    Del otro lado, con la presencia rotunda de la sencilla sonrisa de Ortega Lara, labrada durante los quinientos treinta y dos días que ETA lo retuvo en un zulo, españoles venidos de pueblos de toda Navarra y de las provincias vascas, cansados de la represión silenciosa que se sigue viviendo en aquel territorio donde impera la Ley del miedo; exiliados llegados de otros rincones de España, que tuvieron que abandonar sus hogares porque sus vecinos los delataban para que otros dibujasen una diana en sus puertas; españoles que, para vergüenza general de toda la Nación, sólo encontraron la paz haciendo las maletas y despidiéndose de la tierra que los vio nacer.

    Eran la imagen de la honra frente a la vileza, la grandeza frente a la ruindad, la dignidad frente al oprobio.

    Los batasunos intentaron acallar el discurso de una de sus víctimas a cacerolazos, a los que sumaron las campanas de la iglesia. Desde la parroquia, se ha asegurado que un grupo de jóvenes asaltaron el templo y se hicieron con la torre. Por el momento, no consta denuncia alguna por el supuesto allanamiento cometido. El párroco no ha hablado. El coadjutor, rehúye las preguntas.

    En ese contexto, la actitud previsible de un Gobierno medio, y del partido que lo sustenta, sería apoyar a quienes se reúnen para defender a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, y la libertad y la igualdad de todos sus habitantes. Pero el Gobierno de España lo preside Pedro Sánchez, y el partido que lo sostiene es el PSOE.

    La vicepresidente del Gobierno, Margarita Robles, se distanciaba de ‘España ciudadana’ asegurando que “cuando un Partido (…) quiere utilizar a la Guardia Civil (…) para generar un ambiente de crispación (…) yo no lo puedo compartir”

    Así, el mismo día de las agresiones y las amenazas a los españoles que fueron a dar la cara por todos los demás, el portavoz del PSOE en el Senado, Ander Gil, se descolgó diciendo que “es una grave irresponsabilidad avivar los conflictos, no fomentar la convivencia, y fomentar, eso sí, el agravio entre españoles”, para añadir por escrito –por si quedaba lugar a dudas-, que “fueron a agitar el odio a Alsasua los que nunca tuvieron que mirar por la mañana bajo su coche, los que nunca despidieron a un compañero en un funeral”.

    Ander Gil, portavoz del PSOE en el Senado. /EFE
    Ander Gil, portavoz del PSOE en el Senado. /EFE

    Es decir: para el Partido Socialista, los que avivan conflictos, los que no fomentan la convivencia y los que agitan el odio, precisamente, son aquellos que se manifiestan contra los cómplices de la ETA y denuncian sus atropellos y su violencia física y verbal. Para el socialista, Beatriz Sánchez –que también asistió-, que tuvo que desenterrar de los escombros su propia dignidad tras el atentado de la Casa Cuartel de Zaragoza en 1987, fue a agitar el odio; para él, el zulo de Ortega Lara fue una broma pesada; según el socialista, el calvario de Fernando Fernández-Savater, que estaba entre los presentes, es menos que mirar bajo un coche que, además, tantas veces ha tenido que revisar.

    Pudiendo enmendarlo, el ministro del Interior, Grande-Marlaska, prefería abundar en esa idea, y en los micrófono de COPE afirmaba que “quizás para defender a la Guardia Civil, la españolidad de Alsasua (…) se pueden plantear acciones que no conlleven la posibilidad de crispación”.  Esto es: desde el Gobierno se está abundando en la idea de que quien crispa, es quien acude al lugar de una agresión para pronunciarse contra la misma.

    Y para despejar las dudas de sus socios golpistas, la vicepresidente del Gobierno, Margarita Robles, se distanciaba de ‘España ciudadana’ asegurando que “cuando un Partido (…) quiere utilizar a la Guardia Civil (…) para generar un ambiente de crispación (…) yo no lo puedo compartir”. O sea: que recordar a los guardias civiles apaleados es “utilizar” a la Guardia Civil, y que ese acto, y no el de quienes propinaron los puñetazos, supone “crispación”.

    En España, la repugnante equidistancia del PSOE entre constitucionalistas (de izquierdas, centro o derecha) y radicales, se ha acabado. Caen del lado de estos últimos

    De este modo, el Gobierno censura a las víctimas, y se pone del lado de los verdugos, a quienes no hay que molestar, a los que no hay que amonestar, esos cuya conducta no puede ser afeada.

    Y no sólo el Ejecutivo, sino también el PSOE, y en su nombre, su secretario de Organización, José Luís Ábalos, está en esta postura: “Yo no reprocho nada de las palabras de Ander Gil”, decía en una rueda de prensa en la que pronunció cuarenta veces la palabra “crispación” para referirse a la manifestación entre la que había miembros del Partido Popular, de Ciudadanos, y de VOX.

    No podían faltar sus socios de Podemos, que se han pronunciado igualmente a través de su secretario general, Pablo Echenique, que decía, con esa mezcla de sarcasmo e ironía tan propia de quien miente sin pudor, que mientras “nosotros intentamos solucionar los conflictos y rebajar la tensión” y “llevar los asuntos con tranquilidad y sosiego”, Albert Rivera “se va cada sábado y cada domingo (…) a Cataluña, a encabezar a los encapuchados” y a Navarra, “a echar gasolina al fuego”. Lo dice, sin tapujos, el secretario de un partido que agasajó a las familias de los agresores de Alsasua en el Congreso; de ese mismo Podemos que se alía con los batasunos para alcanzar el poder en los Ayuntamientos vascos y navarros; el partido que nació y creció incendiando la calle, haciendo un discurso del odio contra el disidente; el de un Pablo Iglesias para quien el acoso en el domicilio de los adversarios es “jarabe democrático”. Esos son los que quieren rebajar la tensión. Con los descendientes de la ETA, claro está.

    En España, la repugnante equidistancia del PSOE entre constitucionalistas (de izquierdas, centro o derecha) y radicales, se ha acabado. Caen del lado de estos últimos. La inmunda careta de los podemitas, que alzan el puño para cantar la Internacional, pero luego pretenden vender una faceta institucional, se ha liberado: están, abiertamente, por proteger a los violentos.

    La izquierda, de ámbito pretendidamente nacional, ha tomado partido, sin tapujos ni disimulo, por los herederos de quienes han estado cuarenta años matando para romper España. Son sus socios naturales. Ni una sola palabra contra los violentos. Un raudal de críticas a los defensores de la Guardia Civil, de la convivencia y de la libertad.

    Los postulados de la izquierda, en cualquier rincón del mundo, son deleznables en lo moral, catastróficos en lo económico, y una ruina en lo social. Pero en España, además, se regodean en la miseria intelectual y en la persistencia de la infame traición a los vivos y a los muertos. Es su calaña. Es su médula espinal.

    Y de nosotros depende que sigan donde están.

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