El Partido Popular, la cara amable del PSOE

    La derecha española fue adoptando el lenguaje, la visión, los valores (o antivalores) y el discurso de la izquierda. Se limitaba a aceptar sus postulados. En estos 40 años de democracia no ha habido una sola medida de calado aprobada por el PSOE que el PP haya revertido. Ni una sola.

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    El director de campaña del PP para el 28A, Javier Maroto, presenta el lema electoral: Valor Seguro /EFE
    El director de campaña del PP para el 28A, Javier Maroto, presenta el lema electoral: Valor Seguro /EFE

    El Partido Popular nació (como Alianza Popular, allá por los albores de la democracia) con una obsesión -alejarse del franquismo- y con un complejo: un miedo terrible a que le identificasen con el anterior régimen. Los políticos populares fueron otorgando –poco a poco al principio; a borbotones después- la hegemonía moral a la izquierda. Cada vez era más patético comprobar cómo la derecha española –o supuesta derecha- renunciaba a sus postulados con tal de hacerse perdonar por el progresismo.

    Primero fue el divorcio, después el aborto; más tarde tragaron con toda la visión antropológica marxista; posteriormente renunciaron a presentar la batalla por la cultura y la educación; callaron ante la invención de la Historia por parte de unos supuestos historiadores paniaguados y generosamente subvencionados; entregaron la soberanía nacional a los separatistas ante los que cedían no ya centímetro a centímetro, sino metro a metro con tal de mantenerse en el Gobierno y pese a que se cometían verdaderos atropellos en algunas comunidades autónomas.

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    Todo valía con tal de evitar el sambenito de franquistas, fascistas, retrógrados, casposos, rancios, intolerantes y demás (que, pese a sus enconados esfuerzos, les seguían colgando). Se vendían a quien fuera necesario con tal de evitar la confrontación. El PSOE llegaba al poder y legislaba. El Partido Popular hacía entonces una más o menos tímida oposición y prometía derogar la ley aprobada por los socialistas. Alcanzaban los populares el poder, hablaban de economía, economía y economía y mantenían las cosas tal y como las habían dejado los progresistas. Es cierto: los resultados a nivel económico han ido mejor estos años con la derecha que con la izquierda. Las cifras están ahí y cantan.

    Pero las materias graves, profundas, las que conforman el espíritu de una nación y de una civilización, seguían intactas tal y como las había establecido la izquierda. Se impuso la cosmovisión marxista y socialista frente a la de un Partido Popular acomplejado y vaciado de contenido, de valores, de principios, de antropología. Cuando la derecha quería proponer algún asunto, miraba asustadizamente hacia la izquierda suplicando su aprobación. Ésta, evidentemente, no llegaba, por lo que la derecha agachaba las orejas y se amoldaba a lo que la izquierda imponía.

    Una vez aprobadas las leyes socialistas, llegaba un gobierno de derechas y se limitaba a dejar las cosas como estaban, los votantes populares se resignarían y terminarían aceptando los postulados socialistas

    La derecha española fue adoptando el lenguaje, la visión, los valores (o antivalores) y el discurso de la izquierda. Se limitaba a aceptar, con 5 ó 10 años de retraso, los postulados socialistas. En estos 40 años de democracia no ha habido una sola medida de calado aprobada por el PSOE que el PP haya revertido. Ni una sola.

    El Partido Popular se convirtió, por tanto, en la cara amable del PSOE. Los socialistas sabían bien que una parte importante de la población española no secundaría a priori muchas de sus propuestas. Pero, si una vez aprobadas, llegaba un gobierno de derechas y se limitaba a dejar las cosas como estaban, los votantes populares se resignarían y terminarían aceptando los postulados socialistas, porque los de su propio partido no los habían derogado. La jugada era maestra.

    A la izquierda le interesaba que se mantuviese la farsa de que el PP era un partido de derechas y católico. De esa forma, tenía al voto conservador cautivo y podía proseguir con su verdadera intención: romper, pulverizar y arrancar de raíz la tradición de lo que ha conformado a España y al Occidente cristiano y alumbrar una nueva sociedad materialista, socialista, individualista, consumista, relativista y atea. Después, bastaba con poner en marcha la trituradora ideológica contra los asustados dirigentes populares para seguir manejándolos como marionetas del pensamiento único, totalitario y uniformado.

    La cobardía, la tibieza, la claudicación y la falta de arrestos de la mayoría de los dirigentes del PP a lo largo de estas cuatro últimas décadas han sido bochornosas

    La izquierda contemplaba con regocijo cómo los políticos de la derecha iban cayendo en su trampa inteligentemente urdida: terminaban aceptando el aborto, los “modelos” de familia, la ideología de género, los postulados LGTBi, el hedonismo, su visión sesgada y falsificada de la Historia. La cobardía, la tibieza, la claudicación y la falta de arrestos de la mayoría de los dirigentes del PP a lo largo de estas cuatro últimas décadas han sido bochornosas. Hasta la propia Iglesia católica se ha visto imbuida de este espíritu pusilánime, complaciente y bobalicón.

    Entonces surgió –o, tal vez, nunca llegó a desaparecer completamente- una corriente de personas, intelectuales, políticos, algunos pocos medios de comunicación y plataformas ciudadanas que se convencieron de que el Partido Popular estaba corrompido de raíz desde hacía mucho tiempo y no representaba ya más sus legítimas aspiraciones y principios irrenunciables.

    Lo que parecía que no tenía ningún recorrido, porque el voto conservador estaba supuestamente sometido al PP, empezó a desarrollarse en partidos políticos como Vox. La izquierda comenzó entonces a azuzar el espantajo que tan bien le había funcionado hasta el momento de escupir lo de “fascista” y “ultraderecha” a todo aquel que osara cuestionar los dogmas progresistas. Pero esta vez no funcionó. La gente estaba harta. El españolito de a pie, ese que mantiene y cultiva una serie de valores para él y para sus hijos, que aprecia el pasado de su nación y mira con orgullo y esperanza al futuro, dijo basta.

    Algunos en el Partido Popular, empezando por su propio presidente, seguramente miraban con envidia a esos hombres y mujeres que osaban retar a lo políticamente correcto y que ocupaban el espacio a la derecha que habían abandonado los populares. Pero inmediatamente eran llamados al orden por los medios de comunicación y los políticos progresistas, que les recordaban que, si querían seguir recibiendo el título de demócratas, tolerantes y moderados, debían continuar siendo obedientes y sumisos a los postulados de la izquierda.

    Y en esta tesitura nos encontramos actualmente, a pocas semanas de las elecciones generales del 28 de abril. Algunos apelan al voto útil, que sería supuestamente votar al PP. Son los mismos que llevan años siendo la cara B del PSOE; la copia mala, acomplejada y barata del progresismo. Pero ya no estamos para bazofias. El resultado lo veremos pronto.

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