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El PSOE ya tiene su Churchill, por eso ha convertido las exequias en el primer acto de campaña

El que fuera vicepresidente del Gobierno y ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba /Wikimedia

El que fuera vicepresidente del Gobierno y ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba /Wikimedia

Es difícil no sentirse un desalmado por no sumarse a las coplas elegiacas por la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba. Tal ha sido la rapidez y la unanimidad en beatificarlo, como un Juan Pablo II de la democracia española.

No hay más que ver los titulares y las declaraciones, del rey abajo: “Una vida al servicio de España”, “Le agradecemos su visión institucional”, “El otro hombre con el Estado en la cabeza” (en alusión a Fraga), ”La democracia llora a Rubalcaba”

A quien estamos juzgando no es a Rubalcaba, que en paz descanse, sino a sus entusiastas bardos y a quienes usan su imagen como artillería electoralista

Vaya por delante que no estamos juzgando a la persona, que merece todo nuestro respeto (hay constancia de su discreción y su categoría humana); ni tampoco al político entregado a su tarea, trabajador infatigable, brillante parlamentario, honesto -nadie le podrá acusar de habérselo llevado crudo- que volvió a sus clases de Química cuando se despojó de la púrpura. Todo lo cual le honra. En realidad, a quien estamos juzgando no es a Rubalcaba, que en paz descanse, sino a sus entusiastas bardos y a quienes usan su imagen como artillería electoralista.

Lo único que hacemos es contrastar el río de ditirambos con los hechos y… no salen las cuentas.

¿Servidor público?, ¿hombre de Estado?, ¿España antes que el partido? Veamos.

En una primera etapa como secretario de Estado de Educación impulsó la LOGSE, que sustituía educación por adoctrinamiento, y que fue el primer gran experimento de ingeniería social de los socialistas. Resultado: rebaja sistemática del nivel académico y fracaso escolar.

Tampoco parece que antepusiera España al partido, cuando siendo portavoz del Gobierno de Felipe González, en los años 90, negaba el escándalo de los GAL y la implicación de Interior, demostrada posteriormente con sentencias del Tribunal Supremo.

O que le preocupara el Estado o las víctimas del terrorismo, cuando siendo ministro del Interior, con Zapatero, urdió la negociación con una ETA que estaba en las últimas, proporcionádole un balón de oxígeno. Así, mintió cuando dijo que el alto el fuego de 2006 -la famosa tregua-trampa- estaba verificado; y volvió a hacerlo cuando, tras el atentado de la T-4 de Barajas, negó que continuaban los contactos con la banda (como el propìo Zapatero terminó reconociendo más tarde). Mintió, en fin, sobre el chivatazo de la Policía a ETA del bar Faisán, último acto de la negociación con los terroristas que permitió que los proetarras se reciclaran en políticos y llegaran a las instituciones, blanqueados con etiquetas como la de Bildu.

Hay un segundo tipo de loas que tampoco resisten la comparación con los hechos: que Rubalcaba representaba la socialdemocracia clásica (el PSOE sensato y moderado del felipismo) frente al adanismo atolondrado de los Zapatero y los Sánchez. ¿Seguro? ¿No fue Rubalcaba el artífice para que Zapatero llegara a la Moncloa, en 2004, tras los atentados del 11-M? Gracias a su eficaz campaña intoxicadora en la jornada de reflexión («Los españoles no se merecen un Gobierno que les mienta»), tuvimos zapaterismo durante siete interminables años, en los que se destruyeron tres millones de puestos de trabajo, España estuvo a un tris de ser intervenida por la UE, se prendió la mecha del secesionismo catalán con el Estatut, y se aprobaron leyes liberticidas como la del aborto de Aído o la del matrimonio homosexual. Y Rubalcaba no era un señor que pasaba por ahí, sino ministro de Interior de ZP, vicepresidente y portavoz del Gobierno ¿PSOE moderado y sensato? No lo veo por ninguna parte.

¿Entonces? ¿A qué vienen tantas coplas manriqueñas?

La derecha, presa de sus endémicos complejos, le hace el juego sumándose al coro laudatorio, sin atreverse a discrepar

Primero, estamos al comienzo de una campaña electoral y al PSOE le viene muy bien un JFK, un rey Arturo de la Tabla socialdemócrata para urdir su relato legendario. Maestra de la propaganda, la izquierda echa mano del mito y acierta a explotarlo, presentando a uno de los suyos como un hombre de Estado, un paladín de la democracia. Alguien que, como se ha subrayado en telediarios y portadas de periódicos, pensó antes en España que en su partido, y antes en su partido que en él mismo. El relato, estúpidos, el relato.

Segundo, la derecha, presa de sus endémicos complejos, le hace el juego sumándose al coro laudatorio, sin atreverse a discrepar, no vayan a tacharle de aguafiestas.

La orquesta mediática, finalmente, imprime la leyenda en lugar de los hechos (dicho sea fordianamente), y en un país con un nivel de políticos de tercera, y en el que el tuerto es rey, Rubalcaba sube al panteón de próceres de la patria, igual que Tierno Galván ascendió a los cielos.

Hábil jugada que parece diseñada por un genio del marketing político. Se diría incluso urdida por un alquimista de la persuasión, un mago en el manejo de los tiempos y en el conocimiento de las debilidades del adversario.

Los socialistas, sus terminales mediáticas y media clase política ha resultado ser más rubalcabistas que el propio Rubalcaba.

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