Hace semanas, desde Ciudadanos y sus arrabales mediáticos se repite a modo de mantra el término sanchismo para explicar como excepción, casi como secuestro, el tiempo de Pedro Sánchez al frente del PSOE. En plena deriva de surrealista envilecimiento de la política española, el partido no es el problema, sino el jefe. El inquilino. El pasajero.
«Con el PSOE de Pedro Sánchez no tenemos nada de qué hablar», sentenciaba en una entrevista reciente Luis Garicano, precandidato a las Europeas y responsable de Economía de Cs. Solemne. Como su admiración por George Soros, padrino de muchos que quieren poco a Occidente. Nostálgico. Como sus correligionarios, que ven en el secretario general de hoy una rareza en los 139 años de existencia del Partido Socialista Obrero Español.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEl pre-sanchismo
Es cierto que el inefable Sánchez nunca fue la esperanza blanca de nadie: no cruzó todas esas puertas traseras con ilusión, ni ideas. Ni ganas. Es seguro que su tesis doctoral es falsa. Es verdad que en sus primeras elecciones obtuvo el hasta entonces peor resultado del socialismo en democracia. Y que en su segundo intento logró empeorarlo. No hay duda de que llegó al poder gracias a un método legal, de la forma más ilegítima: mintiendo y aupado por golpistas, proetarras y comunistas. Está claro que, con tal de seguir en él, poco le importa negociar sus Presupuestos en la cárcel o la vida de millones de venezolanos. Nada de qué hablar.
Ciudadanos y sus satélites, en su perenne añoranza del mañana de una socialdemocracia española homologable a la europea, han identificado certeramente la diferencia entre el sanchismo y el PSOE anterior a la moción de censura. Como si antes de aquel 1 de junio en el que Sánchez prometiera en sede parlamentaria convocar elecciones “cuanto antes”, nadie desde esa bancada se hubiese atrevido con afirmaciones de tal gravedad. Siquiera Pablo Iglesias I, el fundador, en 1910: «El partido que yo aquí represento aspira a concluir con los antagonismos sociales… esta aspiración lleva consigo la supresión de la Magistratura, la supresión de la Iglesia, la supresión del Ejército… Este partido está en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones». Nada de qué hablar. Con Sánchez.
Todos con la mente en mayo. Conscientes de que lo que antes fue un partido hoy no es más que la lucha diaria de un vividor por no bajarse del Falcon
Nada que pactar con quien pretende desenterrar a Franco –o a su recuerdo– para enfrentar a los nietos de quienes se perdonaron hace 40 años. Como si antes de desalojar a Rajoy de la Moncloa, el PSOE nunca hubiese buscado crispación. Ni Negrín y su oro. Ni Prieto y su escolta. Ni Largo Caballero y su guerra. Tampoco Zapatero y su “nos conviene que haya tensión” a Gabilondo en 2008, al final de una legislatura que comenzó con 193 asesinados para cambiar el Gobierno y que supuso la aprobación de las leyes de Memoria Histórica, Violencia de Género y Aborto o la oleada de Estatutos de Autonomía de los que vienen estos lodos, con los votos a favor de los mismos partidos que hoy apoyan al Ejecutivo. Nada de qué hablar. Con Sánchez.
El cálculo
Aunque Ciudadanos y sus voceros vean todo el pre-sanchismo como una foto fija, plana, sin fondo, igual (“El PSOE anterior a la moción de censura es constitucionalista y con él se puede hablar”, defendía Garicano), es en el recuerdo de Felipe González donde encuentran razón para su nostalgia. Un tiempo tan corrupto como cualquier otro, acaso más, que significó la única etapa de su historia política en la que los socialistas españoles no pusieron en duda los consensos básicos de nuestra nación. La rareza fue el felipismo. La verdadera excepción en siglo y medio.
Es ahí donde Fernández Vara, García-Page y Lombán encuentran a Rivera y a Valls. En la reivindicación de una época que no es la suya. Unos tratando de sobrevivir, a punto de ser arroyados por la realidad. Otros centrados en calcular, levantando cordones sanitarios, sin intención de liderar desde su posición central. Todos con la mente en mayo. Conscientes de que lo que antes fue un partido hoy no es más que la lucha diaria de un vividor por no bajarse del Falcon. Ignorantes de que los españoles no estamos para cálculos. Precisamente por el sanchismo. Es decir, por el PSOE de siempre.