España entera está en llamas. Y con buen criterio, muchos dicen que no está ardiendo, sino que la están quemando. Menos mal que la bendita lluvia ha llegado, que falta hacía. Aunque ésta sólo sea beneficiosa para aplacar el terror ardiente del noroeste en Galicia y Asturias.
Buena falta hace, también una buena dosis de lluvia política y social en el nordeste español, en Cataluña, donde desde hace décadas no se ha dejado de alimentar un fuego voraz e insaciable, el del nacionalismo excluyente que, como bien dicen Les Luthiers, no es sino un trasunto de xenofobia.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraMuy diferente es este nacionalismo catalán del patriotismo español, al que algunos profesionales de la equidistancia moral quieren rebajar a la categoría de «nacionalismo español», aunque la historia se empeñe en desmentir lo que a todas luces es un oxímoron.
Inciso. Del mismo modo que David Gistau se comprometió a echar una moneda a un bote cada vez que tomara prestada la palabra ‘negritud’ a Luis María Anson, me comprometo a echar un durico al bote de Jorge Bustos cada vez que diga ‘oxímoron’. Y otro al de Cristina López Schlinchting al decir ‘lo que acontece’. Y a Jimenez Losantos cada vez que use ‘maricomplejines’. Y a Carlos Herrera, cuando diga ‘yo digo de que’, aunque nunca lo diga. Y vuelvo, que me arruino.
«Patriotismo y nacionalismo no son sólo posturas distintintas, sino que son antitéticas. El patriotismo es una virtud. El nacionalismo su degeneración»
La Historia, para quien la quiera basada en datos y no en adoctrinamientos de països inventados e imersiones que eliminan el oxígeno de la verdad, nos da muestra sobrada de que nacionalismo y patriotismo nada tienen que ver.
España, en su mayor empresa patriótica, no hizo otra cosa que liberar a muchos pueblos oprimidos por otros despiadados de aquellos mundos y, automáticamente, se lanzó al mestizaje, que es la esencia de la argamasa que fraguó la gesta hispánica en América.
Por su parte, el nacionalismo siempre es racista y xenófobo y dedica esfuerzos en argumentar, al precio que sea, la supuesta superioridad de los propios frente a los ajenos y a expulsarles o aprovecharse de ellos.
Patriotismo y nacionalismo no son sólo posturas distintintas, sino que son antitéticas. El patriotismo es una virtud, que para los cristianos se encuadra en el correcto cumplimiento del cuarto mandamiento, el de la honra a los padres. El nacionalismo una degeneracíon del primero.
Tal y como explicaba Juan Pablo II, en su último libro Memoria e identidad (2005), el patriotismo es el antídoto del nacionalismo: «El nacionalismo se caracteriza porque reconoce y pretende únicamente el bien de su propia nación, sin contar con los derechos de los demás. Por el contrario, el patriotismo, en cuanto amor a la patria, reconoce a todas las otras naciones los mismos derechos que reclama para la propia y, por tanto, es una forma de amor social ordenado”.
Juan Pablo II: «debemos empeñarnos en hacer que el nacionalismo exacerbado no continúe proponiendo con formas nuevas las aberraciones del totalitarismo»
Diez años antes, en el discurso que dirigió durante la quincuagésima Asamblea General de las Naciones Unidas, advertía sobre el peligro de que los nacionalismos oculten formas nuevas de totalitarismo, cuyos efectos en el siglo XX nunca parecen, a tenor de lo que hoy vivimos, suficientemente explicados:
«Un verdadero patriotismo nunca trata de promover el bien de la propia nación en perjuicio de otras. En efecto, esto terminaría por acarrear daño también a la propia nación, produciendo efectos perniciosos tanto para el agresor como para la víctima. El nacionalismo, especialmente en sus expresiones más radicales, se opone por tanto al verdadero patriotismo, y hoy debemos empeñarnos en hacer que el nacionalismo exacerbado no continúe proponiendo con formas nuevas las aberraciones del totalitarismo».
Dicho de otro modo: mientras el nacionalismo es excluyente, centrífugo y soberbio, el patriotismo es integrador, centrípeto y humilde.
No negaré, que entre quienes dicen defender a España hay posturas patrioteras. En el caso español, estas son las más peligrosas, porque pervierten el verdadero valor del amor por la patria, el amor por España, por todos sus pueblos. Un amor que, en su máxima expresión, se extiende a los pueblos hermanos de América y se llama Hispanidad.
Los patrioteros son relativamente fáciles de identificar. En cuanto se tiene una mínima conversación con ellos, se advierte el vacío detrás de la fachada y los ecos de un cierto racismo conspiranoico, de un sentimiento de superioridad que se cae por su propia impostura. Perfectos para servir de carnaza en un plató de televisión y facilitar a TV3 la labor de desacreditar movimientos pacíficos, solidarios y constructivos como el que desembocó en la manifestación del pasado 8 de octubre en Barcelona.
En los cuarteles de la Guardia Civil y de los Ejércitos se puede leer «Todo por la Patria». Y no es casualidad.