Engañando a Hitler

    La reina Isabel II se reía de Hitler mientras en España una red clandestina hispano-británica –alentada por Winston Churchill en la sombra– engañaba al Tercer Reich.

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    Adolf Hitler.

    Durante los bombardeos alemanes de Londres en la Segunda Guerra Mundial, la Familia Real británica se ganó el respeto de sus compatriotas al permanecer en el Palacio de Buckingham. Durante el Blitz de Londres, el Palacio de Buckingham fue bombardeado en nueve ocasiones por el ejército alemán. Coincidiendo con la celebración del 90 cumpleaños de la reina Isabel II se ha dado a conocer que en 1943 la entonces joven princesa participó –mientras estaba en un campamento de verano en Surrey– en una obrilla satírica llamada “Mein Kamp”, que se burlaba del Mein Kampf de Hitler. La princesa, que entonces tenía 16 años, formaba parte de un grupo de ninas de la alta sociedad británica que representaron la comedieta ante la Reina, su madre.

    En los años cuarenta la autobiografía de Hitler, publicada en 1925, era bien conocida en el Reino Unido. En 1939, cuando la madre de la actual Isabel II apenas llevaba tres años como reina consorte –tras la insólita abdicación de su cuñado Edward por amor a la estadounidense divorciada Wallis Simpson–, aconsejó al Ministro de Asuntos Exteriores Lord Halifax no leer el Mein Kampf si no quería volverse loco. En el Reino Unido era corriente hacer bromas sobre Adolf Hitler antes, durante y después de la guerra. Recordemos que uno de los personajes de P.G. Wodehouse –Spode, en El código de los Wooster– exige a toda persona que se cruza con él alzar el brazo y saludarle gritando “¡Heil, Spode!”.

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    En 1943 la guerra estaba lejos de terminar y la victoria aliada era todavía un imponderable. Apenas unos meses antes Churchill daba su célebre discurso de Mansion House, que describía bien la situación: “No es el final. Ni siquiera es el principio del final, sino más bien el final del principio”. En España la guerra civil había terminado, Franco llevaba cuatro años en el poder y quedaban todavía tres largas décadas de dictadura por delante.

    Francisco Franco
    Francisco Franco

    La actitud del régimen ante el Holocausto era deliberadamente ambigua. Pese a que en España no existía ni mucho menos un racismo multitudinario al estilo nazi, el antisemitismo tenía raíces profundas en la sociedad. Hitler llegó a plantearse invadir España y Hans Lazar, su jefe de propaganda en España, presionaba a Franco, pero el astuto Caudillo fingía una estudiada indiferencia.

    Hace unos años se publicó un libro –La clave Embassy (2010)– sobre la valerosa organización anti-nazi instalada durante esos años en el madrileño salón de té Embassy por su dueña, Margarita Kearney Taylor, alma máter de la operación de rescate de miles de europeos durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras el local madrileño mantenía su impecable actividad comercial, el sótano del local –donde estaba el horno que doraba las emblemáticas tartaletas de limón y fresa– albergaba a miles de indocumentados que recibían salvoconductos y dinero para huir a Portugal y Gibraltar.

    Franco nunca promovió una política de acoso contra los judíos, pero toda persona que entrara ilegalmente en España era detenida y deportada

    La embajada británica de Sir Samuel Hoare gastaba más de 1.000 libras diarias en abastecer la organización, interrumpida por sucesivos cierres del negocio impuestos por el régimen franquista. Franco nunca promovió una política de acoso contra los judíos, pero toda persona que entrara ilegalmente en España era detenida y deportada, sufriendo el hostigamiento de la embajada alemana en caso de lograr permanecer en el país. Pese a ello, aproximadamente 30.000 personas fueron evacuadas, judíos polacos y checos en su mayoría.

    En la red participaron una decena de altos funcionarios britanicos destinados en la capital, entre los cuales estaban Michael Creswell (agente del MI9 británico), Juan Bourgignon (holandés escapado de la invasión alemana y dueño de la famosa floristería de la calle Almagro), Eddie Knoblaugh (corresponsal de la Associated Press) y Walter Starkie (director del primer Instituto Británico).

    Por parte española participaron el ginecólogo Francisco Luque (director del hospital de San José y Santa Adela), el conde de Albiz (abogado de la embajada británica) y el doctor Eduardo Martínez Alonso (que firmó centenares de certificados médicos y partes de defunción falsos), en connivencia con David Thompson de la embajada británica, que expedía nuevas identidades para los ciudadanos salvados en Madrid.

    En 1943 la reina Isabel II se reía de Hitler mientras en España una red clandestina hispano-británica –alentada por Winston Churchill en la sombra– engañaba al Tercer Reich, logrando evacuar a 30.000 personas vía Madrid. Por algún motivo, estas historias han tardado más de medio siglo en darse a conocer.

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    Periodista, escritora y traductora de inglés de literatura, ensayo y cine. Pasó su infancia entre París y Washington DC. Licenciada en Filología Inglesa, trabajó durante una década el sector cultural, en empresas como Microsoft Encarta y Warner Music. Tiene tres novelas publicadas. Ha traducido al español a clásicos como Dickens, Kipling, Wilde, Poe y Twain. Colabora desde hace décadas en prensa española y latinoamericana. Tras una década colaborando en revistas femeninas como Vogue, Gala y Telva, se inició como columnista en La Razón, labor que continuó en La Gaceta.