El espectáculo de los ayuntamientos podemitas, volcados en la provocación en lugar de la gestión lleva a Hermann Tertsch a describir el panorama, con precisión germánica, como “Un inmenso kindergarten”.
No hay más que ver a:
- la “abuelita” Carmena abducida por una colección de gremlins agresivos y maleducados, con los irresponsables Zapata, Maestre y Mayer en primer término;
- al desgreñado y deslenguado Kichi al borde de la delincuencia;
- al concejal de CUP Josep Garganté tatuado como un presidiario peligroso, y no tanto por la superficie de piel entintada –que puede ser hasta ‘chic’ como muestra y demuestra Angelina Jolie- como por lo categórico de sus mensajes: la palabra “odio” en los dedos de la mano izquierda;
- o a Colau pillada en la contradicción de ser bombero pirómano con los disturbios de Grácia, edil antisistema, que gobierna para todos los barceloneses excepto para los vecinos, los inversores, los turistas, los legionarios, los cristianos y un etcétera tan largo como la Diagonal.
Tiene razón Tertsch cuando dice que “la municipalización del Frente Popular, como pasó en la II República”, ha puesto en marcha un movimiento de inercia de lo peor, precisamente porque estamos en manos de “seres no adultos”, es decir de adolescentes y como todos los de la edad del pavo, caprichosos, narcisistas y tiránicos.
No son los únicos. Miembros (y miembras) de partidos más maduros y serios como el PP o el PSOE han dado muestra de esos tics adolescentes en estos casi 6 meses de tiempo muerto que nos abocan a nuevas elecciones.
La diferencia entre los políticos que hicieron la Transición y éstos otros, es la misma que hay entre la persona adulta y los ‘peterpanes’
En circunstancias acaso más peligrosas como el vacío político dejado tras la muerte de Franco, políticos ideológicamente muy distantes fueron capaces de aparcar sus diferencias, tragarse sus egoísmos y apostar por acuerdos que hicieron posible la Transición, con las primeras elecciones después de 40 años, los Pactos de la Moncloa que sentaron las bases de la estabilidad económica y la Constitución que, con sus defectos, sentó las bases de la estabilidad democrática.
Estos niñatos, por el contrario, se aferran a sus ombliguismos, y nos tienen a todos pendientes de sus maniobras obstruccionistas como si no tuviéramos otra cosa que hacer, mientras el país se paraliza como si nuestra precaria economía se pudiera permitir el lujo.
La gran diferencia entre los políticos que hicieron la Transición y éstos otros, es la misma que hay entre la persona adulta y los ‘peterpanes’. Con sus errores, los primeros conocía el significado de palabras como responsabilidad o patriotismo, pero los de ahora (con contadas excepciones) parecen no ver más allá de sus ombligos y si les hablas de responsabilidad o patriotismo les sonará a chino.
Han demostrado que no creen en España, sino en otras cosas. Creen en la revancha (Podemos), en el chantaje como arma succionadora de papeles verdes (separatismos catalán y vasco), en el Partido Conservador -de conservar el puesto- (Rajoy) o en el Partido para no quedarse en el paro (Sánchez).
Lo aprendieron de Zapatero, el primer gobernante en la edad del pavo, que reunía él sólo todas las características del adolescente: cortoplacismo (sembró de minas el terreno para que le fueran estallando al PP: la negociación con ETA y la mecha del Estatut); irresponsabilidad (vio venir la crisis, pero la negó y no movió un dedo ni emprendió las reformas económicas necesarias); y adanismo, es decir creer que el mundo empieza contigo y que tú eres más listo que las generaciones anteriores (el matrimonio homosexual y el tsunami totalitario de la Ideología de Género).
Podemos sería ahora el caso más descarado de esa falta de realismo. Pero los demás partidos parecen cortados por el mismo patrón, porque buena parte de la política occidental (con Obama como paradigma) responde a esa moda imperante.
Durante siglos, la adolescencia era considerada un sarampión, por el que no había más remedio que pasar, antes de arribar a las playas de la sensatez.
Pero tras la revolución juvenil de la segunda mitad del siglo XX se invierten las tornas. Por primera vez en la Historia, el adolescente se convierte en el rey, el mercado y la publicidad comienzan a reírle las gracias, y la edad adulta pasa a estar demonizada.
¿Ustedes depositarían su confianza en manos de un concejal que tiene tatuada la palabra “odio” en la mano?
Entregar el mando a Peter Pan (como pasó en el EEUU de Obama, o en la España de Zapatero o la de Ada Colau, Kichi y los podemitas) equivale a abolir los valores de la madurez (sentido de la responsabilidad, realismo y capacidad de sacrificio) y a imponer los de la edad del pavo (fantasía y juego).
No sé que pensarán, pero ¿ustedes depositarían su confianza en manos de un concejal que tiene tatuada la palabra “odio” en la mano? o ¿votarían a alguien que pretende que a sus princesitas de preescolar les expliquen en qué consiste la prótesis hidráulica eréctil de pene en lugar de la “m” con la “a”?
Ustedes mismos.
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